Magaly Smith tiene 14 años de ser enfermera y el 15 de octubre del año pasdado empezó la experiencia más difícil de su vida.
Desde julio del 2020, en busca de una mejor oportunidad laboral, pidió traslado del Hospital México (laboraba en el CEACO) y tres meses después se contagió de coronavirus.
“No me dieron los síntomas conocidos de la enfermedad, solo tuve mucho dolor de cuerpo durante tres días y el 20 de octubre sufrí una insuficiencia respiratoria que ameritó mi traslado urgente a la UCI del hospital San Juan de Dios”, recordó.
Ahí permaneció 22 días con una especie de tubito externo (cánula) para ayudarla a respirar. El pronóstico médico era muy malo.
“Escuchar todo lo que el médico decía como paciente y uno siendo enfermera y teniendo conocimiento, es muy angustiante. Vi muchos pacientes míos morir y al estar acostada en una cama de UCI y ver a seis personas morir, uno piensa ‘sigo yo’”, recuerda.
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Siempre estuvo consciente y llegó un momento en el que por la falta de aire, el médico le dijo que debía intubarla. Ella pidió que le diera 48 horas y oró con fe para que, pasado ese tiempo, no fuera necesario y sus oraciones fueron escuchadas.
“En ese momento solo pensaba en mi hija Sophia, de doce años, aunque tiene a su papá que la ama, pensaba en quién la iba a cuidar. Pero se dio un milagro de Dios y mi condición respiratoria comenzó a mejorar”, explicó la vecina de Hatillo 5.
Antes y después
Magaly asegura que hay un antes y un después de la enfermedad en su vida.
El 16 de diciembre ya pudo volver al trabajo.
“Es muy duro, llegué sana a CEACO, enfermé y estoy ‘secuelada’. Sé lo que es ir todos los días con dolor al trabajo, ya no poder correr detrás del bus porque me ahogo. Tengo problemas de lenguaje, casi no escucho, pero aquí estoy”, dijo ayer.
Este viernes tiene su primera sesión de terapia de lenguaje. Desde el 30 de diciembre, a consecuencia del covid, sintió un fuerte dolor en el pecho y en el brazo izquierdo mientras estaba trabajando. Fue al médico y la incapacitaron siete días porque no podía hablar.
De repente perdió la capacidad de articular las palabras y aunque en su mente sabía cuál era la que quería decir, no podía expresarla y la gente no le entendía. Aún tiene un poco de dificultad, pero ya se comunica mejor.
“Como trabajadora de la Caja había sido testigo de compañeros que habían estado muy enfermos, mejoraban y morían súbitamente, pensé que Dios me había dado la oportunidad de regresar a trabajar para despedirme. Seguro me voy a morir”, cuenta que llegó a pensar.
“Estoy infinitamente agradecida con Dios y con todos los que me apoyaron y estuvieron conmigo. Y hago un llamado a que nos cuidemos todos para que no nos enfermemos”, añadió.
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