En Río Cuarto pasa algo muy raro, pero muy gracioso. Hay una lapa roja de un año que se cree tepezcuintle y está tan segura de eso que convive con ellos, los picotea, se tira a dormir, juguetea, en fin, solo le falta escarbar para hacer túneles.
Esa extrañeza se da en la Casa de las Lapas, propiedad de Álvaro Otoya.
Por alguna razón, la lapita tuvo problemas para volar y se fue a convivir a una especie de jaula donde están los tepezcuintles.
En su finca, don Álvaro tiene unas 50 lapas en libertad que responden a su llamado de ‘¡lapa, lapa, lapa!’. Cuando lo oyen se acercan a comer. La lapita, con complejo de roedor, ni pelota le da. No se acerca, pero anda feliz de la vida con sus amigos de cuatro patas.
“Cuando salió del nido algo pasó. No pudo volar y no tenía con quién jugar y empezó a ir donde los tepezcuintles”, explica Otoya.
Si usted va a la finca y quiere ver al ave entre los tepezcuintles debe tener paciencia porque cuando hay gente, la lapa suele trepar por la jaula y juntarse con las de su especie, que la siguen recibiendo con las alas abiertas.
“Ella no pudo volar al nacer, pero la curamos y ya está agarrando fuerza. Con nada y ahorita vuela”, señala don Álvaro.
El fenómeno que explica lo que está pasando con la lapa se llama improntación y se da cuando, como en este caso, un animal toma conductas en fases críticas. Por ejemplo, un pato va a seguir a la primera cosa que vea moviéndose, independientemente de que sea un pato o cuando los perros son quitados a la madre y los llevan a vivir con humanos.
David Peiró, conductista animal, nos explicó que la historia de Tarzán es otro ejemplo de improntación y que es muy frecuente en el reino animal.
Dijo además que si la lapita de Río Cuarto también convive con lapas no tendrá ningún problema en el futuro.
El atractivo principal de la finca son las lapas. Don Álvaro las atrae con maní que les da en la mano y es cuando los visitantes pueden tenerlas muy cerca. Algunas se encaraman en la mano o en la cabeza de los curiosos.
Pero dentro de todo ese atractivo existe una particularidad aún más llamativa: las lapas verdes, que están en peligro de extinción. De las 50 que hay en la propiedad, diez son de ese color.
Hay mucho más
La finca también tiene un caso muy particular con un monito, que está encerrado en una jaula muy pequeñaa.
Es una triste historia que don Álvaro quiere que acabe pronto con un final feliz.
El mono cariblanco fue capturado por alguien que lo domesticó. Esa persona se deshizo del mono más adelante y lo dejó en una montaña, pero el animalito, domesticado, buscó a los humanos pues solo sabía comer pinto y tortillas. Nada de frutas, brotes o bichillos, como hacen en estado silvestre.
Explica Otoya que la gente llamó al Sinac de San Carlos y le dijeron que nos les correspondía atender el caso y en Puerto Viejo de Sarapiquí que no tenían carros.
“Como ya tengo familla de cuidar animales, me llamaron y fui por él. Lo tengo encerrado porque está en un periodo de adaptación”.
El asunto es así. Al lugar llega una tropa de cariblancos a comer y la jaula está justo donde lo alimentan con el objetivo de que se hagan amigos.
“No lo puedo soltar sin que sean amigos porque lo pueden matar o lo echan de la tropa y vuelve a quedar solo. Está allí para que se vayan conociendo, uno sabe que cuando ya le den la mano es porque lo aceptaron”, dijo Otoya.
Pero La Teja consultó a Peiró si eso estaba bien hecho. “Psicológicametne sí esta bien, es una liberación gradual”.
“Lo que no está bien es que puede que esté enfermo, hay que hacer exámenes y eso solo los veterinarios o los biólogos. Es peligroso. (Don Álvaro) no lo puede hacer solo”, dijo.
Recomendó ponerse en contacto con el Refugio Herpertológico en Santa Ana.
Para terminar la historia de este bonito lugar les contamos que también tiene tres jaguares y uno nació allí mismo.
Los felinos, que están robustos y preciosos, se llaman Gaspar, Pinina y Pía y están en exhibición.
“Esos son jaguares de Nicaragua, del parque Indio Maíz, y se pasan a las montañas de Costa Rica. Allá cazan tepezcuintles, saínos, coyotes, hay mucha comida, pero acá no tienen. Entonces atacan al ganado”.
Eso es como una sentencia de muerte porque los finqueros los matan.
“Tengo permiso del Minae para tenerlos. Los atrapé y pedí quedármelos porque si los liberan en Costa Rica tarde o temprano los van a matar. Mejor están conmigo. Están bien cuidados, la prueba es que nació uno”, explicó.