“No hay ningún covid-19 que me asuste. Sabía que iba a votar y punto. Votar en su deber ciudadano y tenía muchas ganas de hacerlo. Voto desde que a las mujeres se nos permite votar (1950), jamás he fallado”.
Así de decidida estaba doña Carmen Aguilar Delgado, escazuceña de pura cepa y quien nació el 18 de octubre de 1923. Votó en la escuela República de Venezuela, en Escazú, bien protegida contra el virus y orgullosa de sus 98 años.
Doña Carmen tiene 5 hijos, 12 nietos, 3 bisnietos y 1 tataranietico de 10 años. A todos en su casa les dio una gran lección cívica al catrinearse desde bien temprano para ir a las urnas porque jamás olvidará que pasó 27 años de su vida sin poder ejercer el derecho de escoger a los gobernantes.
Con el mismitico amor por su patria, la misma emoción por votar y pasando por alto el miedo al covid-19 nos encontramos a doña María Marta Gutiérrez, quien a los 81 años se puso su mascarilla, cumplió con los protocolos higiénicos y le dijo a su familia: “Vamos a votar, que la patria nos llama”.
Ni por un segundo a doña María la asustó el coronafurris, como le llama el doctor Marco Vinicio Boza. “Eso no me iba a frenar mi voto, ¿no ve que tengo ya las tres vacunas?”, dijo muy satisfecha antes de ejercer su voto en la mesa 205, en el Liceo de Pavas.
Lo mismo sucedió con doña Anita Ramírez Orozco, de La Guaria de Barranca, en Puntarenas; a sus 93 años llegó emocionada a votar, no necesitó ayuda y se alegró de la gran fiesta cívica que vivió el país.
Estos tres ejemplos son una muestra de la marea humana que ayer se lanzó a la calle hacia las mesas de votación en las primeras elecciones presidenciales que nos toca vivir en medio de una pandemia. Pero pudieron más el espíritu cívico y la responsabilidad.
Se sabía que para bajar el riesgo de contagio de covid a la hora de ir a votar era necesario respetar las medidas que conocemos: usar mascarilla, respetar el distanciamiento, toser y estornudar como se debe y lavarse muy bien las manos.
Eso sí, no todo fue destacable. A eso de la 1:30 p.m., y después de inspeccionar 723 centros de votación, el Ministerio de Salud detectó en algunos tumultos de gente, permanencia de guías dentro del centro y que faltaban productos para el aseo en los servicios sanitarios. Se recibieron además denuncias relacionadas con presencia de toldos, ubicación de clubes políticos en garajes o lotes.
Haciendo a un lado esos pequeños peros, la fiesta electoral vacunó por completo a la pandemia.
En la escuela Omar Dengo, de barrio Cuba; en la Ismael Coto, en San Josecito de Alajuelita; en el Liceo de Pavas, en la escuela República de Paraguay, en Hatillo centro, en la Manuel Ortuño Boutín, en San Rafael Arriba de Desamparados, se vivió lo mismo: fervor patrio por encima de la pandemia.
Dicen que el correo de las brujas es uno de los más efectivos del mundo, por eso mucha gente se alegró cuando le contaban que había buenos controles sanitarios. Eso causó que tuviésemos historias como una que ocurrió en la escuela Manuel Ortuño Boutín.
“Cien metros antes de la entrada de la escuela las banderas de Liberación Nacional, Unidad Social Cristiana, el Frente Amplio y el Liberal Progresista recibían a los votantes. A la entrada del centro educativo una persona rociaba alcohol las manos de los electores y después cada quien buscaba su junta electoral”, cuenta nuestra redactora Rocío Sandí.
En el Centro Educativo La Pitahaya, en Cartago, pasó esto. “Me mandaron a lavarme las manos antes de entrar y cuando entraba más gente a la vez, le aplicaban alcohol en gel para agilizar la cosa. A la entrada del aula tenían un dispensador de alcohol en gel que uno se podía aplicar mientras tanto”, añade nuestra periodista Karen Fernández.
Algo que llamó mucho la atención de los votantes eran unas piecitas de cartón (como soportes) en las cuales los electores colocaban la cédula antes los miembros de mesa para que la vieran sin tocarla. Eso lo trajo la pandemia
Fue común ver en los centros de votación a personal con botellas de alcohol.
En la escuela alajueliteña Ismael Coto conversamos con don Roberto Durán Picado, quien vive a 600 metros del centro educativo y conocido solo como “Durán”. Él se dio cuenta que el Tribunal Supremo de Elecciones necesitaba gente repartir alcohol en gel y como está pensionado y no le gusta estarse quedito, se apuntó sin pensarlo mucho.
“Me levanté a las cinco de la mañana, desayuné gallo pinto con huevito que me hizo mi esposa (doña Mercedes Muñiz) y me vine a trabajar con el Tribunal. Me gusta mucho lo que hago porque estoy aportando mi granito en la lucha contra el covid-19; la gente es muy respetuosa, todo el mundo le pone las manos a uno para que le eche el alcohol”, explicó don Roberto.
Don Gerardo Abarca, de la dirección de Registro Electoral (del TSE), nos explicó que este domingo hubo un “ejército” de agentes anticovid-19 integrado por 525 agentes de desinfección y 306 encargados covid-19.
Los primeros echaban el alcohol y los segundos cuidaban el aseo en baños, pasillos y cualquier rincón de los centros de votaciones. Cada uno de esos 831 “soldados” se ganó 30.000 colones por las doce horas de trabajo.
La pandemia fue la invitada menos deseada de estas votaciones históricas, pero el virus se quedó con las ganas de aguar la fiesta democrática más grande que tenemos los ticos y que envidian en otros países.