El amor de madre es tan grande que a veces las hace estar dispuestas a todo con tal de sacarlos adelante, pero ellos pueden convertirse en el motor que las impulse a salir de malas situaciones y buscar una vida mejor.
Ese es el caso de doña Adela Calero Montiel, una mujer de 43 años y madre de seis hijos, cinco mujeres, por quienes ha luchado y quienes la impulsaron a que dejara atrás una vida en la que sufría violencia.
Cuando salió de su casa en Upala, huyendo de los supuestos abusos y agresiones del padre de sus tres hijos mayores, consiguió trabajo en una bananera en Matina, pero por su falta de experiencia solo la dejaron un mes.
“El padre de mis tres hijos mayores tomaba mucho y me agredía constantemente de palabra y en algunas ocasiones me pegó. Mis hermanos que vivían en Guápiles me preguntaban que para qué seguía con ese hombre, que lo dejara, que por tantas cosas que se ven en las noticias ellos no querían saber que yo era una de las fallecidas a manos de mi pareja, pero les decía siempre que yo estaba bien, pese a lo que vivía”, narró esta valiente mujer.
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Incluso, cuenta que su expareja le impedía hablar con otras personas, incluso con sus hermanos, porque decía que eran una mala influencia para ella y que la aconsejaban de mala manera. Su madre murió cuando ella tenía 11 años y a su padre lo conoció cuando tenía 18 años, porque no tenían relación, o sea, no tenía mucho apoyo.
“Yo no tenía el apoyo de nadie, mis hermanos vivían largo, solo yo me quedé allá en Upala, todos se vivieron para esta zona (de Limón). Cuando yo necesitaba, me decían que me viniera por los malos tratos, pero insistía en preguntarles qué iba a hacer yo con esos güilas allá, yo nunca he trabajado en nada, ¿que voy a hacer? Me daba miedo dar el paso”, recordó la madre.
Fue hasta que en una visita de un mes de uno de sus hermanos, quien tras insistirle a diario, logró convencerla de salir de ese entorno de violencia, alistó las maletas a escondidas y se fueron para el Caribe.
“A la semana me encontró y me pidió que volviéramos y estuve seis meses más, pero siguió en lo mismo y ahí sí tomé la decisión definitiva de dejarlo y dije no más, hasta aquí, me voy”, dijo doña Adela.
“Yo quería lo mejor para mis hijos y que no estuvieran viendo las agresiones, no quería que crecieran con ese ejemplo, porque eso no es bonito. Hasta a ellos les decía cosas feas y los trataba mal, yo le reclamaba por eso. Cuando me fui todo cambió, me sentía diferente, libre por no depender de él y sentí una sensación bonita”, compartió la costurera.
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Renacer
Desde hace diez años ella vive en unión libre con su nueva pareja, Ezequiel Hernández.
“Tengo seis hijos, solo el mayor es varón y a las cinco mujeres todavía las tengo a mi cargo”, dijo esta vecina de Boston de Matina, en Limón, donde vive desde hace 15 años.
Desde pequeña siempre le gustó la costura, pero no había tenido la oportunidad de aprender mejor ese oficio, hasta hace cinco años que empezó a llevar cursos junto a Hazel Abarca, otra limonense que comparte sus conocimientos en costura con otras mujeres que no tienen los recursos económicos, para así darles las herramientas para trabajar.
“Me tuve que salir de las clases porque quedé embarazada de mi hija menor (Odilia Hernández, de 4 años), pero recientemente retomé las lecciones con Hazel y me di cuenta de que estaban conformando una cooperativa y me pareció bien apuntarme”, explicó la upaleña de nacimiento.
Ella habla de CoopeMaquila del Caribe, quedó formalmente inscrita el 14 de julio y aún están afinando los últimos detalles para iniciar la producción, pero está conformada por un total de 42 mujeres costureras que podrán con ese oficio mejorar sus vidas y las de sus familias.
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Agregó que como toda madre quiere el bienestar para sus hijos y pensó que aprender de costura y formar parte de esa cooperativa le servía porque no tiene ningún ingreso para ayudarles a sus hijas en los estudios y en lo que necesiten.
Meybeline, de 18 años, está estudiando en el cole, mientras que Keyshla, de 10 años, y Yindrey, de 8, están en la escuela. Alonso, de 25, ya se independizó y vive en Heredia, y Cris, de 21, no ha podido continuar estudiando tras salir del colegio.
Por ahora cose desde su casa prendas que vende entre vecinos y confecciona vestimentas para niños, principalmente en fechas especiales como el Día del Aborigen o el Día de la Persona Negra y la cultura Afrocostarricense, con lo que reúne poquitos de dinero.