Milagro González espera que su papá, Hugo González Barquero, sepa por La Teja que ella lo recuerda con cariño... y lo busca.
La muchacha quiere recuperar el amor de su padre y que él conozca a su pequeño nieto, de apenas un año y dos meses.
Resulta que en 1998 la familia se pasó de Cartago a Pital de San Carlos sin Hugo, quien había entrado en una crisis económica. La idea era que él viajara después y se les uniera, pero no lo hizo.
Hugo siempre le había demostrado a Milagro, la hija menor, que ella era especial para él. El por qué fue especial hay que buscarlo desde el momento del parto.
Milagro nació a los ocho meses y estuvo a punto de morir junto con su madre, Angélica Villalobos, pero una operación les salvó la vida a las dos.
“Mami me ha contado que entre carreras y trámites luchó porque nos dieran la mejor atención. Los doctores le decían (a Hugo) que no contara con nosotras y a pesar de eso dio todo de sí para salvarnos”.
Por eso a Milagro se le hace tan raro que Hugo se fuera y nunca más volviera a estar interesado en ellas. Cree que algunas personas han impedido el acercamiento después.
A ella le han dicho que está en Nicaragua, donde, se supone, es dueño de un supermercado; también le han contado que bretea en un taller de refrigeración. “Son rumores, nada más”, dice.
Milagro le manda decir a su papá que su mamita lo perdonó, que no resiente nada y que también a ella le gustaría saber de él.
“Ella no sabe qué pasó. Tiene algunas suposiciones, pero no dejan de ser simples teorías”, afirma.
En la memoria. Milagro explica que Hugo fue un buen padre: cariñoso, preocupado y proveedor, pero que el último año, antes de irse, fue difícil para la familia.
Bonito recuerdo
Milagro compartió con La Teja algunos recuerdos bonitos de su padre que tienen que ver con juegos nacionales, clases de manejo y cabritas. Hablamos de cuando ella tenía entre 5 y 8 años. Hoy tiene 29.
Por ejemplo, aún tiene fresco en su mente el día en que su papá la llevó al kínder con una cabrita amarrada, como si fuera un perrito, y cruzando todo Cartago. Ella iba superfeliz y no se cambiaba por nadie en el mundo.
“Tenía que exponer sobre los animales y en la casa había cabras, entonces hice mi cartel con la ayuda de mis padres. Pasamos por todo el centro de Cartago, desde El Carmen hasta el jardín de niños, cruzando por las ruinas”, señala.
También tiene gratos recuerdos de los Juegos Nacionales, que se convirtieron en una especie de tradición de papá e hija y que se cortaron abruptamente en aquel año 98.
“Recuerdo que me llevaba a todos, eran como nuestras vacaciones. Fuimos a Limón, a Cartago, a San Isidro de El General y lo disfrutaba mucho”, afirma Milagro, quien no recuerda muy bien las disciplinas que veían o el cantón al que apoyaban, pero supone que era Cartago.
“Chocona”. Para la joven, los autos son especiales para ella porque su papá tuvo la paciencia de enseñarle algunas cosas. Recuerda entre risas los pequeños percances que tuvieron. Todos fueron sin importancia, pero le llegan a la memoria como momentos felices.
Y es que don Hugo se tomaba la molestia de enseñarle a manejar aún siendo una pequeña niñita.
“Me sentaba en los regazos y me enseñaba. Me acuerdo de como tres o cuatro veces que chocamos, pero nunca me regañó por eso”, expresó.
Otra historia que cuenta es cuando su mamá le preparaba agua de azúcar y pan con mantequilla para que, a manera de merienda, acompañara a su padre a hacer mandados por todo lado y ella se sentía la niña más feliz del planeta.
“Una vez llegamos, no sé por qué razón o cómo, a la soda del Tránsito o algo así y me supo tan rico ese almuerzo”, cuenta con nostalgia.
Así que don Hugo, si usted lee esta nota, no dude en escribir al correo que Milagro dejó para usted porque lo único que quiere es un abrazo, una buena conversada y una historia con un final feliz.