María Corella es una tica que vive en Nueva Jersey desde hace 22 años, hace tres se graduó como enfermera y trabaja en esa ciudad.
La tica, nacida en Sabanillas de Sarchí, trabaja en la sala de emergencias de un hospital local y por eso --más la complicada situación que vive Estados Unidos con el coronavirus-- no pudo evitar contagiarse.
Aunque trabaja en el campo de la salud, y ha estado en la primera línea de lucha contra el mal, la compatriota debe esperar para tener su vacuna.
La Teja la contactó para conocer su experiencia anterior y cómo ve ahora la llegada, al fin, de las esperadas vacunas, que son como la luz al final de un largo túnel.
Sin embargo, esa luz aún no llega para María. Por haberse contagiado (en octubre) aún no es candidata para el medicamento. Le dijeron que debe esperar, que les ceda el turno a compañeros que no lo han tenido.
“He visto cómo muchos compañeros se caen, lloran, ya no quieren ir a trabajar. Como trabajamos en emergencias estamos al frente de todo lo que se vive en el hospital”, explicó.
En verano estuvo calmado, pero recientemente se volvió a complicar ahora que es invierno. En Estados Unidos hay 18.985.937 de casos y han fallecido 332.012 personas.
“A algunos de los pacientes que están llegando hay que intubarlos, no como en la primera ola, ya gracias a Dios no vemos eso”, recordó.
Agregó que el miedo es grande y que al principio se negaba a la vacuna, pero conforme pasa el tiempo y habla con personas, la ansiedad por ponérsela no es tanta.
“Nos han estado enviando encuestas de quiénes se la van a poner y quiénes no, hay opiniones encontradas. Algunos se la pondrán a ojos cerrados y otros dicen que definitivamente no, tanto doctores como enfermeras”, dijo.
Una de las personas con quien habló es una compañera de trabajo cuyo esposo laboró en Pfizer en la época en la que apareció el VIH (mitad de los ochentas); esa compañera le contó que todo este alboroto actual por las vacunas se dio ya en entonces y que los resultados de vacunas y medicamentos dependen de cómo muta el virus y que la rapidez con la que se desarrollaron las vacunas anticovid no deben preocuparnos.
“Todo es un proceso, este ha sido más rápido que otros, pero cuando se está trabajando en una vacuna uno de los obstáculos es la falta de apoyo económico, eso lo retrasa, pero eso no ha sido el caso”, explicó María.
Madre preocupada
Como madre que es su ansiedad es por su familia. Tiene tres hijos --21, 15 y 13 años-- y un esposo, a quienes no contagió gracias a los cuidados que tuvo siempre.
Asegura que le dio covid favorable porque sigue con vida. Le empezó con un dolor en el pecho y sentía como si le hubiesen metido una estaca.
“Fue progresando y además del dolor me dio diarrea, vómitos, perdí el olfato y el gusto. Tuve que ir dos veces al hospital, una por deshidratación, el dolor de pecho se calmó con esteroides pero apenas los dejaba, me volvía”, narró.
Como uno de los riesgos era que se le formara un coágulo, un médico le recomendó un TAC de tórax.
“Todo salió bien, gracias a Dios, pero el dolor de pecho ha costado mucho que se me quite, aún lo siento y por eso estoy en control con una pulmonóloga y un cardiólogo, creen que me dio pericarditis aguda viral por el virus”, agregó.
Eso fue lo que influyó para cambiar su percepción sobre la vacuna. Algunas personas que se la ponen se sienten mal un día o varios, pero tiene claro que eso no es nada comparado con lo que causa el virus.
Riesgo laboral
Según recuerda, se contagió por una paciente que tuvo en los pasillos del hospital; eso fue dos días antes de que le empezaran los síntomas.
Su mamá, quien es una adulta mayor, vive en su casa y ni ella ni nadie de mi familia salió positivo. Se hicieron la prueba una semana después del contagio de María y todo estaba bien.
Lo que ayudó a evitar ese contagio masivo fue que María lo único que llevaba a su casa del trabajo era el bolso.
“Me cambio el uniforme en el hospital cuando salgo y lo echo en una bolsa y lo pongo a lavar de una vez y los lapiceros y demás cosas que uso en el trabajo, los dejo en el casillero. Siempre que termino los dos turnos seguidos me cambio, nos tienen un desinfectador ultravioleta. Los zapatos me los cambio en el parqueo antes de montarme al carro”, contó.
Otra salvada fue que como trabaja turnos de doce horas y media, dos días antes de sentir los síntomas estuvo en el hospital y casi no mantuvo contacto con su familia.
Su único factor de riesgo es que había padecido muchas veces bronquitis.
“He visto mucho de los hispanos, de cómo llegan, da lástima ver que a los meses, o seis semanas después, todavía están con oxígeno”, contó.