El covid-19 además de peligroso es desgastante para el personal de salud que día a día enfrenta a la muerte y lidia con agotadoras jornadas de trabajo.
En la Caja reconocen que la mayoría de los funcionarios experimentan síntomas de estrés, desde los más leves como el insomnio hasta los más graves como la fatiga que no se quita con descanso.
“También está la sensación de sentirse al borde del colapso nervioso, una experiencia que pocas veces se comenta entre los compañeros porque es posible que esas situaciones las vivan en silencio”, explicó Alfonso Villalobos Pérez de la coordinación nacional de psicología de la Caja.
Es por eso que los servicios de Psicología, Trabajo Social, Enfermería en Salud Mental y personal de psiquiatría se enfoca en la educación en salud mental y los equipos de salud ocupacional detectan y atienden a los afectados.
Gabriel Jara Núñez, auxiliar de enfermería en sala de operaciones y servicio de emergencias del México, de 34 años, nos confirma que la pandemia lo tiene muy afectado en el plano personal, profesional y sicológico.
“Desde que uno entra a trabajar el estrés comienza a golpear. Ver las salas llenas de pacientes y sentir la impotencia de que por más que se haga, muchos morirán. Usar el equipo durante largas jornadas provoca una sudoración tremenda y eso deshidrata.
“Se vive con un temor diario de enfermar a la familia, yo tengo un papá adulto mayor, esposa y cuatro hijos. Vivo un cansancio físico y emocional bárbaro”, confiesa Jara.
Dulce Tovar Peña, auxiliar de enfermería en el área de salud de Bagaces, Guanacaste, ha visto como su cuerpo y su mente muestran los efectos causados por una pandemia que lejos de finalizar se pone más ruda.
“Insomnio, ansiedad, son síntomas que ahora me acompañan todos los días. Duermo cuando mucho cinco horas. Ya desarrollé una dermatitis provocada por el estrés en los pies y manos que me provocaron vejigas y bombas muy dolorosas. Son días de mucho estrés”.
El riesgo de que el sistema de salud esté llegando al límite de sus capacidades es preocupante, pues los funcionarios trabajan con un agotamiento físico y mental acumulado luego de catorce meses de pandemia.
El presidente ejecutivo de la Caja , Román Macaya, reconoce el cansancio.
“El personal está cansado, pero sigue comprometido y hace el trabajo con mucha mística, porque la Caja es un ejército de bien con la misión clara de proteger a la población en todas las circunstancias”, insiste.
Pero los funcionarios no solo temen que ellos, sus familiares o compañeros se contagien, también se preocupan por dar la mejor atención a los pacientes, especialmente a los que están graves. Y viven con temor de que el sistema se sature.
Todo estos aspectos combinados disparan una sensación de angustia y ansiedad.
Un funcionario, que prefirió no dar su nombre, resume así la difícil tarea de equilibrar los deseos propios con el deber: “Cuando vemos las aglomeraciones de gente sin protección sentimos como una ola gigante de enfermos que se nos viene encima y nos cuesta comprender por qué nosotros nos sacrificamos por personas sin deseo de cuidar su propia salud. Dígales lo que nosotros sufrimos mientras ellos gozan, para que sean conscientes y se sumen a la lucha contra el virus en las comunidades”.
Otro funcionario, que tampoco dio su nombre, afirma: “Ellos no los ven respirar con dificultad, no los ven sufrir, no ven el miedo en los ojos cuando les decimos que hay que intubarlos, no los ven morir como nosotros, quizás por eso no comprenden que hay que luchar por la vida en la casa como lo hacemos nosotros en el hospital”.
El estado general entre el personal de salud es de “estrés crónico”, el cual aumenta con la nueva ola de contagios.
“Aunque no veamos pacientes, las jornadas son largas y la presión es constante. En la casa uno pasa pensando en el trabajo, nuestra rutina cambió absolutamente. Llegamos a límites donde a veces las cosas ya no dependen de nosotros y aun así nos señalan como si nosotros no estuviéramos matándonos para sostener el sistema. Es frustrante”, aseguró otro trabajador anónimo.
El personal se siente frágil, desorientado, por los constantes cambios en los protocolos de trabajo y sobrecargado por jornadas que muchas veces alcanzan las 90 horas por semana.
La lucha contra el covid parece de nunca acabar.