Un hombre de 72 años, quien fue ministro y embajador, tuvo celebraciones del Día del Padre muy diferentes a las de la mayoría de personas.
Resulta que su papá fue un reconocido sacerdote, con una gran trayectoria política y cada tercer domingo de junio era un acontecimiento muy especial para ambos.
Él asegura ser muy respetuoso de la jerarquía de la Iglesia católica, muy celosa en estos asuntos, y por eso, para no alterar esa política de discreción, prefiere que se omita su nombre y el de su papá, pero asegura que fue un cura muy importante y que tuvo un hijo muy exitoso.
Cuando era niño, pasaba sus días en la casa de su mamá, al frente de lo que hoy es el Más x Menos de Guadalupe, en una casa cural y en otra vivienda que era de su papá.
Recuerda que cada Día del Padre lo celebraba como hacen la mayoría de hijos.
“Me levantaba en la casa cural, le llevaba un regalo que mami me compraba y le decía ‘feliz Día del Padre'. Luego, al crecer, vivía con él en una casa y con mami en otra.
“Era una relación muy buena, pero lo más importante es que, más allá de que fuera sacerdote, fue un excelente papá. Sé de otros curas que son excelentes papás y que los nombres me los reservo. Otros han sido como muchos papás, de esos de que ‘si te vi no me acuerdo’. De todo hay en la viña del Señor, pero a mí me tocó el mejor papá que se pude tener. Un gran intelectual y profesor”, expresó.
Esa relación tan estrecha y particular lo hizo ser un niño chineado en el pueblo donde se crió, en Coronado, pues era público que era el hijo del cura.
“Me trataban con mucho cariño. En un accidente o una caída todo el mundo corría, era el hijo del padre. Era medio travieso, cuando no era que me botaba un caballo, era que me caía.
“Nunca en la vida se ocultó nada. Todo el mundo sabía, todo el pueblo estaba enterado”, contó.
Reclamo
Incluso, recuerda que la relación entre sus padres también fue muy buena y duradera.
“Una vez llegó un grupo de señoras encopetadas a quejarse con un monseñor, a decirle que el padre tal tenía un hijo y monseñor les dijo que mi papá era un caballero por no abandonar a su dama”, dijo.
Por ese crecimiento entre iglesias, sotanas y mucha fe, el exembajador pensó alguna vez en hacerse cura como su papá, quien le dejó una gran herencia católica.
“Yo de niño quería ser sacerdote. Tenía unos paños que me ponía y decía misa, unas botellas eran los santos, escuchaba oraciones. Hasta que me di cuenta que existían las mujeres y desistí. Mi mamá mantuvo con él una relación estrecha y, aunque la iglesia los hizo separarse, siempre hubo un cariño especial”.
Tampoco olvida lo preocupado que era su papá con él.
“Siempre fue así hasta el último momento. Si iba de viaje me escribía cartas, tengo montones, o tarjetas largas. Me regañaba, era muy severo, era famoso por su fuerte carácter, cuando se le venía el colocho a la frente todos los dirigentes de Liberación Nacional le temían. Era capaz de regañar a un presidente de la República, lo hizo más de una vez”.
También dice que lo iba a ver cuando daba misa.
“Me pasaba una cosa muy interesante, cuando lo veía en el altar, en el púlpito, en una procesión, mantenía la distancia. No por una advertencia de él o porque lo tuviera prohibido, sino porque era el momento en que hacía su oficio sacerdotal e imponía respeto. En ese momento era el representante de Dios. Era una dualidad de relaciones. Pero a pesar de todo, nunca fui monaguillo”, dijo.
Al papá del exembajador le encantaba salir a pasear con su hijo en caballo, uno de los mejores recuerdos que guarda el hombre de su progenitor.
“Desde muy niño me enseñó a disparar y me hizo respetar las armas. Recuerdo bien verlo en labores como diplomático en las Naciones Unidades (Nueva York) y no tenía dónde dejarme, entonces la buseta pasaba de la escuela a las Naciones Unidas. Esa escuela se llamaba Dublín y era experimental”, recordó.