Desde que empezó la pandemia, don Ramiro Gamboa Muñoz se cuidó mucho del covid-19 porque sabía que si se contagiaba el virus le podía hacer mucho daño o incluso matarlo.
Él vive en Pérez Zeledón, tiene 65 años, es diabético, hipertenso y su corazón trabaja a solo un 45% debido a dos infartos que sufrió cuando apenas iniciaba la pandemia.
Pese a todos los cuidados que tuvieron él y su familia para evitarlo, el coronavirus entró a su casa en marzo de este año y en ese momento inició la pesadilla.
Katherine Gamboa, hija de don Ramiro, contó el duro proceso que vivieron por el virus. Incluso, a ella le dijeron que debía comprar un ataúd porque ya no había nada qué hacer por su papá.
“A inicios de marzo en casa todos enfermamos, mi mamá estuvo en cama casi quince días, la ventaja es que no tuvo problemas respiratorios, mi papá siempre fue el que la cuidó. El 13 de marzo, cuando mi mamá ya estaba mejor, él amaneció con otra cara, su semblante era amarillento y sentía que le faltaba el aire, entonces decidimos llevarlo al hospital Escalante Pradilla, mi mamá lo despidió con un beso.
“Lo dejaron internado en la Unidad de Cuidados Intensivos y yo recogí sus cosas, no tuve la oportunidad de abrazarlo ni darle un beso, solo le dije ‘te amo, pa’, nos vemos pronto, que Dios me lo acompañe’”, contó la joven de 26 años.
El 14 de marzo, o sea, un día después de que lo internaron, a don Ramiro lo mandaron al hospital Calderón Guardia porque estaba con neumonía y por pura casualidad lo pusieron a la par de su hermano, Álvaro Gamboa, quien también estaba luchando contra el virus.
Terrible golpe
El 15 de marzo Katy recibió una llamada del centro médico en la que le dijeron que su papá estaba mejorcito, sin embargo, la salud de su tío Álvaro se complicó y en la noche falleció.
“Ellos eran tan unidos, siempre se ayudaban cuando tenían problemas de salud, se apoyaban mucho y siento que Dios mandó a mi papá a ese hospital para que mi tío no muriera solo.
“Para papi fue muy duro ver morir al hermano que tanto amaba y eso le hizo mucho daño. El 16 de marzo en la mañana recibí una llamada muy corta de mi papá donde me dijo, ‘me van a intubar, usted está autorizada para todo lo del funeral, hágase cargo’, y me colgó'”.
Katherine se quedó fría porque un día antes le dijeron que su papá estaba mejor y un día después él mismo le pedía que le organizara el funeral.
Mientras estaba enterrando a su tío, Katy recibió una llamada en la que le dijeron que su papá ya estaba intubado y que estaba muy malito.
“Cada día que llamábamos al hospital el diagnóstico era peor, una infección nueva, una nueva bacteria, cada vez que sonaba el teléfono mi mundo se detenía. Mi mamá se puso muy mal, estaba echada a morir, me la encontraba en todos los rincones de rodillas pidiendo a Dios por el milagro de vida de mi papá, a ella había que darle mucho apoyo emocional y sicológico, que muchas veces yo no tenía”, reconoció.
Así fueron pasando los días y cada vez don Ramiro oxigenaba menos, por lo que un médico le dijo a Katy que se preparara para lo peor.
Desesperación y llanto
El 23 de marzo la joven le pidió a su mejor amiga que llamara ella para preguntar por su papá porque tenía muchísimo miedo de recibir más malas noticias.
“Mi amiga me puso un mensaje que decía, ‘mi vida, ya me contestaron del hospital, su papito está más malito, mi amor, el doctor me dice que volvió a tener un infarto y le entró otra bacteria, mi vida, perdón por no llamarla, quisiera no estar escribiendo esto, pero no le puedo mentir, el corazoncito le está funcionando solo un diez por ciento y la bacteria que le entró es más agresiva. Ay Ka, mi vida, estoy escribiendo con lágrimas en los ojos, pero no puedo mentirle’”.
Katty dice que cuando terminó de leer el mensaje de su amiga se soltó a llorar porque también le dijeron que era muy probable que su papá no pasara de esa noche.
“Yo estaba tan mal que quería que todo acabara y si mi papá moría, quería que me enterraran con él para no sufrir más.
“Poco después me llamó una trabajadora social, me dijo que tenía que tener preparado todo lo del nicho y funeral de mi papá, ya que solo tenía 24 horas para enterrarlo por ser covid y si no mi papá iba a una fosa común, pero me negué a comprar un ataúd para mi papá vivo, porque él seguía luchando por vivir”, relató.
Llena de dolor y desesperación, ella y su esposo fueron a una funeraria a preguntar sobre los trámites por si fallecía el papá, pero se mantuvo firme y no compró el ataúd, porque aún tenía esperanza.
También habló con el abogado del papá sobre un nicho en el cementerio y vio que todo estaba en orden.
Katherine dice que en su casa no comían porque nunca sentían hambre, ni dormían porque ni sueño les daba. Todos los días mandaban tres audios por WhatsApp porque aunque el papá estaba sedado, existía la posibilidad de que él escuchara. En ellos le daban ánimo y le decían lo mucho que lo amaban.
Llegó el milagro
Días después en el hospital le pidieron autorización a la familia para hacerle a don Ramiro una traqueotomía y después de eso el milagro por el que tanto oraron, empezó a suceder.
Pese a que el señor seguía con infecciones que le dañaron los pulmones y los riñones, el valiente nunca se dio por vencido.
Luego de seis semanas de dolor, Katy recibió una videollamada y al contestarla vio la cara de su papá. No lo podía creer.
“No supe contenerme, lloraba mucho diciéndole que lo amaba con mi vida, que era mi héroe, mi tesoro, que saldríamos adelante”.
Las ganas de vivir de don Ramiro eran tan fuertes que poco a poco fue saliendo adelante y el 12 de mayo le dieron la salida.
“Dos meses después de estar en una unidad de cuidados intensivos críticos, intubado, con traqueotomía, un infarto y al rededor de nueve bacterias, mi papá regresó a casa, esperamos la ambulancia desde la calle y junto con mi familia y amigos hicimos una caravana, pero esta no era de funeral, como las de ahora por el covid, era una caravana de alegría, felicidad, agradecimiento.
“Muchas veces soñé con ese momento, amigos y familiares nos ayudaron a recibirlo con música, mucha bulla y alegría. Fue una batalla digna de festejar, un proceso muy doloroso, pero necesario para moldearnos como familia y creyentes, porque el propósito de Dios siempre será bueno”.
Actualmente don Ramiro está en casa recuperándose en medio de chineos de su familia. Él aún está en cama porque perdió mucha masa muscular por el tiempo que estuvo sedado, pero ya tiene mucha más movilidad que cuando salió del hospital.
“No se la juegue por una reunión, por una birra, por estar aburrido, créanme que nadie quiere experimentar ver sufrir tanto a un ser querido. Pero a veces como dice el dicho, ‘no lo vas a entender hasta que no sean tus muertos’”.