La madrugada del lunes 2 de octubre de 1989 Jorge Campos, chofer de Empresarios Unidos, llegó tarde a su trabajo y subió rápido a los pasajeros que iban desde Puntarenas para San José en la carrera de las 4 a.m. Les dijo que en el camino les cobraba.
Jorge tenía un año y ocho meses de trabajar en la compañía Empresarios Unidos y sabía bien que cada minuto que se retrasara entre el Puerto y la capital sería un problemón para cumplir con el horario.
Eran otros tiempos y el chofer confiaba en que de camino podría recuperar el pasaje, así que inició el viaje por Cambronero. Era un día de trabajo normal.
Su esposa, Martha Cecilia Campos, y sus cuatro hijos dormían en su casa de Atenas mientras él hacía lo mismo que hacía todos los días para mantener a su familia, trabajar duro. Lo que pasaría después afectaría los planes de vida de todos.
En San Ramón fue donde la tragedia se empezó a escribir. Campos viajaba estresado ya que no había recuperado el dinero del pasaje, tenía que llegar temprano pero también responder por la plata de los asientos ocupados en el bus.
Así que cuando otro chofer de la empresa, Roger Ruiz Villalobos, subió al autobús a Jorge se le encendió el bombillo y le pidió a él que manejara, así Campos podría cobrar a los pasajeros. Hasta ahí todo iba normal hasta, el bus placas PB515 iba a llegar temprano y con la plata completa.
Una vez recuperado el dinero, en vez de retomar el volante Jorge se quedó en la grada conversando con su compañero.
Varios kilómetros adelante un furgón que transportaba arroz en granza (sin pelar) se había varado desde el domingo anterior. El conductor, de apellido Valverde, lo orilló pero siempre quedó la parte trasera salida, aunque no tapaba por completo la visibilidad.
Sin embargo, aquella mañana el sol brilló con fuerza en un cielo despejado, según lo confirmó entonces el meteorólogo Guillermo Vega Gowrzong a un medio local. El brillo del sol pudo haber encandilado al chofer, que no llevaba puestos anteojos de sol y se quejaba de la intensidad de la luz.
Así que cuando el bus pasó una curva el sol lo encandiló de nuevo y quizás el chofer no vio a tiempo el furgón estacionado, que no tenía triángulos o ninguna otra señal que llamara la atención de los conductores. El choque fue inevitable, tremendo y mortal. Campos, quien debió ir como chofer, estaba en la grada y recibió toda la fuerza del golpe. Murió de inmediato.
Más atrás los pasajeros estaban horrorizados, a muchos los despertó el golpe. El saldo del accidente fue de un muerto (Jorge Campos), 36 heridos y 5 personas graves.
Mientras esa tragedia pasaba un kilómetro antes de llegar al aeropuerto Juan Santamaría, en la casa de Atenas, Martha y sus hijos dormían tranquilos, ajenos a que en ese mismo instante ella, con 27 años, quedaba viuda y sus hijos pequeños huérfanos de padre.
Los “tutos” (todos) como sus cuatro hijos se llaman a sí mismos, tenían menos de 10 años. Karla Rebeca, la mayor, tenía 8 años; José Arturo, 7; Ronald Darío, 4 y Jonathan Josué apenas cinco meses.
Martha vivía cerca de la escuela, así que cuando la llegaron a buscar la calle estaba llena de gente que la veía raro y ella no se explicaba porqué. Le pareció extraño que las maestras hablaban entre ellas y oyó decir: “pobrecita, no le digan nada”, pero no le dio mucha importancia.
A eso de las 7 de la mañana llegó un compañero de Jorge llamado Carlos y le dijo: “Martha, necesito que se aliste porque Jorge tuvo un accidente y la necesitamos a usted para unos datos”.
Ocho días antes Jorge había tenido un accidente y se había golpeado la mano. Martha recuerda que cuando Carlos le dijo aquello, ella pensó que se trataba de lo mismo y se dijo: “¡sí que es payaso!, ¿para qué tengo que ir yo a hacer nada?”.
