Que más de 300 mil ticos se hayan apuntado este domingo 6 de junio a participar en la convención de Liberación Nacional ha sido todo un éxito. Por las condiciones en que se dio la elección no hay antecedentes.
La cantidad de votantes es digna de reconocer porque acudieron en media pandemia, en uno de los picos más altos de esta, con la amenaza del posible contagio de covid 19, con problemas de desplazamiento por la restricción vehicular, amén del resfrío de los costarricenses hacia la política.
Al haber sido una convención abierta, los verdiblancos no pueden sacar caja de que todos los apuntados pertenecen a la familia liberacionista. El hoy candidato, José María Figueres, quien ya había “dirigido” al país de 1994 a 1998, jaló a las urnas a muchos seguidores de hueso colorado, pero también a muchos que lo rechazan, tanto dentro de su partido como de otras agrupaciones políticas. Aunque ganó de manera contundente no alcanzó el 40% de la votación, así que no es para ponerse a sacar caja.
Dejando de lado esos pulsos, a mi humilde parecer, lo más relevante fue la fiesta democrática, que se desarrolló sin hacer mucha bulla y con gran austeridad, en la que una respetable cantidad de electores demostró que reflexionan en su futuro y en el del país. Y que una de las armas es con el sagrado derecho al sufragio, en condiciones honestas y transparentes.
Esta fue una primer gran prueba hacia las elecciones nacionales de febrero del 2022, y el mensaje que el pueblo envía es que entiende que la apatía hacia la política no es el camino correcto para elegir a quien tomará los destinos del país en el primer gobierno postpandemia. Los líderes deben estar a la altura.