Esta semana los obispos de la iglesia Católica del país se reunieron en la 126 Asamblea Ordinaria en la cual tomaron la decisión de elegir como presidente de la Conferencia Episcopal de Costa Rica a monseñor Javier Román Arias, obispo de la diócesis de Limón. El anterior jerarca católico fue monseñor José Manuel Garita, obispo de Ciudad Quesada.
En un documento, los obispos confirmaron que la totalidad de la directiva que dirigirá las riendas de la iglesia Católica tica por los próximos tres años quedó así: monseñor Mario Enrique Quirós Quirós, obispo de Cartago, como vicepresidente; monseñor Bartolomé Buigues Oller, obispo de Alajuela, como secretario general y a monseñor José Rafael Quirós Quirós, arzobispo de San José, como tesorero.
“Les encomendamos a Nuestra Señora de Los Ángeles, patrona de Costa Rica, para que interceda en esta misión encomendada y pedimos a todos su oración por los frutos de este trabajo”, dice el comunicado firmado el pasado 7 de setiembre en el Seminario Nacional Nuestra Señora de Los Ángeles en San José.
“Caminemos juntos”
Buscamos al obispo de Limón para que nos hablara de su nuevo cargo como líder máximo de la iglesia católica nacional y nos dijo: “Asumo este encargo con la mirada puesta en el Señor, confiando en su fuerza y con la ilusión de abrir nuevos caminos que revitalicen la misión de la iglesia en nuestro país.
“Desde luego, agradecer a la junta directiva saliente, en particular a Monseñor José Manuel Garita por su servicio y desvelos en los últimos tres años.
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“Mi primer llamado como presidente de la Conferencia Episcopal es en clave sinodal: caminemos juntos, construyamos juntos, en escucha, diálogo y respeto, valorando y acrecentando nuestra fe, fundamentada en el encuentro personal con Jesucristo, el único que da sentido a nuestras vidas”, asegura monseñor Román Arias.
Agrega el sacerdote de Limón que la iglesia que se debe construir es la que Jesús nos dio el ejemplo: cercana, misericordiosa, que muestre al mundo la verdad, que sea luz y guía en medio de la confusión actual del mundo y sus promesas de felicidad.
“Una iglesia que haga de los pobres su prioridad, que vea en ellos a Jesús, que sienta y sufra con ellos realmente. Una Iglesia que celebre su fe con gozo y esmero. Que atraiga a las personas no por proselitismo sino por amor y ejemplo de fraternidad en Cristo.
“Debemos cuidar aspectos como las homilías, el mismo trato humano, facilitar las cosas sin quitar rigurosidad, avanzar hacia una iglesia más simple con menos burocracia y más escucha y comprensión”, asegura.