Don Alexis Zumbado es un melcochero con 52 años de vender por las calles de San José. Es el maestro de una dulce tradición que le alcanza, hasta hoy, para llevar arrocito y frijoles a la mesa de su hogar de forma digna y alegre.
Tal vez usted lo ha escuchado en Chepe cuando se manda con: "¡melcochitas riiiiicas!". Ese es su grito de batalla, al que acompaña con un silbido que le sirve para alertar a los niños de que algo sabroso está cerca. Así ellos motivan a sus papás para que no dejen pasar la oportunidad de comprarles esa dulzura.
Don Alexis tiene 72 años y, como lo ha hecho desde los 20, todos los días se levanta a las cinco de la mañana para comenzar a mezclar agua, azúcar y dulce (de tapa) buscándoles el punto exacto para que quede ni tan suave ni tan duro.
“El ingrediente principal que tienen mis melcochas es el amor. Creo que por eso he logrado mantenerme 52 años vendiéndolas. La gente no deja de pedírmelas por las calles. Tengo clientes de años que no pueden pasar un día sin que les lleguen las ¡melcochitas riiiiicas!”, nos contó muerto de risa.
¡Qué rica herencia!
Doña Rafaela Zumbado, la mamá, fue quien lo metió en ese mundo dulce. Primero lo puso a vender, después a hacerlas para encontrarles el punto exacto de ricura. Tanto tiempo después de preparar la receta, la cuida con todo porque se la dio su mamita.
“Cuando comencé a venderlas había demasiada competencia, en las paradas de San Pedro las vendían, en el parque Central también, pero yo no aflojé, seguí saliendo todas las mañanas a pulsearla con mucha alegría”, explica.
Jamás ha contado cuántas bolsitas vende por día. Él hace sin llevar registro porque desde que comenzó se dio cuenta de que hay mucha gente en las calles a la cual puede regalarles, como a los indigentes. Como él bien dice: “un dulce jamás amarga a nadie”.
Años atrás salía muy tempranito, pero como los hábitos de los josefinos han cambiado se dio cuenta, en los últimos diez años, de que ya nadie compra temprano. Por eso a las diez de la mañana comienza su jornada, a eso del mediodía no perdona el almuercito en el Mercado Central y ya como a las cuatro de la tarde va para la casa con la alegría del trabajo cumplido.
A punto de melcochitas sacó adelante sus seis hijos. La golosina hasta le sirvió para comprarse una casita en barrio Cuba. La consiguió a pagos, los cuales honró hasta el último cinco.
“He sido un breteador toda mi vida, desde los siete años me le zafaba a mamá para ir a vender periódicos. Después limpié zapatos en el parque Central de San José, más grandecillo vendí lotería y hasta tuve una cantina. Para ver a Dios hay que morirse y para ver la plata hay que trabajar”, aseguró.
Lo entrevistamos el jueves, recién saliendo de su casa en barrio Cuba. “Aquí seguiré vendiendo melcochitas hasta que Dios me preste vida y salud. Me encanta trabajar, me encanta hacer melcochitas porque es cierto que a los niños les encantan, pero los grandes también se dan sus comilonas”, dijo entre risas.