Las cuerdas de su guitarra quedaron en silencio y su voz no se volverá a escuchar en los pasillos de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del hospital Calderón Guardia, sin embargo, el recuerdo del artista Max López sigue presente, como una dulce melodía, entre quienes lo conocieron.
Max falleció el 30 de junio anterior y su partida dejó un gran vacío entre quienes se deleitaban con su talento en el centro médico. Durante cuatro meses, López era uno de los colaboradores del servicio de Musicoterapia y cada miércoles de por medio llegaba al hospital para armonizar las diferentes habitaciones de la UCI.
Días después de su fallecimiento, en el hospital le rindieron un homenaje a través de redes sociales para exaltar su aporte por mejorar la calidad de vida de los pacientes.
Uno de sus amigos más cercanos, José Figueroa, comentó que el artista, boliviano de nacimiento, falleció producto de un infarto. Tenía 60 años.
Un ángel
López era una persona no vidente y pese a sus necesidades físicas y económicas nunca puso un pero cuando se trataba de alentar a las personas hospitalizadas.
Max llegó al Calderón gracias a Donato Salas, jefe de la UCI, quien lo vio un día tocando en un restaurante cercano al centro médico. Conversó con él y le ofreció convertirse en uno de los voluntarios y aceptó de inmediato.
“Cerca del hospital hay un restaurante y yo lo vi un día ahí, tocando. Conversamos y se mostró muy anuente en colaborarnos y él era feliz cuando venía. A los pacientes y al personal le gustaba mucho verlo tocar su instrumento, cantando diferentes canciones.
A colaborar. Si quiere donar su tiempo como artista en la UCI del hospital, puede llamar al 2212-1000, extensión 470.
“Algunos pacientes reían, otros lloraban al verlo y siempre tenía una sonrisa en los labios, él sabía que estaba haciendo un trabajo importante por estas personas que muchas veces están aisladas, que viven en medio de la angustia, el miedo a la muerte, con estrés y eso es parte de lo que hacemos, es humanizar los cuidados intensivos, que haya una esperanza en medio de la dificultad”, relató.
Iván Fariñas, sicólogo y coordinador del programa de musicoterapia, trabajaba de forma directa con Max y destacó que lo que hacía iba más allá de interpretar una canción.
“Desde el primer momento entendió muy bien cuál es el fin de la musicoterapia, porque algunos creen que es solamente llegar y tocar una canción. A Max le explicaba de cada caso, lo que le gustaba, su estado de ánimo y con eso lográbamos definir qué podía escuchar.
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“Se interesaba mucho en algunos casos, como los de pacientes jóvenes o personas aisladas. Siempre recordaba a los pacientes, a veces me preguntaba por algunas personas y quizás ya habían salido del hospital. Se sensibilizaba mucho por los hospitalizados y siempre nos decía que estaba muy feliz por servir. Nosotros le agradecíamos, pero él se mostraba más agradecido porque se dedicaba a servir, esto era muy bueno para él”, expresó.
Fariñas no se quedó corto cuando habló de lo mucho que le aportó Max al servicio de musicoterapia.
“Él llegaba y tocaba durante una hora y la musicoterapia impacta de muchas formas. Por ejemplo, una señora de más de 60 años se ponía feliz con una ranchera. Y como persona aprendí mucho.
“Creo que a veces las personas esperamos a estar bien para hacer las cosas. Y eso es perder el tiempo, nunca estamos completamente bien, con Max lo que aprendí es eso, la verdad es que si quiero hacer algo, lo hago pese a mi condición de salud. A veces, a Max le costaba caminar dentro del hospital y él se movilizaba con tal de ayudar a los pacientes”, manifestó.
Recuerdos
Jose Figueroa es el dueño del restaurante Tumi’s House, que se ubica en Tibás y conoció a Max hace más de 30 años, cuando tocaba en el resturante Los Balcones, en el desaparecido Centro Comercial El Pueblo.
“Nuestra amistad traspasó lo profesional y luego lo contrataba para eventos famliares y para que amenizara el negocio. Al restaurante llegaba los domingos y era un tipo fuera de serie, muy profesional en lo que hacía, con un repertorio amplio, era muy versátil, tocaba de todo.
“El día que falleció conversé con él, creo que fui la última persona con la que habló y me siento privilegiado, porque logramos tener una amistad sólida, pude disfrutar de su talento por mucho tiempo”, afirmó.
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El comediante Opo Marín compartió con López por 30 años, cuando trabajaron en El Pueblo.
“Yo estuve en Coco Loco por 9 años y él estaba en Los Balcones, lo veía tocando en fiestas, en restaurantes y recuerdo que llegó a Costa Rica por una gira de trabajo y se quedó. Tenía una gran facilidad para la música y se me parecía mucho a José Feliciano, de hecho, le gustaba tocar canciones de José Feliciano”.
El cantante José Luis Cascante también trabajó con Max, compartieron escenario por 16 años, hasta que cerró El Pueblo y habló de lo potente que era para tocar la guitarra, la facilidad que tenía para darle vida a los ritmos latinos y nunca se olvidó de la música sudamericana.
“Max siempre hizo cosas buenas en silencio, no sabía que colaboraba en el hospital Calderón, porque hace tiempo no hablaba con él, pero no me sorprende, porque le gustaba ayudar a los demás”, manifestó.