El arte de restaurar carros antiguos no es para cualquiera porque hay que ponerle amor y dedicación, o sea, todo lo que le sobra a Guido Rodríguez, un experimentado mecánico puriscaleño.
Él es mecánico especializado en maquinaria pesada y desde hace 15 años sufrió un accidente laboral que lo dejó en silla de ruedas, pero no se dio por vencido y después de pasar un año asimilando los cambios en su vida, regresó a trabajar, pero ahora de manera independiente.
Los conocimientos los adquirió en su época de estudiante, cuando trabajó en talleres de enderezado y pintura. Esa experiencia lo motivó a retirarse del atletismo en juegos paralímpicos, en el 2015, para dedicarse a la restauración.
Su primer chaineado en esa época fue un Volkswagen Safari de 1971, de su amigo Julio Azofeifa. Estos son carros que en sus inicios fueron diseñados para el ejército y para andar en los desiertos, por lo que no tienen techo.
“Mi amigo fue la primera persona que me dio la oportunidad de restaurar uno de los Safaris (ya ha renovado cuatro) y a partir de ahí fue cuando le tomé más gusto a la restauración de carros antiguos porque es tan emocionante ver un carro que te llega casi en chatarra y ver el resultado final con el esfuerzo de uno”, comentó el vecino de Junquillo, arriba de Puriscal.
Julio dijo que fue una apuesta de confianza entre ambas partes y por dicha no decepcionó a su amigo.
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Los cuatro Safari Volkswagen que restauró, los dejó como un ajito junto a su padre, Guido Rodríguez, quien falleció hace dos años y medio y asegura que él fue uno de sus impulsores para que se involucrara más en este campo.
Además también dejó como nuevos otros dos escarabajos, una combi (buseta de Wolkswagen) como en la que está trabajando actualmente y un Datsun Bluebird modelo 1967, esto en la línea de carros antiguos, pero también le deja su carrito moderno chaneado si lo necesita.
“Los más impactantes fueron los Safaris porque llegaron en una condición que cualquiera diría: ‘ni un cinco por eso’ y es lo más hermoso ver el esfuerzo que uno pone y verlo terminado y decir, ‘pucha, no me imaginé que de esa piedra toda concha, llegara a sacar algo tan detallado’”, comentó Rodríguez.
De exhibición
La calidad de su trabajo es tan buena, que incluso uno de los que restauró, fue la imagen para el Vochofest 2018.
Dependiendo del grado de restauración que el cliente quiera puede tomarle de tres a ocho meses terminar con un carro.
“Cobro un precio justo para el trabajo que estoy haciendo, muchos talleres me han tachado de loco por cobrar lo que cobro. El trabajo queda reflejado y sirve para que me recomienden con otros”, aseguró el mecánico.
Es tan fiebrazo de lo que hace que en su cuerpo lleva tatuado a Wall-E (un robot de una película de Disney y Pixar) porque representa mucho porque el famoso personaje trabaja con chatarra como él y ama hacerlo.
“Muchos de los clientes que han venido desde San José han sido por referencia de otras personas y cuando llegan por primera vez se sorprenden cuando se lo encuentran a uno de frente y lo ven a uno en la silla de ruedas, pero aunque no dicen nada, siento que se admiran y les llama mucho la atención, pero no he tenido ningún rechazo”, reconoció el josefino.
Sin excusas
Guido sufre una paraplejia por desplazamiento de las vértebras L1, lo que le permite ponerse de pie, pero no caminar. Además tiene sensibilidad en los músculos del muslo y en los glúteos, por eso se puede recostar a la carrocería mientras trabaja en la pintada o lo sostiene su ayudante, José Alberto Rojas Mora.
“El detalle de la restauración es ir viendo lo que se va encontrando, puede verse de una forma, pero al ir trabajando descubre que estaba más mal de lo que se veía”, aclaró.
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Azofeifa es un fiebrazo de los Volkswagen y por eso cuando sus compas le preguntan quién le restauró el chuzo, no duda en recomendar a Guido.
“Cuando me siento cansado y agobiado, me digo a mí mismo: ‘bueno, si Guido con todo lo que ha vivido, sigue adelante, ¿por qué yo no?’. Es una inspiración para mí”, contó Azofeifa.