Ivonne Rojas tenía 7 años cuando le pidió al Niño una Barbie. El regalo le llegó, porque se había portado bien, y la muñeca la llenó de alegría, pero un incendio se la llevó un día junto a otras.
Ese momento marcó su vida y la dejó triste por no haber podido salvar de las llamas a su amiguita de plástico.
“Fue una experiencia horrible, tenía como 16 años y mantenía muy bien cuidadas a mis muñecas”, recuerda.
La familia vivía entonces en una casa que compartían cinco hermanas y un hermano. Los papás solo le podían regalar una muñeca a cada una. Ivonne compartía con sus hermanas y entre todas bañaban y peinaban a las Barbies, como lo hacen las niñas que han tenido una o varias.
Años después, cuando tuvo a su primera hija, Stephanie Solerti, Ivonne se propuso compartir con ella el gusto por las populares muñecas y desde entonces han pasado 35 años, tiempo suficiente para darle forma a una impresionante colección que hoy llega casi a mil ejemplares.
“La primera que compré me costó como cuatro dólares, tenía un vestido rosado volado, otras de las que le compré eran unas que venían con la pancita de embarazada y traían el bebé”, explica.
En aquella época era un lujo pagar ¢179.80 por el juguete, pero ella lo hacía.
Gran cambio
Cuando Stephanie creció le pasó los juguetes a la hija menor, Priscilla, quien no les dio pelota a las muñecas, así que Ivonne vio la oportunidad de “recuperarlas”.
“A Priscilla le gustaba más el fútbol, por eso le compré las que venían con el uniforme y el balón, la de básquetbol y de patines, pero en el mismo estante que se las puse las encontré, así que un día le dije que me las iba a llevar”, cuenta.
Así empezó Ivonne una especie de museo en su casa, donde tiene un armario decorado con luces y en el cual las Barbies están ordenadas según el tipo. Ese es el sitio donde se lucen en todo su esplendor.
Algunas las conserva en su caja original, como la primera Barbie de 1959, edición especial, que tiene todos sus accesorios enviados desde California. Tiene además una de porcelana, la última que compró, que comparte espacio con otras que se diseñaron en honor a las heroínas de las historietas como Batichica o la popular Mujer biónica.
Ivonne no sabe con exactitud del valor de su amplia colección, pero es consciente de que en su casa tiene un tesoro, en especial por algunas que siguen en sus cajas originales, un poco despintadas por el paso de los años, pero muy valiosas para los coleccionistas.
Casi todas las Barbies de la colección son rubias, pero destacan algunas morenas y a la enorme lista se suman las que le han ido regalando y que representan a países, como la de México (vestida de mariachi), las novias y otras que identifican a mujeres de diferentes profesiones, entre las que sobresale una astronauta.
Ken, el novio eterno de Barbie, es el que está un poco discriminado porque casi no se le ve en la colección, en la que sí se nota uno que acaba de cumplir 40 años de fabricado.
“El Ken me lo regaló una amiga para que mi hija mayor tuviera su primer juguete”, recordó.
Bella herencia
Ivonne tenía una casa grande para Barbies que le cedió a las nietas para que jueguen. Las pequeñas aman a las muñecas de la "abue" y saben cuáles pueden usar libremente y cuales no pueden ni volver a ver por su valor y para evitar que se pierda algún accesorio porque no hay forma de reemplazarlos.
Ivonne dedica horas a peinarlas y siempre que puede visita tiendas de ropa americana. A veces tiene éxito y rescata alguna muñequita, se la lleva a la casa para limpiarla, arreglarle el cabello y hasta las cose ropa que improvisa con retazos de tela y accesorios brillantes.
“No soy modista ni nada, no sabia que tenía esa habilidad, pero como algunas de las que compro vienen sin ropa me pongo las pilas a crearle un diseño, en el país no hay tiendas que vendan accesorios para ponerlas lindas”, comentó la coleccionista.
Dice Ivonne que mientras pueda seguirá sumando Barbies a su ya enorme colección. Las prefiere viejitas porque considera que las nuevas están hechas con menos detalles y sus manos y pies se ven defectuosos.
Deja claro que aunque le rueguen no está dispuesta a regalar ninguna. Será hasta que ella falte que pasen a manos de sus nietas, Isabela, de 10 años, y Luciana, de 4. Ya ellas le prometieron que las van a cuidar siempre.