“A Costa Rica no se viene a denunciar; se viene a aprender”.
Con esa frase resumió el expresidente colombiano Andrés Pastrana la confianza que tiene el continente americano en nuestro Tribunal Supremo de Elecciones (TSE); lo dijo en el 2018, cuando vino como jefe de los observadores de la OEA a las votaciones ganadas por Carlos Alvarado.
Este ejemplar proceso y transparente proceso electoral, que nos admiran países del todo el mundo, obecede a que hace poco menos de tres cuartos de siglo Costa Rica derramó sangre en una guerra civil nacida de la desconfianza en los resultados electorales. La lección quedó aprendida y un elemento clave del nuevo diseño constitucional fue el establecimiento de un cuarto poder, el TSE, con plenas potestades para organizar y supervisar las elecciones, al punto de recibir el mando de la Fuerza Pública seis meses antes de cada votación.
Desde entonces, el Tribunal Supremo de Elecciones ha sido garante de los procesos electorales y, también, de la paz social. La pureza del sufragio y la abolición del Ejército son motivo de orgullo para los costarricenses.
Hablar a estas alturas de “chorreo” de votos y fraude electoral es una profunda irresponsabilidad. En otras naciones de sólida tradición democrática hemos visto adonde llevan esas enfermizas acusaciones.
El Capitolio de los EE.UU. fue invadido por una turba enardecida por falsas acusaciones de fraude y exigencias de ignorar la voluntad popular. Hubo muertos y heridos, pero el daño a la institucionalidad perdura y se profundiza.
La democracia también se abona con prudencia y mesura. Debemos hacer cuanto esté a nuestro alcance para preservarla, comenzando por conectar la lengua con el cerebro.