Con una enorme sonrisa, Jéssica Espinoza enfrenta las dificultades que trae cada día y va hacia adelante con optimismo.
Esta maestra de preescolar nació en la isla Chira, Puntarenas, el 23 de enero de 1974.
Los dedos de ambas extremidades no se le desarrollaran correctamente y el médico que la trajo al mundo le dijo a su madre que esa niña dependería toda la vida de sus padres, que no podría valerse por su cuenta.
Pero en vez de apropiarse de esas palabras, doña Gumersinda Medina las ignoró y puso su mayor esfuerzo en hacer de su hija una persona independiente.
Hoy, 47 años después, Jéssica demuestra que el trabajo se hizo bien.
En el marco del Día del Maestro, que se celebra el 22 de noviembre, les contamos su historia.
Actualmente Jéssica trabaja en dos centros esducativos, la Escuela Fernández, de Guacimal, y tiene un recargo en la Escuela La Guaria, en el mismo lugar. La primera tiene algo especial porque es donde duerme de lunes a viernes desde hace un año.
Mientras haga buen tiempo, la educadora transforma el aula en su dormitorio colocando en el suelo una alfombra y una colchoneta; cuando llueve la cosa cambia, como hay muchas probabilidades de que se meta el agua, debe acomodarse sobre el escritorio.
¿Por qué se queda en la escuela en vez de viajar a la casa? Bueno, ella nos lo cuenta.
“Por cuestiones de viaje diario cargando las maletas se me hizo un problema en la cadera y me produce mucho dolor, entonces opté por quedarme a dormir en la escuela. Eso (viajar) me cansaba mucho y así (quedándose en el centro educativo) cuido mi energía para atender bien a mis estudiantes”, explica.
A los 33 años Jéssica retomó los estudios, terminó el bachillerato y sacó su profesión, en la que se graduó con honores. Tiene diez años de ser docente y en este tiempo ha logrado demostrar su carisma y vocación, dos cualidades que la hicieron merecedora del premio Lámpara Dorada 2021, otorgado por el Colegio Internacional Canadiense. El de ella fue en la categoría de educación.
El galardón se lo entregaron el 18 de noviembre.
“Fue una sorpresa porque uno trabaja porque ama su profesión, porque es apasionado de lo que hace, pero que se lo reconozcan es un gran detalle. Lo recibí yo, pero lo hice en nombre de todos mis compañeros”, contó la maestra.
Educación entrecortada
Jéssica es la cuarta de seis hijos. La condición con la que nació hizo que en los pies solo tenga dos dedos, pero ella hasta anda en tacones y maneja sin problemas.
Cuando tenía un año comenzó un tratamiento en el Hospital Nacional de Niños y a los cuatro la operaron.
“Mi familia era de escasos recursos, no teníamos televisión, ni electricidad y mi mamá tenía que irse para San Jospe a internarme y a las citas mías. Mi papá era pescador y así pasó mi vida, hasta los cinco años que entré a la escuela de oyente y como resulté bastante inteligente, me eximieron y a mitad de año me pasaron a segundo grado y salí de sexto cuando iba a cumplir once años”, cuenta Jéssica.
Por la situación económica de sus padres no pudo ir al colegio hasta cuando cumplió 15 años; una familia puntarenense le abrió las puertas de su casa y prácticamente la adoptó.
Eligió estudiar educación porque considera que lo trae en la sangre.
“Desde que tengo uso de razón quise dar clases, les daba lecciones a todos los familiares para practicar. Sé que nací para eso”.
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Momento difícil
Aunque tine un optimismo envidiable, su primera experiencia en el aula, en el 2011 en la Escuela Yireh, en El Roble de Puntarenas, tuvo un momento amargo.
“Antes de ir a trabajar llamé a mi prima Cindy Chavarría, que es psicóloga, para pedirle una técnica para romper el hielo con los chiquitos por mi discapacidad. Había dos posibilidades cuando ellos me vieran: que se sintieran identificados porque tengo las manitas pequeñitas, como las de ellos, o que se asustaran y ese primer día un niño se asustó cuando me vio”, recordó aún conmovida.
Dice que se le aceleró el corazón y se sintió triste.
“Fue un momento muy difícil. El niño no se quiso quedar en la escuela y le pedí a Dios que me diera una estrategia para conquistar el corazón de ese niño y le empeceé a mandar los trabajos para la casa y le recalcaba a la mamá que le dijera que se lo mandaba la niña y que yo lo esperaba y al pasar los días él regresó y me emocionó mucho. Cuando me vio me abrazó como si me conociera de toda la vida”.