José Huembes Pavón es un nicaragüense que vive en Costa Rica desde hace cinco años y que acá logró lo que nunca pudo en su país: montarse su propio negocito.
Se trata de una barbería, la cual abrió el 20 de octubre de 2020, en Grecia.
Ese proyecto le permite hoy tener a su hermano Jefferson trabajando a su lado, también como barbero. Pero la realidad de este nicaragüense fue muy distinta en los primeros tres años en suelo nacional, por eso le cuesta tanto creer que su sueño se hiciera realidad.
Cuando mira hacia atrás se le vienen recuerdos muy ingratos. Desde aquel julio de 2018 cuando cruzó la frontera, en medio del barro y el temor de que los policías migratorios lo detuvieran.
Tampoco olvida el episodio antes de llegar a Grecia. Él hacía las vacaciones de otros coterráneos en una barbería en San Pablo de Heredia. No era nada fijo y le tocaba viajar en bus, desde La Carpio.
De repente, le salió lo que parecía su gran oportunidad, cuando el dueño de otra barbería en Sabanilla de Alajuela le ofreció trabajo y supuestamente hasta un lugar para dormir. Todo era mentira, recuerda José.
“Me mandó a dormir al cuarto de pilas, en una colchoneta vieja y sucia. Decidí irme, pero no tenía hacia dónde agarrar”, recordó José, quien hoy tiene 30 años de edad.
“Cuando le dije al señor que no le seguiría trabajando me dijo que no me podía ir porque me echaría la migración. Yo estaba indocumentado, él me amenazó y salí huyendo y me fue a buscar con cuatro personas más. Me escondí debajo de unos arbustos y escuché cuando dijeron que me darían una golpiza y después llamarían a Migración”, relató.
Ese fue tan solo uno de los episodios tristes para José, quien confiesa que decidió venir a Costa Rica cuando en su país se vivía una de las peores crisis políticas de los últimos años.
Sueño de nicaragüense cumplido
Luego de tremendo susto, el camino le tenía algo mejor, no sin antes tener otro resbalón. Un paisano le comentó que en Monteverde de Puntarenas estaban buscando barberos.
Fue así como tomó las poquitas cosas que tenía, como sus infaltables herramientas para cortar el pelo y la barba. Cruzó en bus desde Sabanilla de Alajuela hasta lo que sería su nuevo pueblo, aunque solo por unas semanas.
En ese lugar turístico tampoco le fue bien. Si acaso hacía dos cortes al día y a duras penas ajustaba 50 mil colones por quincena que se iban en el cuarto que pagaba y en comida. No le quedaba un cinco partido en dos para enviarle a su hijo Diego, que hoy suma 8 años de edad.
Ya desesperado, un amigo le avisó que en Grecia abrirían una barbería y que les urgía contratar personal. Agarró de nuevo el salveque y no lo pensó dos veces para llegar a este cantón alajuelense, donde finalmente encontró la estabilidad que tanto anhelaba.
“Logré entrar a esa barbería donde trabajé como dos años y comencé a conocer gente y clientes a quienes les agradaba mi trabajo”, relató el nicaragüense.
En ese lugar sí que le cambió el panorama y como él dice, volvió a respirar un poco más tranquilo, aunque con la pandemia la situación se complicaría de nuevo.
Con el cierre de la barbería por las medidas sanitarias de Salud, lo único que les quedó fue brindar el servicio a domicilio, según las citas que les asignaba el dueño del establecimiento.
La platita que recibía era cada vez menos y su ilusión comenzaba a apagarse, otra vez. Ese revolcón emocional más bien lo envalentonó y decidió no quedarse de brazos cruzados.
“Me quedaban dos opciones, o me regresaba a mi país o lo intentaba una vez más. No me rendí y decidí atender en la sala de la casa que alquilaba, en el conocido barrio Cantarrana, en Grecia centro”.
Casi tres años de eso y aún tiene fresca la imagen de la silla vieja y casi inservible con la que comenzó. En cuanto a las máquinas y herramientas, también era poco lo que tenía.
“Como estaba la pandemia, los clientes y amigos comenzaron a escribirme que si los atendía. Así comencé hasta llegar a lo que tengo hoy”, explicó.
Poco a poco, este barbero fue comprando cositas para brindar un mejor servicio, al punto de que hoy ofrece una sala de espera y cuenta con dos sillas nuevas. Así, entre él y su hermano sacan adelante su negocito El Nica Barber Studio, que tiene una página en Facebook.
“Esto ha sido un enorme sacrificio, en más de 5 años solo una vez he podido ver a mi hijo. Vivir este presente, con todo lo que viví, me hace ilusionarme con un futuro aún mejor en este hermoso país”, comentó José, a quien los griegos le dicen Diego, en honor a su hijo.