Hoy es una fecha muy especial para recordar a esos seres especiales, familiares cercanos, grandes amigos que estuvieron a nuestro lado, aquellos que velaron por nosotros, nos orientaron, nos tendieron la mano, dejaron una profunda huella en nuestros corazones y simplemente se nos adelantaron en el paso a una nueva vida.
Muchas de esas personas nos marcaron profundamente por diferentes razones, ya sea porque vivieron intensamente, lucharon, fueron responsables, alcanzaron metas, y si no las lograron al menos no se quedaron de brazos cruzados y lo intentaron.
Sin embargo, a nuestro alrededor caminan muchos muertos en vida, y no me estoy refiriendo a esos zombis asquerosos que dan vida a la popular serie The Walking Dead.
Me refiero a esos funcionarios o trabajadores, públicos y privados, más pendientes del reloj que de hacer la tarea que se les encomienda como Dios manda, esos que dan pereza con solo verlos, los que le tienen que pedir permiso a una mano para mover otra, a esos que cuando se les quiere “vender” una idea para hacer algo novedoso en el brete, o cambiar una rutina, son los primeros en encontrar peros por todo lado.
Son esas personas que posiblemente en algún momento estuvieron llenas de sueños y se les fueron apagando. Esos que llegaron al punto en que es más fácil seguir la corriente; donde no se reciben críticas ni la vida se les complica porque nunca toman decisiones.
Por eso no hay que tenerles miedo a los muertos, si no a los vivos. Tampoco hay que temerle a la muerte física, pero sí a la muerte mental, emocional... a estar muerto en vida.