Don Manrique Suárez y su esposa, Daisy Herrera, guardan en la memoria, como un tesoro, los buenos momentos que vivieron junto a su hijo Manrique durante los 14 años que lo tuvieron a su lado.
Las competencias de comer alitas de pollo picantes, las clases de taekwondo y de ajedrez, sus abrazos e invitaciones para que olieran su fuerte sudor son algunas de las imágenes que llegaron a la mente de estos padres mientras conversaron con La Teja en su casa del barrio Córdoba, en San José, y recordaron a su muchacho.
La mañana del 26 de junio del 2004 Manrique Suárez Herrera salió a andar en bicicleta junto a su padre. Se dirigían hacia San José de La Montaña, en Heredia, pero a solo 175 metros de su casa de entonces, llegó la tragedia. En los semáforos de Jardines del Recuerdo, en La Valencia de Heredia, un camión atropelló al jovencito.
La pareja ha debido trabajar mucho para levantarse del inmenso dolor al que se enfrentó.
Les tomó varios años, estuvieron a punto de separarse dos veces y don Manrique intentó quitarse la vida, pero ahora comprenden que la muerte de Manri, como lo llaman, tenía un propósito: prepararlos para ayudar a otros padres que, como ellos, han perdido a un hijo.
"La muerte de un hijo es un huracán que dura toda la vida, pero uno empieza a andar en él. El mundo se quiebra en pedazos y se deja de ser la persona que uno era. Al mes de su muerte nos incorporamos a un grupo de padres con hijos que habían fallecido por alguna enfermedad terminal y que se reunía en el albergue del Hospital de Niños. Ahí estuvimos cuatro años", explican.
Duelos distintos
Cada uno de los esposos ha vivido el duelo de una manera distinta.
Por ejemplo, doña Daisy casi no va al cementerio a visitar la tumba de Manrique. Durante los tres años que continuaron viviendo en Heredia después del 2004, cada vez que pasaba por ahí le daba los buenos días a su hijo y sentía ganas de ir a sacarlo.
Por el contrario, don Manrique iba a diario al cementerio, lo convirtió en su "centro de operaciones" e, incluso, cerraba negocios por teléfono desde allí. Hasta que un día cerró el ciclo y no regresó más.
"El duelo es individual, así como el enojo. Lo que uno quiere es encontrar a alguien con quien hablar sobre lo que está sucediendo. En ese grupo (del Hospital de Niños) aprendimos muchas cosas", cuenta doña Daisy.
Cada hijo es especial
El matrimonio tiene otra hija, Lena, pero nunca vieron en ella a alguien que sustituyera a Manrique.
"Los hijos que quedan no solo perdieron al hermano, sino que perdieron a la familia, que muchas veces termina por divorciarse después de una tragedia. No sé cómo alguien puede pasar por esto solo. Nosotros en (el grupo) Renacer les decimos a los papás: 'miren, esto es lo primero que les va a pasar', para que puedan comprender que no son los únicos", explicaron Manrique y Daisy.
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De hecho, Lena (que tenía 17 años cuando murió Manrique) se vio en la obligación de madurar más rápido porque sus padres la abandonaron en ese momento y ella era la que tomaba las decisiones de la casa, recordaron sus papás.
"Ellos (los hermanos) postergan su proceso dándoles espacio a los papás. Son gente que nos ayuda mucho. Son el primer auxilio que uno ni reconoce en primera instancia", apunta la señora.
"La pérdida de un hijo les toca a los padres hasta las fibras más internas de su vida. La reacción que uno tiene esos primeros meses es muy pura, sin filtros, porque ya no se le teme a las consecuencias. No se le teme a la muerte, a nada. Lo peor que te ha podido pasar en la vida ya te pasó", dice don Manrique.
Ese es otro aspecto que les dicen a los nuevos asistentes al grupo, pues muchos padres que atraviesan por la pérdida de un hijo han llegado a perder el trabajo por reacciones desmedidas contra los jefes.
El día de su boda, Lena zapatos azules (el color favorito de Manrique) y colocó una foto de él en una mesa del salón donde fue la ceremonia.
Alegre y buen amigo
Manri, como le dicen de cariño sus papás, era un joven inteligente, alegre, jovial y buen amigo.
Eso lo sabe bien su amigo Ronny, a quien salvó de una regañada de sus padres sin importarle las consecuencias.
"Un día llegamos a una reunión de entrega de notas en el colegio y había una pared quebrada. Daisy dijo: 'Qué salada la mamá del güililla que hizo esto'. Entró la profesora con todos los papás ahí y comentó: 'Doña Daisy, qué dicha que vino porque su hijo fue el que quebró esto'. Se decidió que Manri iba a cubrir eso con sus mensualidades y además él lo iba a arreglar, cortar el material, pegarlo y pintar. No se molestó: 'Sí, pa, vamos, yo compro y yo pinto'. Él era muy simpático. Ya muerto él nos comentó Ronny, su amigo queridísimo del colegio, que Manri no había quebrado eso, que lo había quebrado él, pero que como sus papás eran tan bravos Manri asumió las consecuencias. Esa es una historia que habla de su esencia", contaron orgullosos sus padres.
Pero ese no fue el único "secreto" que descubrieron cuando Manri ya no estaba. El día de su muerte, cuando regresaron a la casa y entraron a su cuarto, se dieron cuenta de que había regalado todas sus cosas y hasta había borrado la información de su computadora.
También se dieron cuenta de que el joven les daba clases de ajedrez a los niños de su escuela y que como le encantaba leer, cuando su madre lo mandaba a acostarse a las 8 p. m. y le apagaba la luz, él seguía leyendo con una candela encendida debajo de la cobija los libros de Harry Potter, que acababan de salir para esa época.
"Era un chiquillo que brincaba de la hiperactividad a la calma. Navidad era su época favorita, desde noviembre me empezaba a pedir que adornáramos la casa, por eso seguimos festejándola aunque al principio no daban muchas ganas", agregaron.
En la graduación de quinto año de Lena, en diciembre del 2004 (el mismo año en el que murió Manrique) el colegio homenajeó al jovencito y uno de ellos revolvió todas las emociones en el corazón de la familia Suárez Herrera.
"Le entregaron una carta en la que decían que había sido escogido para representar a Heredia en las Olimpiadas de Matemáticas. Vieras qué doloroso fue eso porque él añoraba eso y antitos de su muerte me dijo: 'Pa, nos la van a mandar por correo, así que esté pendiente'. Uno recibe esas noticias y comprende al final que eran los sueños que él tenía y hay cosas que se hicieron y uno no sabe para qué", dice el papá.
Y en aquel diciembre del 2004 también les llegó un regalo de Navidad que don Manrique había comprado por Internet: era un GPS, que estaban empezando a salid. Ahora don Manrique se dedica a la venta de esos aparatos.
"Yo no quiero que la vida de Manrique se olvide y en el momento en que yo como mamá deje de hablar de mi hijo, toda la gente lo olvidó y entonces sí se murió. Esto que estamos haciendo en (el grupo) Renacer implica el presente de Manri. Nosotros somos gente feliz, no fue fácil, pero lo hemos logrado. Cómo murió Manri no es lo que más duele, sino que ya no está", dice doña Daisy.