Hace dos meses y medio su congregación cristiana le pidió que abandonara Ucrania ante la inminente guerra que se avecinaba, pero ahora el misionero costarricense Roberto Ramírez Quesada finalmente recibió el permiso de regresar a un país inmerso en la batalla por la invasión rusa.
“Desde hace ocho días estoy aquí, combinando la labor espiritual con el apoyo humanístico. Ante tanto dolor y necesidad, son dos áreas que llevo de la mano, a veces hasta esbozar una sonrisa o hacer sonreír es un paliativo”, contó el tico que estaba deseando volver.
Ramírez tiene 33 años, es ingeniero industrial y es nativo de Paraíso de Cartago.
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Él desarrolla su función pastoral y humanitaria en Kaharlyk, un pueblo a 80 kilómetros de la capital ucraniana de Kiev, que en parte ha sido devastada por los ataques rusos.
La congregación a la que pertenece este ingeniero costarricense se llama Operación Movilización, que tiene representación en diferentes países del mundo.
Ese apostolado de Ramírez empezó hace cuatro años.
“Somos una organización cristiana, nuestra idea es dar a conocer el nombre de Jesús, pero a su vez creemos que el Evangelio debe ser algo integral. Impartir la fe, pero también contribuir a tareas de capacitación de oficios u profesiones, conciencia ambiental y educación para niños”, detalló.
Esta convicción religiosa la ha vivido en el continente americano, en Asia y ahora en Europa, específicamente Ucrania, donde lo sorprendió la guerra.
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Trata siempre de estar comunicado con su familia, ya que entiende la preocupación de sus padres, hermanos y familia en general.