Los creadores del swing criollo recuerdan con orgullo la forma en la que iniciaron ese estilo de baile ya que disfrutaban montones el practicarlo y porque su creación les costó cárcel y sangre.
“Nunca copiamos a nadie porque nuestro baile nacía en el alma y terminaba en los pies”, asegura Gilberth "La Vieja" Umaña.
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Ojo a los recuerdos de estos bailarines que tenían que dividir su tiempo entre la pista de baile, huir de la ley y la cárcel.
Wálter "Norteado" Alvarado
“Desde el principio fuimos perseguidos, encarcelados y golpeados. Los policías estaban seguros que éramos chusma, nos veían como vagos y por eso cada vez que podían nos agarraban a garrotazos y nos cargaban. Nos aplicaban una ley de aquellos años (los sesentas), la Ley de la Vagancia, por eso terminábamos casi siempre tras las rejas y bien leñatiados. A mí siempre me gustó ir a bailar bien chaneado. Éramos unos limpios, bien pobres, pero nos gustaba lucir bien en la pista de baile. Comenzábamos a bailar en los salones como el Blue Moon y terminábamos en los del centro de San José, el Rosemary, el Casino, la Terraza. Sobraba donde bailar”.
Gilberth "La Vieja" Umaña
“Fueron incontables las ocasiones en que me cargaron por bailar swing criollo, en verdad que la veíamos bien fea para hacer lo que amábamos. Una vez en Puntarenas tuvimos que escaparnos por los baños de un salón porque nos iban a arrestar. En otras ocasiones, yo tenía visto un poste de luz justo al frente del Blue Moon en Calle Blancos, mientras la policía subía las gradas para la redada, ya yo iba deslizándome por el poste y salía corriendo por los cafetales.
"Teníamos un expediente policial grandísimo, incluso, en la entrada de los salones estaban las fotos de nosotros para impedirnos el ingreso. No sabíamos que estábamos inventando algo, lo que sí teníamos bien claro es que nunca copiamos a nadie porque nuestro baile nacía en el alma y terminaba en los pies. Uno inventaba pasos practicando en la casa y después llegaba al salón a enseñarle a los compas que se lo aprendían rapidito”.
Cecilia "La Banana" Venegas
“Éramos tres mujeres las que siempre andábamos juntas, nos decían “Las Tupamaras”. El primer golpe que me dio un hombre fue un policía y fue por bailar swing criollo. Me arrestaban y me golpeaban, tenía que pagar ¢20 para poder salir de la cárcel. El swing criollo nosotros lo disfrutamos, lo amamos, pero lo sufrimos mucho.
"Recuerdo que a una de mis amigas, Teresa, en una redada le metieron un garrotazo y le arrancaron dos dientes. Ahora todo el mundo baila lo que a nosotros nos costó sangre y cárcel… pero jamás me importó, porque cuando bailaba se me alegraba el corazón y la vida entera”.
Édgar "Moraga" Miranda
“En verdad pagamos con sangre que nuestro país hoy día baile swing criollo. Jamás olvidaré un día que ya estaba cansado de que me cargaran y me puse malcriado y entonces me pegaron un garrotazo tan fuerte que me abrieron la frente… imagínese la cantidad de sangre que boté. Además, terminé con un parte por resistencia agravada y eso lo aprovecharon para mandarme a la La Peni (la Penitenciaria en donde hoy está el Museo de los Niños) en donde estuve tres meses porque era casi imposible que juntara los ¢180 que se ocupaban para mi libertad.
"De ese garrotazo me acordé en el 2013, cuando nos invitaron a bailar swing criollo en la clausura de los Juegos Centroamericanos y todo el mundo nos aplaudió. Yo por dentro no podía dejar de recordar esos tres meses preso y la sangre que me sacaron solo por hacer lo que sentía mi corazón”.
Jorge "Pelusa" Miranda
“Fue un estilo que nació poco a poco, ninguno de nosotros entendía muy bien lo que estaba pasando, íbamos inventando pasos día con día, pero sin mayor intención que la de pasarla bien. Bailábamos de lunes a lunes, comenzábamos a las ocho de la noche y terminábamos cuando la policía llegaba. Siempre fui al primero que se cargaban, ya me tenían bien vigilado.
"Una vez, ya muy chiva, agarré a patadas una patrulla y la despedacé demasiado. Éramos muy alegres, imagínense que cuando nos detenían a todos juntos nos poníamos a bailar swing criollo en la celda y eso ponía más chivas a los policías. Eran días de camisas de cuello de tortuga y pantalones de campana. Yo enseñé a bailar swing criollo a la gente de Puntarenas y de Limón, los limonenses le agregaron ese sabor caribeño tan rico. Nosotros bailábamos con alma, vida y corazón, bailábamos para disfrutar la vida porque bailar era nuestra vida”.