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En la Carta de los derechos de la familia, aprobada por San Juan Pablo II el 22 de octubre de 1983, se dice que “la familia constituye, más que una unidad jurídica, social y económica, una comunidad de amor y de solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y bienestar de sus propios miembros y de la sociedad”. Entendida así la familia es, tal y como llegó a decir Benedicto XVI, “patrimonio de la humanidad”, insustituible para la serenidad personal.
Para que cada hogar sea comunidad de vida debe desarrollar: relaciones de igualdad basadas en la virtud del respeto a la dignidad humana de cada cual; relaciones de comunión y unidad fortalecidas en un proyecto de vida familiar; relaciones de plenitud al descubrir el gran valor de la propia familia independientemente de sus limitaciones; y relaciones de vida que se edifican en el apoyo ante el emprendimiento, en la celebración de cada éxito, en la compañía ante el fracaso o el error de cada uno.
Cuando vivimos esas relaciones descubrimos como, en medio de las propias limitaciones, la familia se convierte en potencial para el crecimiento personal y camino de desarrollo para la toda la sociedad. Caminemos familia, sigamos caminando porque lo mejor siempre está por venir.
Por el sacerdote Ronny Solano Fallas, secretario ejecutivo de la Comisión Nacional de Pastoral Familiar de la iglesia católica.
