El 24 de mayo de 1979 se fundó el Bar La Avispa y a lo largo de 40 años se ha consolidado como un símbolo de la comunidad LGTBIQ del país.
Ubicado en el corazón de la capital, exactamente en calle 1, avenida 8 y 10, este establecimiento es una fortaleza para los miembros de la población diversa, quienes durante décadas han luchado por el reconocimiento de sus derechos.
Su propietaria, Ana Vega, nos recibió en su negocio para contarnos cómo era lidiar hace 40 años con el rechazo, la discriminación y la violencia por parte de las autoridades y la sociedad, solo por el hecho de querer manifestar su afecto.
“Nos veían como anormales”
Llegamos un jueves por la noche, antes de que el negocio abriera sus puertas. La primera parada fue en La Colmena, una parte de La Avispa que fue ambientada en referencia a los primeros años del bar y que en la actualidad, es el lugar favorito para las personas que buscan un ambiente más tranquilo.
Vega nos comentó que cuatro años antes de la fundación del bar, en 1975, fue víctima de la primera redada, mientras estaba en un bar llamado Vimos, ubicado en los alrededores de Plaza Víquez.
“Tenía unos 20 años, recuerdo ese día, fue impresionante, ya que no me imaginaba este tipo de cosas. La policía entró al bar y sin dar explicaciones solamente nos metieron a la perrera y pasé la noche en una delegación. Era muy fuerte, porque nos trataban como personas anormales, porque nos veían como que teníamos algo extraño.
"Recuerdo que nos decían pedazo de playo, pedazo de tortillera y a los travestis era peor, porque para los policías el vestirse de mujer era denigrar la masculinidad”, indicó.
La Avispa se inauguró cuando doña Ana tenía 24 años y añadió que lo abrió para llevarle el sustento a su familia.
“Desde que estaba en la escuela sabía que no me gustaban los hombres, pero me empecé a involucrar en la comunidad como a los 18 años. En los primeros cuatro meses nos ubicamos en Guadalupe y antes no se llamaban bares, se conocían como tabernas”, comentó.
Vega dijo que ella no tenía previsto que su negocio fuera un bar de ambiente, pero se fue consolidando así conforme pasaron los años.
“Muchas de mis amigas lesbianas me visitaban y así fue como poco a poco llegaban más miembros de la comunidad. Decidí cambiar el negocio de ubicación, pues en Guadalupe llegaban muchos hombres, muy machistas. Ellos iban a insinuarse a las mujeres y hacían comentarios porque no les dábamos pelota, entonces por motivos de seguridad decidí cambiarme de local y por fortuna pude comprar donde nos ubicamos hoy”, añadió.
Mientras conversamos, doña Ana no deja de moverse y nos dijo que ya es la costumbre, porque por muchos años ha tenido que estar alerta cada minuto, cuidando la integridad de sus clientes.
“El bar es abierto a todo público, pero es notorio que la mayoría de clientes es de la comunidad porque así pueden demostrarse su afecto sin miedo. A veces venían personas heterosexuales, recuerdo que teníamos barriles que usábamos como mesas y tal vez en una mesita había personas heterosexuales y los demás esperaban que se fueran para manifestar su afecto”, recordó.
Durante muchos años, ella y sus conocidos fueron víctimas de groserías y amenazas.
“Dos veces a la semana hacían redadas, la policía creía que teníamos algo extraño. No nos dejaban en paz y por eso decidí trabajar a puerta cerrada hasta 1990, porque así la gente venía y se mostraba como era, sin temor a sentirnos violentados. La policía tenía identificado cuáles bares eran de ambiente, cuáles visitaban los homosexuales y lesbianas”, contó.
La lucecita blanca
En los primeros años, Ana estableció un mecanismo de defensa que le permitiría a sus clientes estar tranquilos mientras permanecían dentro del bar.
Vega nos mostró el pasillo por donde se entraba al bar cuando se abrió. Es un camino estrecho y aún se conserva en la puerta una pequeña ventana, donde ella veía a quién dejaba entrar y si era la policía, encendía la luz blanca, cuyo apagado se ubica al lado derecho de la puerta.
“Apenas veía a la policía, encendía la luz. Los clientes ya estaban en todas y entonces lo que hacían era intercambiar parejas y cuando los policías llegaban, veían a parejas heterosexuales. Si no tomábamos medidas podía ser peor, porque muchas veces nos quebraron los vidrios, nos decían que habían colocado bombas dentro del bar. Era terrible”, afirmó.
No están enfermos
Las cosas empiezan a mejorar cuando en 1990 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declara que la homosexualidad no es una enfermedad mental.
“Cuando la OMS hace ese importante pronunciamiento se dejan de hacer las redadas y la gente nos ve diferente. Tenemos más derechos, pero nos ha costado mucho. Conozco a personas que fueron echadas a la calle por sus familiares, el irrespeto por ser de la comunidad es increíble”, manifestó.
Vega es consciente de que ella y La Avispa son un símbolo de lucha y a lo largo de cuatro décadas han resistido pese a todo.
“Nosotros no nos escondemos, siempre hemos estado presentes. Una amiga un día me dijo ‘gracias por tu resiliencia’ y me sentí muy bien, he aprendido a luchar, a sacar lo más positivo de las dificultades. Yo le agradezco a la gente la constancia, el cariño, el afecto y le digo a la comunidad que en los 40 años que tenemos de existir hemos evolucionado sin perder la esencia”, indicó.
Para doña Ana, los cambios en la sociedad han sido evidentes; sin embargo, aún quedan retos por superar.
“En las pasadas elecciones se revivió el odio que sienten hacia la comunidad. Antes era la policía, ahora son los políticos, las redes sociales que nos rechazan por lo que somos. Nos deben respeto, que nos consideren como personas, como seres humanos, tenemos derecho a ser felices, a la sociedad le falta amor”, agregó.
Esta luchadora se ha sentido cansada y reconoció que a veces ha querido tirar el tapón y no esconde que le duelen muchas cosas.
“Antes era más difícil, sé que se han logrado muchas cosas, pero lo difícil es ver que el odio existe, que la homofobia está ahí. A mí nunca me ha dado miedo salir a la calle, antes salía más con mis amigas, ahora me tomo las cosas con más calma”, agregó.