Marta Eugenia es una trabajadora del sexo que, de lunes a viernes, hacía su platica en San José y los fines de semana se iba para Jacó para redondearse una mejor entrada, sin embargo, se quedó sin el santo y sin la limosna por culpa del coronavirus que le cerró los lugares de trabajo y le espantó a los clientes.
“Por semana yo hacía como 200 mil colones, la verdad no me iba mal, incluso puedo decir que ganaba unos 150 mil más cuando viajaba a Jacó sábado y domingo, sin embargo, desde hace un mes todo se vino de pique, no hay clientes y eso significa que no hay dinero.
“Yo tengo dos hijos y la comida se me acabó, no voy a mentir, estamos pasando hambre, alguien nos regala algo por aquí y otra persona por allá para ir comiendo poquitos, pero sin mi trabajo no entra un cinco a la casa. Yo necesito que pase este asunto del coronavirus porque nos vamos a morir de hambre”, asegura esta vecina de San José.
Crisis total
Justo esta realidad que nos cuenta Marta Eugenia es la que viven unas 900 trabajadoras del sexo, confirma doña Nubia Ordóñez, quien es la coordinadora general de La Sala, una organización que busca mejorar las condiciones de estas trabajadoras y extrabajadoras en Costa Rica desde 1994.
“Las muchachas la están pasando sumamente mal. El negocio se vino de pique. Ustedes no tienen una idea lo mal que están las cosas. Hay hambre. Con mucho dolor y preocupación tengo que decir que las trabajadoras del sexo del país no tienen que comer por estos días de coronavirus”, asegura doña Nubia.
Tres impactos les pegó la pandemia a ellas: el primero, que con la cuarentena nadie puede andar en la calle a altas horas de la noche, justo en las horas de más clientela para ellas; el segundo, desde el 17 de marzo anterior el Gobierno les prohibió el ingreso a los extranjeros, muchos de ellos importantes clientes; el tercero, los locales donde diariamente iban a trabajar y los clientes sabían que ellas iban ahí, están cerrados.
“No hay que ocultar que las trabajadoras del sexo viven el día a día, coyol quebrado, coyol comido. De 100 de ellas, tal vez unas 6 son las que piensan en ahorrar tiene alguna platica guardada, el resto vive mañana a mañana.
Desaparecidas
“Esta emergencia mundial agarró a mis muchachas desprevenidas, se quedaron muy rápido sin un cinco y ahora no tienen ni para comprar comida, por eso en La Sala estamos corriendo, buscando quién nos pueda ayudar con alimentos, sin embargo, nos faltan muchas ayudas”, asegura la coordinadora de La Sala.
Hay un tremendo miedo que embarga a doña Nubia, porque al realizar recorridos por la zona roja de San José, ahí por calle 12, por La Merced, por la Clínica Bíblica y por la Estación Eléctrica al Pacífico, pudo confirmar que no están las muchachas.
“No sé para dónde se me fueron muchas. Dios sabe lo que puedan estar viviendo. En las trabajadoras del sexo nadie piensa. Inamu no nos ayuda porque no cree en nosotras, el Imas no nos ayuda.
“De hecho, nuestras hermanas trans son las únicas que me llamaron y me preguntaron que cómo la estábamos pasando y nos llevaron un buen poco de comida, Dios me las bendiga, no nos abandonan ellas, pero falta todavía”, comenta con mucho dolor doña Nubia.
A La Sala llaman las muchachas, explica la coordinadora, para pedir alguito de comida porque no tienen para comprar absolutamente nada (en La Sala hay como 14 mujeres buscando comida todos los días).
“Muy amablemente unas estudiantes universitarias nos dieron un buen montón de ropita y será muy útil, pero ahorita lo que urge es quitar el hambre de ellas, sus hijos y hasta hermanos o mamás que viven en una misma casa y dependen del salario de la trabajadora del sexo”, insistió doña Nubia.
Jacó se murió
Johan Ramírez Suárez, gestor de calidad y mejora continua de la municipalidad de Garabito, reconoció que el negocio de la pasión en Jacó se murió en un 100% desde hace unos 15 días.
“La prostitución es una realidad que no se puede ocultar en Jacó, tenemos una actividad muy establecida. Las autoridades sociales, judiciales y municipales, hemos hablado, pero no hay un estudio sobre cuántas muchachas trabajan en la zona.
“Lo que sí se sabe es que muchas vienen a trabajar solo los fines de semana. Sin embargo, aquí todo está cerrado entonces el negocio se acabó. Ya no vienen de la Gran Área Metropolitana los fines de semana y las que viven o vivían aquí, en un cuartito, lo están entregando porque no tienen para pagar. Desde la cuarentena se murió el negocio para ellas”, aseguró Ramírez.