Cuando lo vemos en televisión nos saca carcajadas a montones tanto por sus chistes como por su graciosa forma de ser.
A nadie le pasa por la mente que ese famoso humorista atravesó una etapa durísima en la cual tocó fondo dejando hasta el último cinco en los casinos. Y es que esa es precisamente una de las características de la ludopatía (adicción a los juegos de azar y a las apuestas). La enfermedad no se nota en quien la padece.
Como esta persona es miembro activo de Jugadores Anónimos (JA) no podemos dar su identidad. Eso sí, nos contó su historia como cofundador de un grupo que recupera a personas ludópatas, o sea, adictos al juego.
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“Llegué a ese grupo hace veinte años, cuando tenía escasamente un mes de fundado. Curiosamente el que lo abrió fue el dueño de un casino, pues aquí se llega cuando uno está quebrado y los limpios son nocivos para un casino, solo llegan a molestar a los que están jugando”, explica.
Su testimonio es fuerte.
"Aquella fue un etapa muy dura de mi vida, ganaba mucho dinero vendiendo dólares en los bajos de radio Monumental (esquina de la avenida central y la calle 2) en tiempos de Rodrigo Carazo y en aquel entonces también empezaron a proliferar los casinos y comencé a jugar. Jugué más de veinticinco años y sufría cuando cerraban el Jueves y el Viernes Santos. Ahora ya ni cierran. Yo duraba tres días seguidos jugando, fui una rata de casino esperando que alguien me regalara unas fichas, era como un piedrero.
“Luego comencé a trabajar en la parte artística, pero duraba más contando chistes que gastando la plata. La verdad creo que soy un buen comediante porque salía del casino después de perderlo todo, con un problemón encima, y me iba al rancho Guanacaste o al Kamakiri, a participar del programa La dulce vida y hacía reír a la gente a pesar de que yo estaba destrozado por dentro”, revela.
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No lo creerían
Si dijéramos el nombre de este comediante muchos no lo creerían pues no presenta síntomas de estar enfermo. Por esta razón la ludopatía es de las enfermedades más difíciles de controlar, porque la adicción se disimula.
“Usted sale limpio de un casino y a la mañana siguiente se baña, se perfuma y nadie sabe que es un esqueleto por dentro. Donde hay un ludópata, hay miseria y depresión, deja una estela de amargura y dolor en toda la familia y no tiene distinción de estatus, se lleva tanto a profesionales como a la señora que vende culantro en la calle”, sostiene.
El protagonista de nuestra historia sigue en recuperación porque esta enfermedad es incurable.
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“Yo perdí todo. El dinero no fue lo más importante, yo perdí mis principios morales y espirituales. Un ludópata no piensa en su familia, uno se vuelve insensible y lo único que quiere es tener dinero para jugar. Por eso no puedo dejar de ir al programa de Jugadores Anónimos, si lo hago es factible que pueda recaer. El programa funciona mientras la persona sea obediente y se ordene con sus pagos y deberes. Yo no volví a jugar, se me quitó esa obsesión. He ido a Las Vegas, a Holanda, y no se me ha despertado. Ahora invierto la plata en otras cosas, tengo mis carros, mi casa, un trabajo estable y no tengo deudas, pero lo más importante es que recuperé el respeto de las personas”.
Jugadores Anónimos es un grupo de atención gratuito que funciona todos los días de 7:30 p.m. a 9:30 p.m. en plaza González Víquez, frente a la marisquería Delfines con amor. También hay otro grupo en Heredia. La página es www.jugadoresanonimos.net