En La Sabana, a la puritica par del lago, conversamos con José Antonio Quesada, hijo de don José Antonio Quesada García, el arquitecto que diseñó el parque metropolitana.
Fue parados en el barro del lago que le preguntamos su sentir ante el descuido que enfrenta el laguito que tanto embecelle el pulmón de la capital.
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“Es durísimo pasar siempre por La Sabana y ver el lago seco. Se lo voy a resumir así: ¿cómo cree que me puedo sentir si las cenizas de mi papá están en este lago?
“Papá falleció en el 2015 y nos pidió expresamente que sus cenizas estuvieran en su amada Sabana y uno de los lugares que pidió fue el lago.
“A todos los hijos (tiene cuatro) nos golpea ver el lago seco. Rubén, quien también es arquitecto y vive en Estados Unidos, me contactó para ver qué podemos hacer porque se enteró del lago seco y sabe muy bien del amor de papi por ese lago. Hay que hacer algo y pronto, soy arquitecto y estoy dispuesto a ayudar en todo lo que me necesiten”, nos respondió.
La Sabana se empezó a desarrollar en el Gobierno de Daniel Oduber, sobre todo cuando era ministro Guido Sáenz, quien en sus memorias (Piedra Azul: Atisbos en mi vida, 2001) cuenta los detalles de la enorme aventura que significó.
Explica que se inspiró en otros grandes parques de ciudad como el Central, de Nueva York; el de Chapultepec, en la Ciudad de México, y el que está cerca del puente Golden Gate, en San Francisco.
Hablando de La Sabana, y del lago, escribió lo bien que podrían pasarlo los visitantes del parque “rodeados de árboles y con la cercanía del agua, mucha agua, una gran extensión de agua, un lago. Yo soñaba con el lago”.
Ese laguito es el que muere cada verano y que tanto nos necesita.