A don Adán López López, mejor conocido como Panchito, lo habían desahuciado médicamente en el 2013 y lo único que podía esperar era la pelona, pero su gran amigo Leoncio Cruz se conmovió y le hizo con sus propias manos el ataúd a la medida.
Sin embargo, 5 años después, Panchito sigue vivo y don Leoncio ya falleció.
En el 2013 Panchito salió del Hospital Blanco Cervantes con una lista de diez enfermedades y desahuciado, por eso aceptó la oferta del amigo, a quien él mismo le había enseñado a hacer ataúdes, porque Panchito es carpintero y se la juega demasiado bien con la madera.
Don Leoncio, al ver a su amigo tan hecho leña, le dijo que mejor le hacía de una vez la caja a la medida, porque él creía que ya eran solo horas las que le quedaban de vida a Panchito, quien tenía más de 30 días de no poder comer, porque nada le bajaba por la garganta y estaba realmente pa’l tigre.
Sin embargo, por estos días, en La Unión de Bribrí de Talamanca, se le puede ver a don Adán manejando bicicleta, haciendo escobas, vendiendo verduras los sábados o haciendo algo que le gusta mucho, chineando el ataúd.
La historia la dimos a conocer hace 5 años, en el 2013, cuando contamos que incluso Panchito había alistado hasta su funeral y cómo vecinos le regalaron el café y los bizcochos de la vela, ya para ese entonces estaba ya listo el traje de madera que hizo don Leoncio.
Panchito es todo un personaje en la zona, sobre todo porque, como él mismo dice, vive con la muerte en la sala de su casa, pues el ataúd es parte de los muebles. Ni a palos piensa botarlo o desarmarlo. “Nadie me lo toca, es mi última casa y lo quiero mucho, además, me la hizo mi gran amigo Leoncio y él ya falleció, ese regalo se irá conmigo a la tumba”, nos dice este bribriceño, quien tiene 81 años y considera que está como un Toyota, eso sí, le dolió mucho, dijo, el haber tenido que enterrar a su amigazo.
Regalazo de un gran amigo.
“Hace cinco años me mandaron a la casa para morirme con mi familia porque, según me dijeron, ya no había nada qué hacer por mí, entonces. Como yo le había enseñado a un amigo a hacer ataúdes, él me dijo que quería devolverme el favor haciéndome mi ataúd, porque ya la muerte estaba cerca, así que me tomó las medidas y me lo hizo… La verdad no está tan a la medida, yo se lo pedí con cinco centímetros más de altura para no estar muy incómodo cuando me muera”, explica Panchito.
El amigo se puso a trabajar el regalazo y más rápido que ligero le hizo uno de puro laurel, porque así lo pidió Panchito, de Laurel para que a los gusanos les cueste mucho entrar.
“Le dije que me lo hiciera amplio, con el estilo que llaman dos cuerpos, él me dijo que podía ser estilo zepelín, pero preferí el dos cuerpos. Le quedó muy bonito, la verdad estoy muy contento. Lo que sí me ha dolido fue la muerte de mi amigo Leoncio, era una gran persona; lo que es la vida, se fue él primero”, asegura don Adán.
Conforme pasan los días le agarra más y más cariño a lo que será su última casa en la tierra, incluso mucha gente le dice que le prenda fuego o se lo lleve bien lejos.
“Jamás le prendería fuego, yo lo quiero mucho, está hecho a la medida y ahí dormiré tranquilo por siempre y para siempre. Lo cuido mucho porque mi familia lo va a ocupar mucho el día que me muera que ya no será cuando los doctores digan, sino cuando Dios así lo decida. El día de mi muerte solo Dios lo sabe, hoy estamos y mañana no… vea usted, el amigo que me regaló este ataúd ya falleció, se fue primero él que yo, y yo soy el desahuciado”, dijo.
¿Enfermo de qué?
¿Por qué lo desahuciaron, Panchito? “Porque tengo, dicen, un montón de enfermedades, cuando salí del Blanco Cervantes me dieron un papel en el cual confirmaban que yo tenía una enfermedad cerebrovascular multiinfarto, disfagia neurogénica, polineuropatía mixta y qué sé yo cuántas cosas más (siete padecimientos más), por eso decidieron que lo mejor era que pasara con mi familia mis últimos días, de eso ya van cinco años.
Y como Panchito nunca se ha quedado quieto, siguió breteando mientras le llegaba la muerte: hace zapatos, hace escobas, anda en bicicleta repartiendo encargos y los sábados va a vender verduras a la feria de Puerto Viejo de Limón, porque también es agricultor y todas las mañanas le pone bonito a la sembrada de hortalizas y verduras.
“No me voy a echar a morir, no tengo tiempo, prefiero pensar en vivir, en ser feliz y pasarla bien. Le agradezco a Diosito cada segundo que me da de vida y se lo agradezco de la mejor forma que sé, trabajando.
“Pensar en la muerte es arruinarse uno mismo y yo no estoy para eso. Me gustaría ser ejemplo para los jóvenes de hoy día de que la vida se disfruta siempre. Si bien somos parte de la muerte, también es mejor ser positivo y pensar en la vida. Mi ataúd me recuerda que algún día moriré, pero mientras tanto yo lo cuido a él para que después él me cuide a mí”, concluyó un Panchito muy lleno de vida y muy feliz, porque desde hace cinco años se quitó una carga de encima: “tener el ataúd listo me da paz y tranquilidad, ya no tengo que pensar en qué hará mi familia conmigo cuando me muera”, aseguró.