La vida de Eibynela Esquivel pasaba entre regalos caros y pequeños lujos, como viajar en taxi todos los días. Así se le iban escurriendo los ingresos. Recibía su salario, compraba regalos, pagaba deudas... y se quedaba sin un cinco.
A pesar de que esta sancarleña tiene un trabajo estable en una buena empresa, durante algún tiempo tuvo que andar rascándose el bolsillo.
“Básicamente yo tenía un salario pequeño, no disponía de mucho dinero para dar regalos. Para algunas personas puede ser barato, pero para mí dar regalos de 40 mil colones se salía de mi presupuesto. Debía un montón de dinero en tarjetas de cosas que había regalado. Alguien decía que se le dañaba algo de la casa y yo se lo compraba, era como querer ser el salvador de los demás”, comentó esta ejecutiva de servicio al cliente.
"Yo iba a una fiesta y lo que llevaba no era un simple detallito; tenía que lucirme con algo grande y costoso, como si esa fuera la única manera en la que me iba a querer la otra persona”, explicó.
“Al final del mes yo pagaba los recibos, pagaba las deudas y me quedaba sin nada. Lo curioso es que trabajo desde muy pequeña, desde que era una niña, y no entendía por qué no tenía dinero”, dijo.
A Eibynela la “mataban” los gastos hormiga: esas pequeñas salidas de plata que en teoría no representan mucho, pero que, al acumularse, terminan acabando a mordiscos cualquier salario.
Una vez hizo un presupuesto de transporte y calculó que con ¢5.000 por semana estaba bien para pagar el bus. El problema era que tenía que levantarse media hora antes si quería viajar en transporte público, por lo que empezó a utilizar el taxi, y aquellos ¢5.000 no le duraron ni media semana.
También comía mucho fuera de casa porque en teoría eran gastos que podía asumir (alrededor de ¢1.500 o ¢2.000 más de lo que hubiera invertido cocinándose algo por su cuenta). Sin embargo, al ser algo de todos los días, al final del mes se le hacía una enorme bola de nieve.
Durante los años de descontrol financiero viajó a Estados Unidos cuatro veces, a puro crédito. También utilizaba las tarjetas –llegó a tener tres– para pagarle el marchamo a su papá y asumir regalos de familiares y amigos.
Correo la hizo caer en razón
A pesar de que trabajaba horas extra para poner las deudas al día, no lo lograba. Un día recibió un correo electrónico que encendía las alarmas porque advertía que estaba sobreendeudada, lo que la hizo empezar a tomar conciencia de su situación. Participó en un taller y llenó un cuestionario. Ahí se dio cuenta de que sus finanzas eran un auténtico desastre.
Para admitirla en un programa de ayuda, le pusieron como reto no gastar ni un cinco del aguinaldo que estaba a punto de recibir. También le asignaron otras tareas, como llevar un control detallado de sus gastos; así fue como descubrió que la forma en la que estaba utilizando el dinero no tenía sentido.
“Otro de los retos que me pusieron fue dejar de dar regalos. ¡Casi me muero! La primera vez que lo hice fue en el cumple de mi mejor amiga. Todos los años la llevaba a comer y le daba algo carísimo; era muy ‘botada’, pero esa vez decidí llevarle solo un budín de la panadería de mis papás. Le gustó mucho y no le tuve que explicar por qué solo le di eso”, recordó.
En el camino fue descubriendo motivaciones psicológicas detrás de sus hábitos de consumo.
“Con lo de dar regalos, entendí que detrás había una necesidad de aceptación", confesó.
Cuando empezó a recibir educación financiera, hace cuatro años, decidió involucrar a su entonces novio y actual esposo. Gracias a eso ahora trabajan con presupuestos conjuntos y cuidan cada detalle, incluyendo la parte destinada al ahorro.
Durante ese proceso, también cayó en cuenta de que no podía tener tarjetas de crédito. Ciertamente, este tipo de herramienta puede ser útil para muchas personas (da flexibilidad para hacer pagos y jugar con lo que se gasta en el momento), pero a otras se les convierte en un revólver cargado. En su caso, Eibynela prefirió eliminarlas por completo y utilizar solo de débito.
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