Cuando Angélica Angulo se dio cuenta que estaba embarazada de su tercer hija, Luciana, sintió que el mundo se le vino encima y no por la vida que crecía dentro de ella, la cual amó desde el primer momento, sino porque la realidad que vivía en Venezuela, su país natal, no era la que quería para su familia.
La valiente mamá y Rafael Briceño, su esposo, tomaron la difícil decisión de vender las cosas que tenían y venirse a Costa Rica con sus hijas Mariángel y Valeria para buscar un mejor futuro, pero el proceso no fue nada fácil.
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“Yo ya tenía dos hijas grandes de 7 y 8 años y no estaba en mis planes tener más hijos, pero en el 2016 quedé embarazada. Cuando me di cuenta me preocupé muchísimo porque en Venezuela no se conseguían pañales, ni leche, tampoco medicamentos, la situación era crítica.
“Pensar que yo iba a traer a la niña en esa realidad, cuando ni los hospitales funcionaban bien, en un lugar donde el agua y la luz se iban todos los días, no podía hacer eso porque hasta la salud de las dos corría peligro”, recordó.
Cuando Angélica llegó a Costa Rica tenía cerca de tres meses y medio de embarazo. Llegó a la casa de una hermana que ya vivía aquí, y al mes y medio ella y su familia se fueron a vivir aparte.
El esposo de Angélica tiene conocimiento en redes, computación, instalación de cámaras, entre otras cosas y empezó a trabajar en lo propio aquí en el país.
Después de unos meses decidió buscar trabajo en alguna empresa para tener mayor estabilidad y consiguió un trabajo de medio tiempo, pero lo que ganaba no era suficiente para sostener a la familia, así que se les vino encima una crisis tremenda.
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Gran idea
Angélica siempre había disfrutado hacer repostería y un día decidió hacer pan dulce para vender y así aportar un poco de plata a la casa.
“Decidí hacer pan dulce porque llevaba pocos ingredientes, entonces la inversión que necesitaba no era tan grande. Lo vendía a personas conocidas, así empecé, luego también hice pastelitos venezolanos.
“Más adelante decidí hacer más formal mi emprendimiento y le puse Ahuyama Dulce (ahuyama se le llama al ayote en Venezuela), pero luego le cambié el nombre a Aleka’s Cake Shop. Empecé a publicar fotos de los pastelitos en Facebook y así empezaron a llegar clientes”, contó la valiente.
Ella recuerda que un día no tenía en la casa nada que comer y a como pudo de las ingenió para conseguir los ingredientes para hacer donas rellenas y se fue a vender.
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“Me fui con toda la vergüenza del mundo a ofrecer las donas y no porque crea que es algo malo, sino porque nunca lo había hecho, admiro a los vendedores que tiene facilidad para colocar sus productos, a mí siempre me ha costado eso, pero tenía que hacer algo para ayudar a mi familia. Ese día logré vender las doñas y concreté con una bodega y dos sodas para días después llevarles donas para que ellos vendieran”, expresó.
Una conocida le habló a la pulseadora sobre unas capacitaciones que daban en Fundación Mujer, pero Angélica en un primer momento no quiso ir porque no tenía plata ni para los pases.
“Yo no podía permitirme ir a esas capacitaciones porque ni siquiera teníamos dinero para llevar las niñas a la escuela de otra forma que no fuera caminando, mi esposo las llevaba en las mañanas y yo las iba a recoger con la bebé recién nacida en las tardes, cuando podía me venía en uber porque llovía mucho, pero a veces no podía y teníamos que venirnos a pie y yo llegaba hasta llorando de ver la situación que estábamos viviendo. La escuela quedaba como a dos kilómetros de la casa”.
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Enorme ayuda
Al averiguar un poco más de Fundación Mujer, Angélica se dio cuenta que ahí le darían los pases para que fuera a las capacitaciones y que podía llevarse a su bebé, así que se animó e hizo una entrevista y quedó seleccionada para el curso de Modelo de Negocios.
Cuando terminó el curso Angélica participó en un concurso para ganarse una platica, el premio se llamaba Capital Semilla y se lo ganó, con eso compró una batidora para hacer sus reposterías.
Cuando llegó la pandemia la venezolana estuvo vendiendo sus productos a Fundación Mujer, ya que hacían congresos virtuales y le pagaban a emprendedores para que les fueran a dejar cajitas con productos, eso le dio mucha visibilidad a su negocio que poco a poco empezó a crecer.
Actualmente la pulseadora hace unos queques preciosos, cupcakes, bocadillos, pastelitos, tequeños venezolanos y otras reposterías que le ayudan a llevar el sustento a su familia.
Angélica se siente orgullosa y muy satisfecha con lo que ha logrado y de ver su negocio crecer. También se llena de satisfacción de ver a sus tres hijas crecer, ya las mayores tienen 15 y 14 años y la pequeña tiene seis añitos y asegura que cuando sea grande quiere hacer queques con la mamá.
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Ella sueña con que su negocio crezca más y hasta quiere poner un local, además, sigue capacitándose para ampliar su oferta.
“La vida me ha enseñado que aunque uno tenga miedo de intentar algo debe hacerlo, siempre hay que buscar la manera de salir adelante, debemos ser perseverantes y no mirar relojes ajenos porque todos somos diferentes”.