Una historia de 54 años que estuvo llena de sustillos, lágrimas, risas, tijeras, colitas y paletas dulces se acabó el 1 de julio debido al covid-19.
La crisis que trajo la pandemia a casi todos los campos de nuestra vida cerró definitivamente las puertas del último negocio que quedaba de la famosa cadena de peluquerías Cri Cri.
El conocido grillito dejó de brincar y cantar.
La Teja conversó con Yelsi Poltronieri, la dueña de las peluquerías y quien forma parte de la tercera generación familiar en administrar el negocio.
“Yo llevaba administrándolo dieciséis años, el negocio no estaba mal, teníamos clientela fiel. El nombre Cri Cri ha permanecido en la mente de tres generaciones, hicimos alianzas, nos fortalecimos en las redes sociales, pero desgraciadamente esta afectación nos hizo cerrar”, contó.
Los salones de belleza han sido uno de los sectores más afectados por la crisis. Se han visto forzados a cerrar varias semanas por las medidas de martillo aplicadas por el ministerio de Salud.
Y, claro, no faltan quienes han optado por no cortarse el pelo para no exponerse o quienes se lo cortan ellos mismos en la casa, rapadora y espejo en mano.
Un grupo de peluqueros, barberos y manicuristas se manifestó este lunes frente a Casa Presidencial, en Zapote, para exigir que los “dejen” trabajar.
Este gremio tuvo que cerrar dos semanas en junio y tres en julio y aseguran que los están “matando” porque ya no tienen cómo mantener los gastos mínimos de sus negocitos.
No dieron los números
El último Cri Cri estaba en Curridabat, dentro de un supermercado.
Yelsi cuenta que la cantidad de clientes comenzó a bajar a finales de marzo porque la gente ya tenía temor de salir de la casa.
Incluso hubo días en los que no se facturó ni un colón, algo que nunca les había pasado.
Así de duras se pusieron las cosas, algo que han experimentado muchos otros negocios en el país.
A pesar de todo, Cri Cri reabrió cumpliendo con todos los protocolos sanitarios, pero la situación siguió peor de dura y los pagos de facturas y a los proveedores no bajaron, por lo que seguir pulseándola no fue sostenible.
Además, aseguró Yelsi, no hay certeza de cuándo pasará la pandemia y en qué condiciones se regresará. Esta empresaria no imagina los fines de semana de su negocio como antes, con una fila de clientes esperando una silla disponible, chiquitos corriendo y jugando juntos, familias completas disfrutando mientras cumplían la rutina del corte de pelo de un chiquitín.
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“Es duro decirle al personal que no seguimos, pero no queremos arriesgar ni a clientes ni a colaboradores. Esto se nos sale de las manos”, comentó Yelsi.
“Las pérdidas son invaluables, tengo una lista grande de facturas por cancelar, contratos a la Caja, al INS, trámites que se unen a mi estado emocional delicado.
“Este era el sustento de mi familia, yo tengo hijas y mi sueño era que ellas siguieran con el negocio que iniciaron sus bisaabuelos. Yo nací y crecí en ese negocio, es lo que sé hacer. Un cierre siempre lo vi muy lejano, nunca estuvimos preparados para esto”, comentó muy dolida.
Herencia
Cri Cri atendía no solo a niños sino a familias completas.
Un 20% de sus clientes eran abuelitos porque las trabajadoras de los locales se destacaban por tener mucha paciencia a la hora de hacer cortes.
Cri Cri fue fundada hace cinco décadas por doña Vilma Llosent y el negocio lo hizo crecer todavía más su hija Olga Marín.
Se caracterizaba porque tenían juguetes, libros de cuentos, dibujos en las paredes, crayolas, legos y sillas con formas de animales.
Llegó a tener seis locales: tres en San José, uno en Cartago, uno en Tibás y uno en Curridabat.
Uno de los más representativos fue el que estuvo al costado norte de la iglesia La Soledad, en pleno Chepe.
El primer local abrió el 13 de junio del 1966. Julio del 2020, el año de la pandemia, quedará tristemente como el que obligó a silenciar al popular Cri Cri.