Dentro de las cuatro paredes de su casa, una niña veía cómo sus papás tenían relaciones sexuales frente a ella y su hermana y, además, se tuvo que “acostumbrar” a ver a su madre dedicarse al comercio sexual. Cuando tenía 11 años, ya veía normal vender su cuerpo para obtener plata y, por eso, dejaba que le tocaran sus partes íntimas a cambio de que le compraran el combo de un restaurante de comida rápida.
Por muchos años, la violencia sexual que enfrentó estuvo acompañada del consumo de drogas, pero desde el 2018, esta mujer, de 30 años y vecina de San José, ha querido romper con ese círculo, para superarse y salir adelante, por su bienestar y el de sus hijos.
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En conmemoración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que se celebra este sábado 25 de noviembre, esta josefina (quien pidió no ser identificada) quiso compartir su testimonio, para demostrarle a otras personas que enfrentan una situación similar a ella, que sí se puede.
“Llegué a un punto de mi vida en donde no tenía límites, no tenía responsabilidades, no tenía habilidades para la vida. Hay que tener mucha paciencia para salir de esto, esto no se quita en tres años y quienes me han ayudado siguen confiando en mí, soy una mamá que está muy agradecida, porque en vez de cerrarme las puertas, me las siguen abriendo.
“Actualmente trabajo a tiempo completo en un centro de rehabilitación, en el que recibí tratamiento por siete meses y doy talleres y le ayudo a las chicas con problemas de drogas”, dijo esta estudiante de sicología.
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¿Cómo comenzó?
Ella asegura que la relación que tuvo con sus padres no era muy buena. Durante su infancia vivió en un precario y poco a poco se hizo amante del dinero, pues se acostumbró a ver a su madre ganarse, como dice ella, la plata fácil.
“A los 11 años mi mamá me mandaba a San José a hacer mandados y yo frecuentaba la Zona Roja. Ahí fue cuando comencé a conocer a señores que me ofrecían comprarme algo a cambio de tocarme y yo accedía, a los 12 años vendí mi virginidad.
“Mi hermana y yo veíamos que era normal exhibir el cuerpo, la sexualidad y, por eso, a los meses ya comencé a tomar cerveza y consumir algunas sustancias”, reveló.
Los males de esta muchachita se fueron agravando con el paso de los años. Fue al colegio y llegó hasta noveno año y un hombre le daba plata para comprar sus útiles, pero a cambio de sexo, aunque arrugaba la cara, pero lo hacía por el dinero.
A los 15 años ya frecuentaba las afueras de un hotel, en el centro de San José. Era menor de edad y recordó que al estar ahí aprendió mañas y hasta se hizo de un novio que estaba en la cárcel para irlo a ver se metía droga en sus partes íntimas y al tiempo decidió dejarlo, en medio de amenazas de muerte.
“Cuando me convertí en mayor de edad frecuentaba otros lugares y ahí me volví víctima de trata. En uno de esos lugares me hacían darle parte de lo que ganaba y fue un ambiente muy difícil. A los 21 años me convertí en madre por primera vez, intenté dejar las drogas y el comercio sexual, comencé a ir a una iglesia, pero dependiendo del estado de ánimo me metía drogas”, recordó.
Forzada
Volvió a quedar embarazada cuando su hijo mayor tenía 6 años. En ese tiempo ya consumía drogas más fuertes como el crack y tomaba clonazepam.
”En ese tiempo ya andaba muy loca, como dicen, y en esas llegó un cliente, de piel morena y me agarró del cuello y me violó. Quedé embarazada de él y estuve muy mal, no quería nada, al inicio no quería a mi hijo y compré unas pastillas para abortar, pero logré tener algo de juicio y era consciente de que él no tenía la culpa y decidí tener a mi hijo”, añadió.
Esta situación la hizo tocar fondo. El PANI la refirió a la Fundación Rahab en el 2018, su hijo menor estaba a cargo de su hermana y permaneció en la institución por poco tiempo.
“Uno siente un vacío, pero no quería estar ahí, decía que esas viejas (las colaboradoras de la fundación) me caían mal. Me fui, seguí consumiendo y encontré un centro de rehabilitación y estuve ahí por 7 meses, quería un cambio.
“A los 22 de salir recaí en el comercio sexual, claramente tenía una adicción a la plata, en un día bueno ganaba 100 mil colones. Al tiempo, intenté dejar de consumir, pero recaía, no era fácil salir de este problema y ahí quedé embarazada de mi tercer hijo”, añadió.
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Luego de tener al bebé, las autoridades intervinieron y tuvieron al menor por seis meses. Luego de ese tiempo lo recuperó y en ese entonces la fundación Rahab le tendió nuevamente la mano para darle una beca universitaria y permanece ahí hasta el día de hoy, donde espera graduarse y darle una mejor calidad de vida a sus hijos.
“En el Cindea logré sacar el bachillerato y actualmente me pagan una beca completa. Trabajo a tiempo completo, para sacar a mis hijos adelante. En Costa Rica somos privilegiadas porque hay muchas fundaciones que pueden ayudarte. Es tener las ganas, paciencia, voluntad para cambiar.
“Busquen ayuda, gracias a Dios se puede salir adelante, yo creí que no podría, porque toda la vida me dijeron que no servía para nada, que sería prostituta de por vida, pero tengo la motivación y por mis hijos quiero seguirlo intentando”, comentó.