Si usted pregunta por Ricardo Samuel Araya Castillo en el mercado de Alajuela, posiblemente nadie le dé razón, pero si busca a don Melo la cosa cambia, todo el mundo lo mandará a donde uno de los relojeros más antiguos del país: tiene 96 años de edad y 80 ejerciendo ese oficio.
Aprendió casi todo de esas maquinitas que nos dan el tiempo: es puntual, no falla porque repara cualquier marca de reloj y nunca se cansa de trabajar.
Le llegamos sin anunciarnos y lo encontramos haciendo lo que ama. A pesar de su edad y de que la pierna izquierda ya no le funciona como antes, todas las mañanas acepta el reto de cada reloj que le llevarán para que lo repare.
Pasión total
Don Melo reconoce que el amor por los relojes fue un flechazo inmediato, amor a primera vista. Tenía 16 años y llegó al mercado manudo donde aprendió muy rápido el oficio con el cual se ha ganado el pan de cada día.
Nació en Pueblo Nuevo de Alajuela el 19 de noviembre de 1923. Vino al mundo como la mayoría de ticos en aquellos años: en la casa y gracias a una experimentada partera. Sus papás, don Ricardo Araya Arroyo y doña Adela Castillo Alfaro, fueron quienes le ensañaron que cada cucharada que se llevara a la boca tenía que ganársela con el sudor del trabajo y eso ha hecho siempre.
“Esto es lo que amo, es mi pasión. Arreglar relojes ha marcado el tiempo de mi vida. Aprendí un oficio muy noble y de mucha ayuda para la gente. Ver la alegría del cliente con su reloj funcionando perfectamente no tiene precio”, nos cuenta.
Con mucho orgullo asegura que no hay un tipo o marca de reloj que sea más difícil de reparar, porque con sus 80 años de experiencia le mete mano a cualquiera. “Arreglo hasta el Rolex más fino, por eso no hay problema”, asegura.
Peligro de extinción
Por en este 2020, con el mundo arrodillado por la pandemia del Covid-19, don Melo reconoce que su negocio no está dando ni para pagar el localito; sin embargo, no se arruga. Por eso todas las mañanas se sube a su silla de ruedas, amiga suya desde hace 15 años cuando un desgaste profundo en la rodilla izquierda le ganó el partido, y empujado por su hijo (Ricardo Araya Loría) llega a la relojería Moderna (local 150), donde bretea de 7 de la mañana a 5 de la tarde.
“Es un hecho que cada día quedamos menos relojeros. También está claro que ya los relojes no los hacen como antes, ahora están llenos de piezas plásticas que se rompen o desgastan muy rápido. El reloj ya no está hecho para que dure toda la vida, como sucedía antes, cuando las marcas se pulían por hacer el mejor reloj”, explica.
De lunes a sábado no hay poder sobre la tierra que lo sostenga en la casa. “Un relojero no puede fallar un solo día, siempre hay clientes que atender y, si no los hay, siempre hay mucho que aprenderle a los relojes”, nos recuerda.
Su hijo Ricardo ya ni lucha por hacerlo entender que bien puede quedarse en casa descansando. “¿Para qué descansar cuando hay trabajo?”, es siempre la pregunta que le hace don Melo.
“Hágame el favor y me lleva al local”, es la orden diaria, incluso los domingos, pero de inmediato se acuerda que ese día no abren el mercado, algo que siempre lo enoja.
Entre reloj y reloj, no olvida jamás a su amada Dulce Lina Loría Reyes, su esposa, quien murió hace 15 años y con la que tuvo siete hijos.
Morera Soto
Como buen alajuelense de hueso colorado, ama a su Liga Deportiva Alajuelense.
Con Alejandro Morera Soto, jugador al que admiraba montones, compartió muchas horas de conversaciones porque el papá de la leyenda manuda, don Juan Soto, le alquiló por mucho tiempo un tramo en el mercado manudo.
Fue hace mucho tiempo, eran días en que don Melo compartía la pasión por los relojes con ir a montear y pescar, sus otros dos amores.
Se siente un tico de la pura cepa, de arrocito y frijoles, tal vez con un pedacito de carne si es que hay plata para poder comprarla, de lo contrario, con un buen picadillito de papa. Nunca pudo vivir sin el café, eso sí, que sea negro, cuando le echan leche mejor hace el jarro a un lado.
¿Hasta cuándo reparará relojes don Melo?
“Hasta que Dios me dé vida. Nunca voy a dejar de venir a trabajar”, responde este breteador que a sus 96 años no padece ni de presión alta, ni de diabetes, ni de nada. “Venga cuando guste, aquí me va a encontrar trabajando”, fue la frase con la cual nos despidió.