Jairo Enriques Martínez es un ejemplo de superación como pocos se han visto. Y es que este nicaragüense que migró desde pequeño a Costa Rica del municipio de Achuapa, en León, sabe lo que es raspar la olla para salir adelante.
Hoy, con 43 años, casa, familia y su propia cadena de negocios llamados “La Esperanza”, Jairo jamás pensó que la vida iba a dar tantas vueltas y a recompensar su esfuerzo.
“En 1995 me vine con mi papá; apenas iba a cumplir 14 años. Nos vinimos por la necesidad de trabajar y superarse. Yo en esa época no tenía metas, obvio, era un carajillo, solo sabía que quería estar con mi papá”, nos contó.
“Vinimos acá y empezamos a trabajar en el campo, a recoger café, cortar caña, chapeando potreros, cosas de ese tipo”.
Según comentó, si bien no tenían la menor idea de qué quería con su vida, siempre tuvo claro que su lugar estaba junto con su padre, José Pablo.
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“Mi mamá no quería que yo me viniera, todavía era un chiquillo, y estaba en el colegio. Pero yo lo tenía decidido y, de tanto rogarle a mi mamá, aceptó y me vine.
“En aquellos tiempos no había, como ahora, todo lo que hay, entonces para poder comunicarnos era por correo, por cartas, y llegaban al mes o dos meses. En mi pueblo solo había un teléfono y era administrado por una persona, y costaba mucho que pasaran las llamadas”, recordó.
No obstante, no dejó que eso lo detuviera y le puso bonito para poder traerse a su mamá, Reina Isabel, para Costa Rica.
Sin rumbo
Con su madre acá, como admitió Jairo, en realidad,su forma de ser no cambió mucho y se dedicó a vivir sin rumbo o sueños.
“Pasamos un tiempo acá con ella, igual, recogiendo café; andábamos de un lado para el otro, sin metas, ¿qué iba a tener yo metas?”, reconoció.
“Con el tiempo dejamos de buscar el campo y mi papá buscó la ciudad. Hizo unos amigos en San José, y comenzó a trabajar en una tienda y yo me vine con él”.
Así como muchos que se mueven a la ciudad buscando una mejor vida, Jairo pensó que este capítulo iba a traer consigo nuevos aires, pero las cosas no tomaron el rumbo que su familia esperaba.
“Llegamos a vivir en el precario La Esperanza, en Pavas. Gracias a Dios, no nos fue tan mal como de aguantar hambre. Sí, cuando llegamos al precario estaba comenzando, entonces hubo necesidades de higiene, no había aguas negras y tuvimos que hacer cosas que no se deben hacer”, dijo.
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“Recuerdo que para salir a trabajar había que ponerse unas sandalias por la tierra y, ya en la calle, se ponía uno los zapatos. En esas cosas sí fue duro”.
Pero no hay mal que por bien no venga, y aunque vivir en un precario no estaba en sus planes, Jairo guarda ese lugar cerca de su corazón, y es que fue ahí, en el lugar menos esperado, donde recibió nuevos aires de esperanza.
“En ese tiempo trabajaba con mi papá en una tienda, ahí conocí a Cinthia, que se llegaría a convertir en mi esposa.
“Al poco tiempo salimos de la tienda y pusimos un negocito en el precario, una pulpería, pero era algo mínimo. Papá me la administraba y mi mamá vendía tortillas en Pavas”, contó con ilusión.
Esa primera pulpería, llamada “La Esperanza”, ya que según cuenta Jairo, es un recordatorio de donde vino, fue el inicio de lo que llegaría a ser su nueva vida y los primeros pasos de cara a cumplir su mayor sueño: tener un supermercado.
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“Mi papá me cuidaba la tienda y yo seguí trabajando en una fábrica en Heredia para guardar platita. Ya, como al año, mi papá me dijo que no trabajara más en la fábrica y que pusiéramos otra pulpería y lo hicimos”.
Nueva vida
Y si bien las cosas estaban comenzando a pintar bonito, la vida es de altos y bajos, y una situación muy fea golpeó a su familia. Resulta que su padre se enfermó y tuvieron que extirparle un riñón, lo que lo dejó en cama por un buen tiempo.
Jairo no se echó a morir y asumió con mucha valentía la responsabilidad completa de su negocio; incluso, aprovechó para hacerlo crecer.
“Me traje la pulpería para acá donde vivo, en Poás de Aserrí, siempre quedando la pulpería en Pavas, que la cuidaban mamá y papá, una vez que se recuperó”, dijo.
De ahí en adelante, la vida de Jairo ha estado llena de bendiciones. Se casó con el amor de su vida, tuvieron dos hijas y su negocio no ha dejado de crecer.
“Con mi esposa me alquilé otro local por acá, empecé con una verdulería y, al poco tiempo, me dieron permiso para poner la pulpería. Poco a poco, hemos ido creciendo y, pues, ya tenemos un minisúper y hace dos años pusimos una carnicería.
“Me compré mi propio local y ahora tengo mi propia casa”, contó con una sonrisa.
Lastimosamente, los padres de Jairo no han visto lo mucho que ha crecido ese negocito que construyeron con sus propias manos. José Pablo, su padre, falleció en el 2015 y con su muerte, su madre, Reina, decidió devolverse a Nicaragua, pero sus buenos deseos y, más importante aún, sus esperanzas, siguen resonando en los negocios.