El trabajo mantiene codo a codo a don Hernán Ramírez Corrales y a Andrey Ramírez García.
Desde principios de marzo, padre e hijo se encargan de restaurar el cielorraso del santuario nacional Santo Cristo de Esquipulas, en Alajuelita, con mucha entrega y entusiasmo.
La labor artística los mantiene unidos y es un hecho que la siguiente generación, representada por Andrey, da pasos muy firmes en el oficio.
Antes de fajarse con el templo donde se venera al Cristo Negro ya habían pintado la catedral de Alajuela y las iglesias de Naranjo y de Zarcero. Su huella es visible en muchos sitios.
Don Hernán tiene 62 años y Andrey, 33 y viven en Calle Blancos, San José. Explica el tata que, por decirlo así, la base de su trabajo es la iglesia de Calle Blancos, desde ahí salen hacia los lugares desde los cuales los llaman.
Este 2022 es especial para don Hernán porque está cumpliendo 45 años de dedicarse al arte.
“Comencé a los diecisiete con artes para agencias de publicidad, después trabajé dieciocho años para diferentes cines de San José, como el Magaly (de don Luis Carcheri Schwartz), que me pedían a cada rato pintar los actores de las películas que se iban estrenando. Hacía los afiches de las películas como de cinco metros de alto”, recordó.
Esos anuncios gigantescos dejaron de existir, pero eran muy comunes y no había manera de no verlos porque llamaban mucho la atención desde las entradas de los cines.
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Conforme avanzó el tiempo hizo la mismo la tecnología y llegaron las impresoras capaces de sustituir las manos de los artistas; de esa manera se fue perdiendo trabajo.
“Tuve que reinventarme, pero no lo hice solo, comencé a pedirle mucho a Dios para que me ayudara, que me inspirara para entender el camino que debía seguir”, explica don Hernán.
“Le pedía mucho para que no me dejara perder mi lado artístico, sentía muy fuerte en mi corazón que debía seguir trabajando en arte, pero la tecnología nos ganó a los pintores porque lo que se hacía manual se comenzó a imprimir”, añade.
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Rezos oídos
Y como que Dios escuchó las oraciones.
“Me llegó un primer trabajo, en la iglesia de El Encanto, en Calle Blancos. Una chiquita alemana tenía una platica ahorrada y la donó para que se hicieran dos murales: los diez mandamientos y el bautizo de Jesús en el río Jordán por parte de Juan el Bautista.
“Con esos dos murales comenzó mi carrera artística en las iglesias”, explica. Hablamos de mediados de la década de los noventa.
Desde aquel primer mural, don Hernán le ofreció su trabajo a Dios, pidió que cada brochazo y cada pincelada fueran guiados por Él.
“De hecho, aquel trabajo no lo cobré como se debía con tal de que me lo dieran para dedicárselo a Dios porque siempre he estado muy agradecido con Él; por eso el precio no es problema para mí a la hora de negociar un trabajo en una iglesia”, reconoció.
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Claro, como era la primera vez le fue imposible imaginar todas las bendiciones, como las llama, que iban a llegarle gracias a su esfuerzo diario por hacer el mejor trabajo posible.
“No es solo un asunto espiritual, sino también humano. Le pedí mucho a Dios, pero también me esforcé mucho, comencé a creérmela, a trabajar duro y poco a poco las puertas se fueron abriendo”, comenta.
Momentos duros
Y, como pasa siempre en la vida, no todo ha sido color de rosa; al contrario, le han tocado amargas y por montones, pero no se arruga.
Recuerda que en una época ninguna iglesia lo llamó y así pasaron muchos meses. La situación se puso tan dura en la parte económica que aceptó un trabajo como chequeador de los taxis del aeropuerto Juan Santamaría.
Cuenta que los días en esa tarea, lejos del arte, los pasaba desmotivado y hasta entró en depresión.
“Comencé a apuntar todos los días un versículo de la Biblia como para recordarme las promesas de Dios y después de tres meses de estar rezando mucho me llamaron para restaurar una imagen de Jesús en una iglesia de Alajuela.
“Les gustó tanto mi trabajo que me recomendaron con el padre de la catedral de Alajuela y me dieron la restauración por dentro.
“Para mí eso fue un milagrote con lazo y bombas, el que yo estaba pidiendo con tanta fe. Dios vio que yo amaba demasiado lo que hacía”.
Eso fue hace como 12 años, pero don Hernán lo narra como si hubiera ocurrido ayer.
Después de los trabajos en la catedral de Alajuela comenzaron a llegarle otros de iglesias de esa provincia y también de San José y Heredia.
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La catedral fue el trabajo con el cual se consolidó en el arte sacro y por eso ya lleva 20 años seguidos en eso.
Se une el hijo
Andrey heredó el arte del papá, algo que siempre quiso tener don Hernán.
Desde que el hijo tiene memoria, nos contó, le encanta dibujar, pintar y todo lo que tenga que ver con el mundo artístico.
“Me encantaba ver los rótulos que hacía papá, así fue como poco a poco fui entendiendo lo que hacía y cómo lo hacía; también poco a poco le fui encontrando el gusto al arte. Estudié construcción civil en un colegio técnico y trabajé en empresas en el área de presupuestos mucho tiempo”, cuenta Andrey.
“También estudié relaciones internacionales y comercio exterior, pero en la crisis del 2008, cuando el mundo de la construcción se vino abajo, mi papá me ofreció trabajar con él y a partir de ahí fui viendo que tenía aptitudes con el arte sacro.
“Fui aprendiendo algo nuevo todos los días y ya hoy tengo doce años de estar con papá de lleno, ahora me encanta este tipo de arte”.
En el templo de Alajuelita, cuyo cielorraso ha sido muy dañado por el comején, los trabajos de reemplazo de las tablillas dañadas del ala norte van bien; a eso le sigue la pintura artística para que quede como nuevo.
Esa es la parte que les corresponde a don Hernán y a Andrey, quienes como una buena yunta familiar ponen su sello artístico en la parte más alta del bello santuario.
¿Por qué el santuario alajueliteño?
En diciembre del 2021 informamos en La Teja que el cielorraso y otras zonas del santuario de Santo Cristo de Esquipulas fueron atacados por una plaga de comején.
El cura párroco y rector del templo, Enrique Rivero, nos contó que era urgente el proceso de restauración y por eso comenzaron a inicios de marzo ya que los daños en la antigua madera se notan a simple vista y en dos ocasiones, por dicha sin gente, se cayeron dos pedazos de cielorraso.
La parroquia continúa con una campaña para reclutar a empresas o personas que quieran formar parte de los padrinos y contribuyan con los arreglos.
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“Los trabajos en las doce áreas del templo tienen un costo muy elevado, cada una anda en los ocho millones de colones y por eso necesitamos la colaboración de todos”, explicó el padre Rivero.
La restauración consiste en volver a colocar las piezas de madera (tablillas de cedro amargo traídas de Guanacaste) con los mismos acabados de la pintura original.
Reconoce el padre Rivero que van a coyol quebrado, coyol comido; por eso hacen falta muchas manos que ayuden económicamente para que el bello templo mantenga por dentro el esplendor que lo ha caracterizado.
Es posible ayudar por medio de Sinpe móvil, mandando plata al 8951-5056. Todo aporte es muy bienvenido.