Yo odiaba a la muerte, ¿y cómo no?, si me ha quitado a personas importantísimas en mi vida.
Sin embargo, puedo confirmarles, con mucha paz, que me quité un peso de encima, porque gracias a que fui a México para este Día de Muertos y me sumergí en su cultura, pude hacer las paces con la muerte y acá les cuento por qué.
Debo aclarar que yo ya había tenido el placer de venir a la tierra del tequila a inicios de octubre del 2018, o sea, no pude gozar de la fiesta de las catrinas y los alebrijes en esa primera vez.
En aquel entonces, había quedado enamorado de este país, de la cultura, la comida, la gente, de los paisajes, de todo, pero precisamente tener ya los dos contextos me hace confirmar que venir aquí y no presenciar el Día de Muertos es como comerse un taco sin chile. Sabe rico, sí, pero le falta ese saborcito que ahora sí probé.
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Si usted ya vino a México para estas fechas, quizás me entenderá, y no quiero sonar grosero ni espantarlo, pero realmente esta crónica de mi experiencia va dirigida más a todos aquellos que aún no lo han podido hacer y sueñan con lograrlo.
@lateja.cr Así se celebra el #diademuertos ♬ Dia de los Muertos - Morasmusic
Yo era uno de esos, yo anhelaba venir para estas épocas porque siento que después de conocer el significado que tiene el Día de Muertos para los mexicanos, me hizo cambiar la perspectiva que tenía de la muerte y eso es de agradecer.
Muchas personas nos hacen creer que la muerte es mala porque se lleva a nuestros seres queridos, también hay quienes creen que es el punto final de nuestra historia, que no hay nada más allá, y eso es muy cruel.
De hecho, cuando perdí a uno de mis mejores amigos me enojé con la muerte, no lloraba, tenía rabia, cólera e impotencia porque sabía que me haría falta, porque según yo no volvería a verlo nunca más y, aunque nadie puede asegurarme lo contrario, mi fe descansa tranquila en otro argumento.
No hay nada más respetable que una creencia, la que sea, y espero entiendan la mía, pero ahora yo quiero, cuando me muera, montarme en un alebrije, cruzar el puente de flores de cempasúchil e ir a abrazar a la Otra Mami (mi abuelita materna), a Toñito (Antonio Vives, un vecino que fue como un papá para mí), a Chini (del amigo que les hablé anteriormente), a Ito (mi abuelito paterno) y a tío Carlos.
O, para no esperar tanto, que sean ellos los que todos los años vengan donde mí, a la tierra de los vivos, a saludarme porque para eso les hice la promesa de nunca olvidarlos y así puedan seguir vivos dentro de mí.
Todos, absolutamente todos, hemos perdido a alguien que amábamos mucho, abuelitos, papás, mamás, primos, amigos y hasta mascotas, y soñamos con que, al descansar, nos reciban del otro lado para volverles a decir “te amo” o un “cuánto te extrañé”.
Muertos vivos
El mexicano, por si no está muy empapado de qué trata la tradición, cree que solo muere aquel que fue olvidado y por eso cuando una persona fallece, claro que la llora, pero al mismo tiempo celebra que sigue viva en sus recuerdos y más allá.
Es por eso que el 1 y 2 de noviembre --e incluso desde días antes-- hacen todo un ritual para salir de la rutina y rememorar que en el mundo de los muertos hay un alma que también los recuerda a ellos y por eso los viene a visitar al mundo de los vivos.
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Los aztecas hacen todo lo que ya muchos saben: crean caminos de flores de cempasúchil (flor de muerto), cortan papelitos de colores y los ponen por doquier.
Arman altares en sus casas y en ellos colocan retratos de sus seres queridos fallecidos y les ponen ofrendas, que pueden ser desde comidas, bebidas, hasta artículos que disfrutaron mucho en vida los finados.
Eso quiere decir que entre esos días, por donde usted camine, se va a topar papelitos de colores guindando, calaveras, flores amarillas y pan de muerto.
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Las personas se pintan la cara y se visten de catrinas y realizan múltiples desfiles y celebraciones en lo largo y ancho de los Estados Unidos Mexicanos.
En síntesis, para que me entienda, es como andar metido dentro de la película de Coco, pero en la vida real.
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Es muy probable que yo no copie al pie de la letra toda la tradición, porque no me veo en mi país montando un altar para mis seres queridos, aunque sería lindísimo. Y no me malinterpreten, no crean que no respeto eso, simplemente yo creo que con solo no olvidarlos nunca, ya es suficiente.
Tal vez yo soy demasiado sentimental, espero me disculpen, pero es que hablar de la muerte nunca había sido bonito... ¡hasta ahora que ya hicimos las paces!