Cuando salió de la casa vio la gente murmurando, pero no le extrañó. La noticia ya todos la sabían, menos ella, porque la habían dado en las noticias de las 7, que Martha no oyó porque estaba haciendo oficio y tendiendo ropa.
Golpe de tristeza
Martha y Carlos se montaron a un carro y se fueron. Cuando llegó a Atenas centro una compañera de Jorge le soltó la bomba con una pregunta: “¿Usted de verdad no sabe qué le pasó a Perra Chinga (como apodaban a Jorge)?".
Martha le respondió: "yo vengo porque Carlos me trajo, pero no sé qué es". La compañera de trabajo volvió a hablar: "Jorge se murió”.
Martha entendió de golpe por qué los vecinos murmuraban y por qué Carlos iba triste y callado. Lo que no entendió nunca fue por qué la llevaron después al lugar del accidente.
Entre Atenas y el sitio del choque la acompañó una hermana de Jorge. Llegaron hasta el cruce de Manolos, donde el paso estaba cerrado, y le pidieron paso a un tráfico, pero Martha no quiso ir a ver la escena.
De regreso a casa le tocaba buscar qué hacer, era una madre soltera. Dice que de sus hijos el segundo fue el que más lloró, pero ella no se permitió "quebrarse" y siempre trabajó haciendo costuras, pero no era suficiente.
Cuenta que en un momento, algunos gerentes de la empresa le dijeron: “no la vamos a desamparar, es lamentable que Jorge muriera, pero usted no va a quedar desamparada".
Quince días después del accidente, a Martha le pusieron un chofer y un carro para que hiciera todos los trámites necesarios, Empresarios Unidos pagó los gastos del funeral y hasta prestó buses para que familiares y amigos la acompañaran en el entierro desde Atenas o desde San José.
Hora de irse
Martha recuerda que no tuvo tiempo de hacer duelo. De inmediato se tuvo que poner a buscar cómo llevar más plata a la casa. Tenía cuatro bocas qué alimentar.
Se suponía que iban a darle una indemnización por la muerte de Jorge, pero pasaba el tiempo y los millones no llovieron. Su esposo rompió dos reglas que, según le explicó un amigo que trabajaba en el INS, no permitían pagar la póliza: como no iba manejando lo iban a acusar de abandono de trabajo y si querían cobrar como pasajero el ir en la grada estaba prohibido, así que ahí tampoco iba a ganar nada.
Los problemas aumentaban porque, dice Martha, la gente del pueblo empezó a correr chismes y rumores, su mamá la empezó a presionar. La situación se volvió insoportable para ella, pero ¿adónde se iba? La casa que tenía se la construyó su suegro, pero cuenta que su madre le echaba en cara que estaba arrimada en su propiedad.
Así, con la ayuda de su hermana, arrancó lo que pudo y se fue para Sarchí, donde vive desde entonces. Se metió al INA y estudió para ser bartender y mesera, a lo que se ha dedicado durante los últimos 27 años.
En esas clases del INA conoció al padre de su quinto hijo, pero no se casó y asegura que no ha vuelto a encontrar el amor o un compañero que le dé la confianza de vivir tranquila.
Aunque la empresa de transportes ofreció pagar un abogado para que ella peleara la indemnización, ella prefirió no hacerlo. Eligió irse sin plata a buscar una nueva vida donde nadie la conociera ni fueran a molestarla a ella o a sus hijos.
"Quedé con la pensión de riesgos de trabajo del INS cubriendo a los hijos y lo de la Caja. Muchos abogados se me acercaron para ofrecerme 'ayuda', pero todos me decían que si peleaban se iban a quedar con el 60% de lo que le sacaran al INS, solo querían aprovecharse de mi situación y la de mis hijos”, asegura.
"A pesar de todo eso siento que me ha ido bien, les pude dar educación y un techo (a los hijos) porque le compré un cabito de tierra a mi cuñado y construí mi casa. Solo estuve rodando como tres años. Lo único que les hizo falta a los tutos (sus hijos) fue el papá".