Ana Montero Naranjo vivió gran parte de su vida en un matrimonio en el que los gritos y los malos tratos, según cuenta, eran algo de todos los días.
Durante muchos años sintió la necesidad de terminar esa relación, pero el temor de no poder salir adelante con sus dos hijos la hacía sentirse atada.
Hace cuatro años se decidió y pidió el divorcio. Su mamá la recibió en su casa con sus dos hijos: Mathew y Brandon, quien es autista.
Una vez libre, empezó a sentir paz, pero la angustia de no saber cómo iba a llevar el arroz y los frijoles a su hogar la atormentaba.
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José Montero, el hermano de Ana, se convirtió en su apoyo, la convenció de que tenía la capacidad para salir adelante y le propuso ayudarla a convertirse en una chofer de Uber, para que ganara plata en eso, hasta le ofreció su carro para que trabajara y así empezó la nueva historia de esta valiente mujer.
“Antes yo no trabajaba, me dedicaba tiempo completo a ser ama de casa. Cuando me divorcié no podía encontrar trabajo porque las condiciones de mi hijo Brandon hacen que yo deba llevarlo a la escuela especial a la que asiste, a las frecuentes citas médicas, a las terapias y no era factible buscar un empleo que me permitiera tener un horario tan flexible”, relató.
Ana empezó a cuidar chiquitos en la casa de la mamá, pero la insistencia de su hermano la hizo atreverse a trabajar en Uber.
“Al principio me dio mucho miedo porque yo no manejaba bien el Waze ni las aplicaciones en el teléfono, tenía licencia, pero no sabía manejar carros manuales, solo automáticos, y el carro que tiene mi hermano es manual, eso también me asustó, pero en dos sábados aprendí.
“No le voy a negar que al inicio me costó mucho, me perdía llegando a las ubicaciones, pero poco a poco fui aprendiendo y saliendo adelante, la misma gente me ayudaba mucho porque algunas veces tuve que pedirles que me guiaran para el lugar al que íbamos y muy amables me decían que sí”, recordó la valiente.
Días apretados
Durante un año, Ana y sus hijos vieron en la casa de su mamá, pero ya cuando pudo acomodarse con el trabajo se independizó y se fue a vivir a La Uruca, a un apartamento con sus muchachos.
Los días de la empunchada mamá son muy apretados, se levanta a las 3:20 de la mañana para salir a trotar un rato, aprovechando que a esa hora Brandon está dormido y su hijo mayor está en la casa con él.
“Regreso a la casa como a las 4:30 de la mañana, me baño, desayuno y a las 5 en punto estoy conectada en la app de Uber. A las 7 a.m. vuelvo a la casa para llevar a Brandon a la escuela, ya a esa hora mi hijo mayor lo tiene listo para que yo me lo lleve, él estudia en la Escuela Neuropsiquiátrica Infantil, en Tibás, y entra a las 7:30 a.m.
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Mientras el jovencito está estudiando, la mamá aprovecha para trabajar y, cuando el sale, alrededor de las 2 p.m., ella se desconecta de la plataforma para ir a recogerlo y llevarlo a la casa. Lo baña, le da almuerzo, almuerza ella también y a las 3:30 p.m. su mamá llega a la casa para quedarse cuidando a Brandon mientras ella va a trabajar de nuevo, regresa a casa como a las 9:30 p.m. y empieza a alistar la merienda y el bulto del joven para el día siguiente.
Sin embargo, la rutina de esta familia es muy variable ya que Brandon con frecuencia tiene citas médicas y terapias, así que su mamá se acomoda en el trabajo para poder llevarlo a todo lado.
Cuando esta valiente ve hacia atrás, se da cuenta de lo mucho que ha avanzado en su vida y se siente orgullosa de lo que ha conseguido por su propia cuenta.
“Viví muchos años con mi exesposo y los gritos eran algo de todos los días, cuando me divorcié yo era una de las que pensaba que no iba a poder sola, la situación de Brandon me preocupaba porque sabía que no podía conseguir cualquier trabajo por él.
“Ahora les digo a las mujeres que ¡sí se puede! Uno aprende a todo, uno soluciona, como mujer se organiza y va resolviendo conforme salen las cosas”, aseguró.