Las locuras de unos asesinos que nunca se conocieron tocó dos veces a la puerta de la familia Guillén Hernández.
Así lo recuerda don Franklin, hijo mayor de la familia, quien perdió a sus papás con 10 años de diferencia.
Marcelina Hernández, como les contamos, fue asesinada por un guarda que la pretendía. A su esposo Salvador Guillén lo había matado un hombre que, se dijo, solo deseaba lastimarlo un poco.
"A mi papá lo mató Hugo Ramírez porque le había quitado la mujer que era su novia y la había dejado embarazada, así que por venganza lo mató pero él no pretendía eso, lo único que querían era hacerle una herida cualquiera", recordó Franklin.
Salvador era agente principal de policía en Potrero Cerrado de Cartago. La noche del 14 de agosto de 1955 hacía una ronda y pasó al bar La Luisa a dar la orden de que cerraran.
Allí se topó Ramírez, quien ya estaba enfiestado y le reclamó por haberle quitado a la mujer.
"Hugo siguió a mi papá cuando él salió de La Luisa y un hombre al que le decían Polaco le dijo que tomara el cuchillo y en lugar de cortarlo nada más, lo hirió en el pecho. El hermano de mi papá estaba en otra cantina muy cerca, llamada El Miche, y (a Salvador) le dio tiempo de ir hasta allá a decirle que Hugo Ramírez lo había herido", recuerda Franklin. Poco después murió.
Ramírez era un vecino del barrio.
"Recuerdo que él fue a la cárcel por un tiempo. Un día llegó a un acuerdo con mi mamá y ella le aceptó un dinero que funcionó para que lo dejaran libre, eso se hacía antes. Yo un día me lo topé y deseaba matarlo, le dije que me hiciera lo mismo que le había hecho a mi papá porque andaba con unos tragos", dice Guillén.
Recuerda que Ramírez le pidió perdón y le dijo que no quería más problemas; sin embargo, él nunca lo pudo perdonar.
"Esas pérdida fueron muy tristes, algo que uno no le desea a nadie. Con mis hermanos tratamos de no tocar mucho el tema, a veces es difícil creer que hayamos perdido a nuestros padres de esa forma tan trágica", reflexiona.
Este hijo recuerda a su mamá como una mujer muy trabajadora y entregada a la familia. Fue así que sacó adelante a sus hijos luego del asesinato de su esposo.
A su padre lo recuerda como un hombre al que le gustaba mucho la música y vestir como los rancheros mexicanos.
En la familia no ha habido más muertes trágicas desde el crimen de Marcelina, en 1965.