Los ludópatas (adictos a los juegos de azar y apuestas) necesitan mucha plata para saciar su vicio, pues su finalidad no es ganar, sino jugar.

De este modo es como entran en escena los llamados “prestamistas colombianos”, estas “fuentes de dinero” de las que muchos hablan, una moda muy peligrosa.

La Teja tuvo acceso a una sesión de Jugadores Anónimos (JA), una agrupación en la que las personas que tienen problemas con el juego llevan un programa de rehabilitación.

Muchos de los que brindaron su testimonio esa noche aseguraron que consiguieron dinero para seguir con su vicio mediante estos prestamistas, los cuales llegaron a sus vidas por recomendaciones de amigos, parientes o vecinos.

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“Ah sí, definitivamente estos prestamistas son como las tarjetas de crédito de las personas con ludopatía. Más cuando los que padecemos esta enfermedad sabemos que necesitamos esa línea de crédito abierta para seguir jugando. Dejamos de pagar la luz, el agua, pero el noventa por ciento prefiere pagarle al colombiano para poder pedir más después”, comentó Tony, uno de los coordinadores de JA.

Aprovechados

La gente que no tiene acceso a los bancos ni a otras formas de financiamiento, acude a estos prestamistas ya que ellos solo piden la cédula, el número telefónico, “los estudian” y luego le prestan la plata con intereses elevadísimos.

Generalmente le dan platica a dueños de pequeños negocios, choferes de Uber o taxistas y luego les llegan a cobrar a la casa directamente (otra forma de garantizar un pago o para extorsionar). Por lo general mandan a “mensajeros" en moto que son grandotes y corpulentos.

Por ejemplo, Ricardo pidió un préstamo de ¢200.000 y le dieron un mes para pagarlo. De intereses le cobraron ¢40.000. Entonces le hacen una tarjeta donde dividen el monto total que adeuda por 30 días.

Ricardo tuvo que pagar ¢8.000 por día, a eso se le llama “la gotita", pagar día a día.

Guisela es ludópata y cayó en esta trampa. Ahora le debe un millón a un colombiano más un millón de intereses, a otro prestamista le sacó ¢230 mil y a otro ¢250 mil.

Si a esto le sumamos un millón y medio de colones que robó en su empresa para poder jugar, las deudas de Guisela suman casi los cuatro millones de colones, solo por no controlar su vicio.

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“Era como una piedrera bien vestida. Una noche por poco dejo mi carro en una cochera a cambio de quinientos mil colones, dichosamente no me los dieron. Ahora ya me metí en Jugadores Anónimos y ahí me enseñaron a ordenarme con mis deudas, a pagar lo que debo y, sobre todo, a controlar mis deseos de jugar”, comentó esta vendedora que lleva cuatro meses en recuperación.

No son solo colombianos

En el Organismo de Investigación Judicial informaron que en la sección de Delitos Varios se siguen múltiples investigaciones por los delitos de extorsión y usura contra estos prestamistas.

Si bien es cierto, otorgar un financiamiento no es ilegal, al amenazar y agredir los prestamistas incurren en un delito.

Llama la atención que los agentes judiciales indican que no todos son colombianos.

“Las nacionalidades son variadas, en su mayoría son costarricenses. En cuanto a extranjeros hay nicaragüenses, panameños, colombianos, salvadoreños, dominicanos, venezolanos”, explicó el OIJ.

Eso sí, en el OIJ informaron que es frecuente que estas personas se identifiquen como colombianos.

“Más que todo por una especie de estereotipo, de lo cual se valen para infundir miedo en las víctimas. Ahora bien, es importante aclarar que no se investiga a los prestamistas como tal, sino cuando se cometen acciones ilícitas como método para gestionar sus cobros”, aseguraron por medio de la oficina de prensa.

Entre estas acciones señalaron amenazas, agresiones, accionamientos de arma y privaciones de libertad, entre otras. Realizar una llamada, escribir por redes sociales o llegar a la puerta de la casa de la persona que está morosa son parte de las estrategias para amenazar.

Las autoridades dejaron en claro que, a pesar de que hay una lista larga de denuncias, es frecuente que víctimas de este tipo de hechos no denuncien por temor o desconocimiento de la ley.