Carlos Manuel Rodríguez es el papá del programa de Pago por Servicios Ambientales (PSA), gracias al cual Costa Rica ganó el premio Earthshot, un prestigioso reconocimiento mundial que destaca los esfuerzos por la conservación ambiental.
El pasado domingo, cuando el príncipe William de Inglaterra y la Royal Foundation anunciaron a nuestro país como el ganador, todo era fiesta (el premio viene con 863 millones de colones); sin embargo, en 1996 otro gallo le cantaba al país en el tema de conservación ambiental y a don Carlos fue uno de los que le tocó el churuco de hacer un cambio. Su programa consiste en un reconocimiento económico a propietarios y poseedores de bosques y plantaciones forestales por conservar esos espacios.
Por eso conversamos con este abogado de profesión para hablar sobre cómo nació la idea y cuánto le costó echarla a andar en tiempos en que para muchos era una locura. Actualmente él vive en Washington, Estados Unidos, ya que es el director general y presidente del Fondo Mundial para el Medio Ambiente.
- ¿Hace cuánto el país comenzó a ganarse el premio Earthshot?
Desde el año 1979 existió un programa de incentivos forestales en el país. El Estado les pagaba a los finqueros para que plantaran árboles en sus fincas. Había otros incentivos en diferentes áreas, como subvenciones a los exportadores y eliminación de impuestos al sector turismo; sin embargo, el PAE (Programa de Ajuste Estructura), de los años novena, se trajo abajo todo este tipo de programas e incentivos.
A partir de 1994 se comenzó a trabajar en la reforma a la Ley Forestal, algo que se aprobó en 1996. Ya en esa reforma se incluyó, digámoslo así, una continuación de esos incentivos forestales. La gran diferencia es que ya no lo iba a pagar el Estado, sino que debía pagarse solo.
Me tocó diseñar un nuevo mecanismo (el programa de Pago por Servicios Ambientales), una segunda generación para pagar por los servicios ambientales, pero ahora que no dependiera de Hacienda (el ministerio). Actualmente el Estado no pone plata, solo la recoge y la entrega al Fonafifo.
- ¿Cómo logró que el PSA se incluyera en esa nueva Ley Forestal?
Fue muy duro. No podemos olvidar que en aquellos años era algo que jamás se había hecho en el país. Para poder financiar el PSA se le metió un impuesto a los combustibles. Pero Hacienda no quería y en la Asamblea Legislativa los diputados no entendían.
Eran días de ir a la Asamblea a explicar que la deforestación había que pararla y que pagándole a los finqueros se podía lograr un efecto muy positivo. Ahí nacían las dudas, muchos no entendían y nos decían que los finqueros ya tienen dinero, que para qué darles más, en fin, fue difícil.
- Una vez convencidos los políticos, ¿ya todo caminó puras tejas?
Qué va. Venía la otra gran batalla: los finqueros, había que convencerlos. Se vino un trabajo de hablar con los dueños de las fincas para que las metieran al PSA y eso fue duro. Al principio no entendían que les ‘pagáramos por el aire’, como nos decían. No entendían que les íbamos a pagar, pero que no podían cortar los árboles de su propia propiedad.
Hubo muchos finqueros que estaban convencidos de que el PSA era un plan para sacarlos de sus fincas. Al principio algunos finqueros juraban que todo era un plan para robarles las tierras.
Hay que comprender que no se hablaba de eso en el mundo, nuestro país fue pionero. Entonces los finqueros decían: ‘Algo hay en todo esto, porque quién le va a pagar a uno por no cortar árboles, lo único que da plata es la madera y el ganado, aquí hay algo raro, aquí nos quieren robar’.
- ¿Cómo lograron convencerlos y que el PSA caminara a paso firme?
Cuando los finqueros que sí se apuntaron comenzaron a recibir sus cheques, los finqueros vecinos entendieron que no había gato encerrado, que no les estábamos metiendo diez con hueco, que todo era serio y cierto.
Ya con los pagos hechos se comenzaron a inscribir en todo el país y el asunto ya caminó solito y tan exitosamente que hasta se nos hacían filas para anotarse. Bueno, esas filas llegan hasta el día de hoy porque seguimos sin recursos suficientes para pagarle a todos los dueños de tierra del país que quieren entrar en el programa.
- Usted fue ministro de Ambiente y Energía en tres gobiernos (1998-2000, 2002-2006 y 2018-hasta el 31 de agosto de 2020), ¿qué le decían los ministros de Ambiente de Centroamérica en aquel entonces?
No nos dieron bola nunca. Hablamos con toda la región para ver si podíamos luchar unidos en frenar la deforestación, pero nada. Hoy día, viendo lo que logramos, no solo Centroamérica, el resto de países tropicales nos ven como algo excepcional y quieren entender cómo diablos hicimos porque ellos no han podido frenar la deforestación y aumentar la cobertura forestal.
- ¿Cómo estaría Costa Rica sin este programa?
Sin el PSA, la deforestación siempre habría bajado, porque hay otras políticas país que se implementaron, pero no lo hubiese hecho al ritmo que logró el programa. Además, el aumento de la reforestación de nuestros bosques también iría a un ritmo muy lento. Los grandes avances en nuestros bosques no los veríamos.
- ¿Qué sintió cuando ganamos el premio?
Alegría por nuestro país. Es un premio para cada uno de los costarricenses. Hemos aprendido lecciones muy importantes. En los noventa teníamos finqueros que talaban todos sus árboles, hoy día los hijos de esos finqueros aprovechan las tierras para el turismo y ni a palos piensan en talar. Me siento orgulloso de que ahora la mayoría piensa en verde.
- Para finalizar, ¿es cierto que una vez una danta le pegó una sopapeada?
Claro. Eso fue en abril del 2006, siendo ministro de Ambiente (del presidente Abel Pacheco) ingresé al parque nacional Corcovado en busca de cazadores ilegales y por seguir una danta con su cría, estando la cría herida, la mamá me pegó una gran revolcada a tal punto que me dejó inconsciente. Estuve tres días perdido en el Corcovado, fueron horas duras… pero usted sabe, hasta el día de hoy la gente me vacila con eso.