Si busca en Internet sobre la sirena de Esterillos le aparecerán un montón de historias sobre el tema, muchos son cuentos que otros han querido “robarse” para que la gente crea que ellos son los protagonistas, por eso buscamos al mero mero, a don Fernando Mora, el dueño oficial de la ahora conocida como leyenda de la sirena de Esterillos.
Para conocer la verdadera historia hay que ubicarse en playa Esterillos, en el cantón de Parrita, Puntarenas. Para ser más exactos entre playa Bejuco y playa Hermosa. Eso sí, tenemos que retroceder en el tiempo hasta 1958.
Aquel año fue de elecciones presidenciales en el país. La lucha por la presidencia fue entre Mario Echandi, Francisco Orlich y Jorge Rossi; las ganó Echandi que era del Partido Unión Nacional. Todavía para esa época la Constitución Política (de 1949) prohibía formar partidos políticos comunistas.
Para aquel 1958 nuestro país tenía 1.099.962 habitantes, de esos, 128.863 eran de la provincia de Puntarenas, de acuerdo al documento “Principales hechos vitales ocurridos en Costa Rica (número 19)” del Ministerio de Economía y Hacienda, y la Dirección General de Estadística y Censos.
Don Fernando nació el 7 de abril de 1936 en Puriscal. Cuenta que jovencillo su vida era “muy suelta” porque no tenía quien lo amarrara porque desde los 13 años ya no vivió con su papá.
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Todavía con 18 años no conocía el mar, solo lo veía en las películas y soñaba con algún día conocerlo. Ese día llegó en playa Agujas, frente a Quebrada Ganado en el cantón de Garabito.
Una vez que conoció el mar, como era lógico, se enamoró. Aprendió rápido a atrapar langostas con un arpón y en eso pasaba muchos de sus días cuando tenía 21 años, justo en 1958.
Una buena mañana de aquel 58, no se acuerda de qué mes, don Fernando, mientras buscaba langostas con el agua del mar por la cintura, escuchó detrás de él un gran golpe en el agua.
Encuentro con la sirena
“Después del golpe que escuché volví a ver y era una sirena que ya venía a tirárseme encima. Era un mujerón grandísimo y bellísimo. Me di cuenta que lo que quería era agarrarme. Nunca supe para qué quería agarrarme.
“Como intentó agarrarme yo me consumí en el agua buscando la orilla y bien rápido me escapé; sin embargo, la sirena intentó otra vez agarrarme, pero ya estaba yo muy fuera del agua y no pudo. En ese momento entendí que era una sirena. Era enorme. Entonces me dije, vamos a ver, si es una sirena va a comenzar a silbar y así fue, pegó un gran silbido y se fue rapidísimo al fondo del mar. Nunca más la volví a ver”, recordó don Fernando.
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Cuando se perdió la sirena en el mar inmediatamente el puriscaleño de nacimiento se prometió que algún día iba a comprar el terreno justo donde la vio para hacer algo que le recordara toda la vida la sirena que pudo ver claramente.
“Por dicha pude lograrlo. A los tres días busqué al dueño de propiedad y le pregunté si estaba vendiendo, me dijo que sí y me preguntó que quién quería comprarla, le dije que yo, fue ahí donde me dijo ‘carajillo ¿usted tiene plata para comprarme la propiedad?’
“Yo andaba 15 mil colones en la bolsa. Le pregunté el precio y me dijo que para sacarlo a él de ahí tenían que pagarle 5.500 colones por las 42 hectáreas. Me metí la mano en la bolsa y le di 6 mil colones. Le voy a pagar 500 colones más, le dije al señor. Así fue como compré la propiedad”, explicó.
Logró el sueño
La compra del terreno fue la primera parte de la promesa que hizo. Sabía muy bien que debía completar esa promesa haciendo algo que recordara a la sirena y se le ocurrió hacer una estatua que pondría en las mismas piedras donde la vio.
Ahí fue cuando buscó a un conocido suyo de Puriscal, el escultor Abilio Valverde Céspedes, mejor conocido como Billo, quien le cobró tres millones de colones por hacer la sirena.
La escultura se colocó en playa Esterillos en abril de 1993. En agosto de 2023 un tronco que arrastró la marea le pegó durísimo a la sirena y la botó, además, le provocó daños muy profundos y fue sacada del mar.
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La restauración estuvo a cargo de la fundidora Casa Fage y en diciembre del año pasado, en perfecto estado y completamente en bronce, volvió la sirena a su lugar en el mar para alegría de don Fernando, quien está convencido que jamás olvidará aquel día de 1958 cuando conoció a una sirena de verdad.