Al escribir estas líneas no se sabía quien ganó las elecciones presidenciales o quienes van a la segunda ronda.
Sin embargo, a la hora de redactarla ya había un ganador, nuestra democracia. Antes de que se abrieran los centros de votación, a las 6 de la mañana y pese al covid-19, en algunos ya había ticos esperando para ejercer su sagrado derecho.
Me llena de orgullo haberlo visto y haber sido partícipe, una vez más, de esta jornada ejemplar para el mundo.
La patriótica celebración, no obstante, sirve para recordarle al Tribunal Supremo de Elecciones una deuda que arrastra desde hace cuatro años. En ambas votaciones un aterro de partidos sin arrastre, trayectoria o plataforma crearon confusión entre los votantes más que ampliar la oferta electoral.
En esta papeleta hubo 25 inscripciones, que establecieron una marca, pero lo único que hicieron fue meter ruido y hasta daño, como el caso de Rolando Araya, quien al perder la convención del PLN, nos salió con Costa Rica Justa.
Con cero posibilidades de ganar, y al tener como vicepresidenta a Ana Lupita Mora, propinó un gran golpe al país al provocar la renuncia del connotado abogado y presidente del TSE, Luis Antonio Sobrado, cuñado de Mora. Lo hizo para no afectar la transparencia y credibilidad de la institución.
Esa lluvia de partidillos causará también dificultades para dar a conocer esta noche los resultados con la celeridad acostumbrada.
La representatividad y la participación nada ganan con la desmedida oleada de partidos políticos de garaje, pero mientras la inscripción sea fácil y su anulación casi imposible, no habrá freno.