Enid Abarca se lanzó al agua con el fin de atender el llamado de su suegra Marianita Segura, conocida como Doña Mara, para que le echara una mano, a pesar de que no sabía cómo funcionaba el negocio de la venta de mora.
El llamado de auxilio ocurrió en el 2014, ya que la empresa de sus suegros (en Santa Eduviges de Páramo en Pérez Zeledón), con la que estaban exportando mora, quebró y dejó guindando a todos los productores locales con sus cosechas.
Recibieron ofertas de compradores para distribuir, pero querían que les dieran el producto regalado a $1 (¢500 en ese momento) y ellos la revendían al cliente final hasta en ¢2.500 el kilo.
“Mis suegros tenían la refri llena de mora, no sabían dónde colocarla y mi suegra me preguntó que qué hacían. Fuimos a supermercados de amigos y conocidos y nos explicaron qué necesitábamos para empezar a vender (patente, registro sanitario y código de barras), por lo que sacamos todo y entre el 2014 y el 2016 ya habíamos abarcado todos los supermercados de la zona y llegó una distribuidora de la Gran Área Metropolitana, interesada en los productos”, contó la empunchada.
Al principio, vendían la fruta fresca, pero la distribuidora les preguntó si podían congelarla y doña Enid, dijo que sí de una.
“No sabía en lo que me estaba metiendo, me fui para una tienda de electrodomésticos y me compré unos congeladores. Luego nos fueron pidiendo piña, guanábana, sandía, maracuyá y cuando nos dimos cuenta teníamos 15 productos diferentes”, recordó.
Su esposo tiene formación financiera y trabajaba en la tesorería de una cooperativa, mientras que ella breteaba en el INS, así que tuvo una formación administrativa, lo cual les ayudó mucho.
“Al principio facturábamos ¢40.000 al mes, en el primer envío a los supermercados llevamos 20 cajitas de mora y todas se vendieron. Para el segundo envío nos pidieron el doble pero nos dijeron que se puso malo”, recordó Abarca.
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Ese obstáculo no los apachurró y se pusieron a investigar qué había pasado, descubrieron que las bandejas no eran las adecuadas para el producto y averiguaron cómo lo hacían en otros países.
“No nos quedamos de brazos cruzados y en el 2018 ya estábamos facturando casi ¢4.500.000 por mes. En ese momento estaba embarazada de mi cuarto bebé (Fabián), la mayor (Keilyn) tenía 12 años, Jimena dos años y Sofía un año, Me creció el negocio y la familia”, agregó la pulseadora.
Llegó el momento de tomar decisiones, por lo que su esposo, Deivis Camacho, renunció a su trabajo en abril del 2018 y ella lo hizo en junio de ese año para dedicarse de lleno al negocio.
“Usamos nuestras liquidaciones para abrir la planta porque la cochera de mis suegros se nos hizo pequeña. Mi suegro tenía un plantel de 400 metros y nos lo ofreció. Usamos los ahorros, sacamos préstamos y todo se lo metimos al negocio. Abrimos la primera etapa de la planta y compramos una cámara de congelados que nos permitió pasar de congelar 1.200 a 5.000 kilos”, recuerda.
Capacitación constante
La salvada es que Enid, de 35 años, siempre busca capacitarse y participar en los procesos de mejora de su empresa, es así como participó en la plataforma Crecimiento Verde de Procomer en el 2018 para apoyar a empresas que querían hacer su sistema sostenible y ganaron el primer lugar.
También obtuvo una beca en Panamá por sugerencia de Procomer y del Banco Nacional, ya que buscaban a una emprendedora de la Región Brunca.
Ella aceptó para saber qué era lo que buscaban sus clientes fuera del país, a pesar de que en ese momento su bebé tenía solo cinco meses.
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Además, en el 2019, salió el Sistema Banca para el Desarrollo, programa de capital de riesgo, por lo que ella postuló la empresa y la eligieron entre 450 participantes.
“Yo no me quedé quedita y Procomer lanzó otro programa, Women Export, donde les daban todas las herramientas a las mujeres para que su empresa pudiera exportar”, comentó.
Duro golpe
Pero el 17 de marzo del 2020 uno de sus clientes le dijo que no le comprarían el pedido que tenían listo, debido a la “gripecilla china” que luego se convirtió en pandemia.
“Teníamos las bodegas llenas de producto y nadie comprara. Se iba a perder, así que lo donamos a fundaciones que necesitaban alimentos”, recordó la empresaria.
Como todo se complicó, ellos debieron alquilar su casa en el centro de Pérez Zeledón para pagar la mensualidad del banco e irse a vivir cerca de la planta, a hora y 15 minutos del centro, sin acceso a cable o Internet. El carro también tuvieron que venderlo.
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Durante ese duro momento, ella hizo queques para vender y se puso una granja de pollos mientras regresaban nuevamente los clientes.
Cuando estaba lista para exportar, descubrió un nuevo inconveniente, su nombre Frutas Doña Mara, en honor a su suegra, podía ser asociado a las maras centroamericanas por lo que sacaron la marca Froz Fruit para comercializar en el exterior.
Otro sueño
Además, su sueño de estudiar en el INCAE se le cumplió ya que se ganó una beca para estudiar de modo virtual todos los días de 8 a.m. a mediodía.
Todo lo que aprendió lo aplicó al negocio para mejorar.
Ahora ya ha exportado a Puerto Rico y Uruguay.