Al diputado Otto Roberto Vargas se le hace difícil creer que ya pasaron 20 años desde aquel 11 de setiembre en el que creyó que iba a morir.
En el 2001 era el cónsul de Costa Rica en Nueva York cuando ocurrió el ataque contra las Torres Gemelas y por eso le tocó ver en vivo la tragedia que marcó el mundo para siempre.
El hoy legislador del Partido Republicano Social Cristiano conversó con La Teja y contó lo que recuerda de aquel terrible día en el que él y su esposa, Vanessa Suárez, fueron testigos de los actos que apagaron la vida de 3.000 personas.
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— ¿Dónde estaba cuando ocurrió el atentado terrorista?
Iba camino al consulado, recuerdo que ese día era martes, de pura casualidad mi esposa se fue conmigo para el trabajo porque tenía pensado ir a hacer unos mandados con ella a la salida de mi jornada. Iba en tren hacia Nueva York y la estación en la que me tenía que bajar estaba en el sótano de la Torre norte.
Como a las 8:50 a. m., mientras iba en el tren, anunciaron por los parlantes que había un incendio en la Torre norte, pero la verdad no le di importancia. Al llegar me bajé del tren con mi esposa y vi que había mucha gente corriendo y eso me llamó la atención.
Al salir a la calle vi que la gente salía corriendo de la Torre norte y empecé a ver humo, había demasiado movimiento de policías, bomberos, rescatistas y yo aún no sabía qué estaba pasando.
— ¿Qué hizo después de salir a la calle?
El consulado estaba a unos 300 metros de las Torres, recuerdo que caminé unos doscientos metros y me quedé con mi esposa viendo hacia las Torres. Pregunté a otras personas qué estaba pasando y dijeron que un avión se había estrellado contra la Torre y creí que había sido un accidente. Yo veía que había personas que se estaban lanzando de los pisos más altos de la Torre y me parecía algo increíble.
Después de unos tres minutos de estar en ese lugar llegó otro avión (9:03 a. m.) y se estrelló contra la otra Torre. Nadie lo podía creer, se oyó un estruendo enorme y se vio un fogonazo que alumbró todo, ya para ese momento se supo que se trataba de un ataque terrorista.
Estuvimos ahí unos cincuenta minutos cuando vimos que se empezó a derrumbar la Torre sur (9:59 a. m.), mi esposa y otras personas empezaron a gritar, se estaba derrumbado el símbolo de poderío más imponente de Nueva York.
— ¿Qué pasaba con la gente que estaba a su alrededor?
Recuerdo que vi un policía pegarle un puñetazo a la patrulla por la impotencia que sentía, unas señoras estaban hincadas en el suelo, otros gritaban, pero la mayoría estábamos en silencio sin poder creer lo que estábamos viendo.
De pronto se vio venir una ola enorme de escombros y entonces todos echamos a correr, mi esposa y yo nos fuimos hacia los tribunales y nos refugiamos a la par de unas columnas. Cuando estábamos ahí nos cayó encima la nube de escombro blanco.
La gente gritaba que iban a llegar los terroristas a tirar misiles y lo que pensé fue: ‘dónde vine a morirme’.
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— ¿Cuánto tiempo estuvo en los tribunales?
Unos quince minutos, como el consulado estaba cerca, mi esposa y yo nos fuimos para ahí, pero cuando llegamos nos dijeron que tenían órdenes de no abrirle a nadie, ahí me entró una desesperación terrible. No sabía qué hacer, la gente corría como loca, había zapatos, bolsos, abrigos y hasta personas tiradas en la calle mientras otros les pasaban encima tratando de buscar un lugar seguro.
Estaba tan desesperado que llegué a pensar en tirarme al río Hudson para llegar nadando a la isla donde está la estatua de la Libertad, pero andaba con mi esposa y ella no era muy buena nadadora, por eso no lo hice.
— ¿Cómo lograron salir de la zona?
Estuvimos dando vueltas todo el día, no había luz, no servían los teléfonos, los locales estaban cerrados, todo era un caos porque no había transporte público y había escombros por todo lado.
Como a las seis de la tarde logramos subirnos a un ferry en el que cruzamos el Hudson hacia Nueva Jersey y caminamos dos horas hasta llegar a la casa. En casa seguíamos incomunicados porque no había luz, hasta el día siguiente pude comunicarme con Cancillería para decir que estaba bien, ahí me dijeron que mi familia había estado llamando muy preocupada y no le habían podido dar información.
Me pasaron por teléfono a Roberto Rojas, el canciller, y él estaba en una actividad con don Miguel Ángel Rodríguez, quien era el presidente de la República en ese momento, y me lo puso al teléfono para que le contara todo lo que había visto.
— ¿Cómo fueron los días siguientes al atentado?
De mucho nerviosismo, no sabía uno si iba a pasar algo más, si iban a invadir Estados Unidos o algo así, pero tampoco pude pensar mucho en eso porque los medios de comunicación estaban insistiendo en que necesitaban saber si había ticos muertos o heridos y yo tenía que estar llamando a los hospitales a preguntar.
El atentado no me cambió la vida, pero si me marcó, es algo que nunca se olvida.