Alejandra Villalta Roldán fue la última atleta que ingresó a la meta en la carrera La Candelaria del pasado domingo 9 de febrero; sin embargo, se ganó la medalla de oro al esfuerzo, la perseverancia, el amor al deporte y la inspiración.
Tiene 47 años. Nació, creció y vive en Churuca de Cartago (o sea, en San Rafael de Oreamuno). Esta amante de los deportes, de toda la vida, sufrió un durísimo accidente de tránsito en el 2015 que le cambió la vida.
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Fueron tan fuertes sus lesiones que los propios doctores le aseguraron a la familia que era casi imposible que volviera a caminar, incluso, un día llamaron a sus seres amados para que, prácticamente, se despidieran porque no sabían si iba a amanecer con vida.
Medalla de oro
Desde el domingo anterior circulan en redes sociales algunos videos de Alejandra llegando de última a la meta de La Candelaria, no obstante, como ella misma dice: “jamás pasó por mi mente retirarme, yo terminaba porque terminaba y punto”.
Hubo quienes pensaron que no terminaría porque a los 8 kilómetros (de los 10 que corrió) se detuvo.
“Paré un momento para descansar unos segundos y para verme la rodilla derecha porque me estaba doliendo mucho.
“Nunca pensé en retirarme. Tenía muy claro que no me iba a rendir, estaba superconvencida de que llegaba a la meta porque llegaba. Terminé la carrera por agradecimiento a Dios, por mí, por mi hijo y por todas las personas que me estaban apoyando al lado de la calle y fueron una increíble inspiración”, nos comentó la atleta.
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La vecina de Churuca asegura que también corrió y terminó por todos los que se inscribieron, pero no pudieron terminar, por todos los que tienen alguna discapacidad física y piensan que no se puede.
“Era importante demostrar que sí se puede, por eso mi lema de vida ahora es: ‘Yo puedo, vos podés’. No me gusta decir discapacidad, prefiero decir que soy una atleta con diversidad funcional. Soy de las que siempre buscó la forma de hacer las cosas pese a las limitaciones físicas, eso se llama evolucionar.
“Hay que proponerse metas cada vez más altas. Los límites están en la mente y superarlos depende de la fuerza del corazón que uno tenga y yo tengo mucha de esa fuerza”, reconoció.
Tras su accidente, nos asegura, le quedó muy claro que no se pueden superar ciertos obstáculos sin ayuda, que es importante ser humilde y pedir ayuda cuando se ocupa, además, ser humilde para recibir esa ayuda.
Deja muy claro que los 10 kilómetros del domingo pasado los terminó gracias a la tremenda ayuda de la gente que le gritaba apoyándola, que de un pronto a otro comenzó a echarle porras.
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“Es increíble, fui la última que cruzó la meta, pero al pasar esa meta disfruté de una de las alegrías más grandes de mi vida. Como dicen, cerré con broche de oro esa carrera, demostré que no era solo una atleta más sino una atleta con diversidad funcional que a pesar de esa limitación y de llegar de última, cumplió con el objetivo que se propuso.
“Escuchar a gente que jamás en mi vida conocí gritándome ‘dele, dele, falta poco’, ‘dele, usted puede, dele’, me llenó de una fuerza increíble. Disfruté de uno de los espíritus solidarios más lindos de la humanidad, también del espíritu deportivo que se inyectó con tanto apoyo.
“Por eso le digo que yo no llegué de última, yo gané medalla de oro. Llegué con las patrullas sonando y las ambulancias. Mi llegada fue una gran fiesta. Uno puede brillar a pesar de ser el último”, dice con tremenda felicidad.
Tragedia en el 2015
Alejandra tenía 37 años el 15 de marzo del 2015, 11 días después, el 26 de marzo, cumplía los 38. Aquel 15, siendo la acompañante en un carro, chocó de frente contra otro vehículo y a ella le tocó la peor parte: fractura del cuello, fractura del cráneo, de costillas, fracturas en toda la pierna izquierda hasta la cadera y lesiones por toda la pierna derecha.
Tras el bombazo pasó internada en el Calderón Guardia dos meses y una semana, una gran cantidad de ese tiempo con un coma inducido en neurocríticos. Después pasó al Centro Nacional de Rehabilitación (Cenare), en la cama 47.
“No recuerdo nada del accidente. Incluso, no recuerdo nada desde una semana antes y unos dos meses después. Me contó la familia que los doctores un día les dijeron que no sabían si iba a sobrevivir 24 horas más.
“Al principio no sabían si me iban a tener que amputar la pierna izquierda y después no sabían si iba a volver a caminar. A mis tíos les dijeron que mi caso era superdifícil. El doctor que me atendió, horas después del accidente, con el cual hablé un año después, me dijo que creyó que ya yo estaba muerta”, dice la brumosa.
Tetrapléjica y con pañal
La ahora corredora se fracturó las vértebras 6 y 7, justo a la altura del cuello, por eso pasó más de un año sin caminar. Durante más de un año usó pañales, la bañaban en la cama, le tenían que dar de comer, lavarle los dientes, en fin, hacerle todo porque no podía moverse en lo absoluto.
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Sí recuerda que se sentía demasiado mal al entender, según ella, que era un estorbo para su familia y una carga para su hijo de 11 años. No niega que entró en depresión y muy fuerte. De esas depresiones que son muy peligrosas, sobre todo cuando le aseguraron que era casi imposible que volviera a caminar, algo que le costaba entender porque antes del accidente corría todos los días.
“El deporte me salvó la pierna y la vida. El doctor me dijo que no me amputó la pierna izquierda porque tenía suficiente masa muscular para sostener el hueso tan fracturado. Pude volver a levantarme, volver a intentar caminar otra ve y así encontré un propósito en la vida en medio de la depresión.
“En el Cenare me estimularon mucho las piernas. Fue un proceso muy largo, se sufre mucho, pero yo estaba decidida a volver a caminar, tenía que lograrlo por mi hijo. Duré dos años y medio en volver a caminar. Se vuelve a comenzar de cero, es volver a aprender a caminar, a mover las manos, a ir al baño, a comer, a tragar, en fin, como un bebé, aprender todo de nuevo”, comentó.
Hace siete años fue que inició el proceso de trotar muy suavecito, pero no lo logró porque le quedó un daño permanente en la pierna derecha. La pierna izquierda la reconstruyeron casi totalmente con titanio y esa está bien, la derecha tiene un gran daño nervioso.
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“Las lesiones que me quedaron no son nada en comparación a lo que me pasó. Soy agradecida con Dios por lo que viví y por lo que he logrado. Actualmente soy fotógrafa y doy charlas motivacionales (puede llamarla al 8784-5562 o escribirle al correo: avillalta77@gmail.com).
“Todos los días me demuestro que a pesar de mis circunstancias físicas puedo lograr lo que me proponga”, advierte Alejandra, quien ya corrió en Nueva York una maratón (42 kilómetros) y un par de carreras de 10 kilómetros.
“Me van a ver, si Dios quiere, por mucho tiempo en las carreteras durante las competencias, ya no me voy a detener”, asegura con total determinación.