El mazazo que don Pepe le dio a uno de los muros del cuartel Bellavista (hoy Museo Nacional) el 1 de diciembre de 1948, como acto simbólico de la eliminación del ejército, 72 años después debe ser motivo de profunda reflexión y de sonrojo.
No por el significado de esa visionaria acción del líder de Liberación Nacional, sino porque a pesar de ese empujón hoy estamos lejos de los países más avanzados de América Latina y el mundo.
Doña Lina Barrantes, directora ejecutiva de la Fundación Arias para la Paz, y Ana Yancy Espinoza, de la misma fundación, en la edición de La Teja de este martes nos dieron una idea de lo que significa un ejército.
“Hagamos el ejercicio de pensar que tendríamos un ejército pequeñito como el de Nueva Zelanda, entonces hablamos de casi seis mil millones de dólares anuales en el presupuesto inicial militar muy básico”, explica doña Lina.
La cifra es astrónómica, sin embargo, a pesar de todas las bondades que surgen al no botar la plata en una casta militar llena de privilegios e intocable, hoy estamos con el agua al cuello por la crisis fiscal. Una economía sana nos hubiera permitido esquivar la pandemia sin tanto apuro.
La plata ahorrada al no tener ejército la hemos botado en privilegios como pluses salariales, convenciones colectivas, y enormes actos de corrupción por todo lado como robos en el Fondo Nacional de Emergencias, Asignaciones Familiares, Cementazos, y en la construcción de carreteras en las que se tarda una eternidad.
Sin tener una fecha precisa de cuando comenzaron en grande los chorizazos, ya desde 1971 caminaba con fuerza una maquinaria que nos ha desangrado, como la empresa Saopim, encargada de la obra entre Siquirres y Limón. Y a partir de ahí la lista es grande: la Costanera, Ruta 27, la Trocha...puentes, de todo.
Con corrupción, más ejército, el nombre Costa Pobre sería un piropo.