Hay personas que cuando no tienen trabajo salen a buscarlo, otras se cruzan de brazos a “ver qué pasa”.
María Fernanda Vargas es un ejemplo del primer tipo de gente, solo que ella, además de buscarlo, se lo creó.
Hace más de diez decidió renunciar al empleo que tenía en una tienda de cosméticos porque el negocio de decoraciones de frutas que tenía su mamá, Yamileth Zúñiga, no paraba de crecer.
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Durante ocho años ellas dos y un primo de María Fernanda se ocuparon de la pequeña empresita, que era casi la única, pero poco a poco les fue saliendo competencia y eso afectó el negocio. Llegó el momento en el que Yamileth ya no necesitaba ayudantes y entonces su hija empezó a buscar trabajo.
“Yo tenía 32 años y como solo he trabajado en ventas empecé a visitar tiendas de todo tipo. En muchos lugares me dijeron que no contrataban vendedoras de más de 24 años y eso me desmotivaba mucho.
“Un día llegué a una tienda de ropa americana porque había un letrero de que buscaban personal. La dueña me atendió y le dije que me diera una oportunidad, que si quería trabajaba gratis una semana. Ella me preguntó si yo sabía leer, le dije que sí sin entender bien por qué me había preguntado eso y me dijo que en el letrero decía que buscaban vendedoras de entre 18 y 27 años y que yo ya estaba muy vieja y no servía para vender. La manera en la que me habló me hizo irme llorando hasta mi casa, me sentía humillada”.
Iluminación divina
Después de la triste experiencia María Fernanda empezó a vender en el barrio repostería que le hacía la mamá, pero ganaba muy poco y en su deseo de mejorar su situación decidió empezar a vender tártaras.
“Agarré los ¢17.500 que tenía ahorrados, busqué una fábrica y fui por ellas. También compré burbujas para echarlas, las empaqué de cinco en cinco y las empecé a vender a mil colones la cajita afuera de mi casa, en San Rafael de Moravia, frente al aserradero”.
El primer día no vendió nada, el segundo decidió gritar para que la gente la oyera. “Así como hacen en los mercados y en las ferias, ese día vendí algo”, recuerda.
“Días después unos vecinos se llegaron a quejar de que estaban cansados de oírme gritar y yo no sabía qué hacer, ¿cómo iba a hacer para vender tártaras sin gritar? Yo tenía un disfraz y se me ocurrió ponérmelo, ¡viera la vergüenza!, pero eran más fuertes mis ganas de ganar plata”, explica.
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Fue un pegue. Aquel día se le fueron todas las tártaras y descubrió que los disfraces podían convertirse en sus mejores aliados para salir adelante.
“De eso hace ya como dos años y ahorita le puedo decir que tengo más de trescientos disfraces y me han ayudado muchísimo a vender, antes de la pandemia llegué a vender ochenta cajas de tártaras en un día; debido al covid-19 el negocio decayó mucho, pero ya se está levantando otra vez.
“Tengo más disfraces que ropa normal, son de todo tipo: de fantasía, de princesas, tengo de brujas, navideños, uno de mariposa, en fin, de un montón de cosas. No acostumbro repetir, el único que me he puesto dos veces es uno de bruja porque me lo puse en Halloween y a la gente le encantó”.
Algunos los ha comprado, otros se los han regalo y otros los ha creado ella.
“Me disfrazo solo una vez a la semana, los viernes, porque me llevo unas dos horas y media alistándome mientras me visto y me maquillo. Además algunos vestidos llevan armadura por debajo y me cansa mucho. Ya me han contratado algunos días para ir a trabajar en tiendas o a repartir volantes; tengo una página de Facebook, se llama Tártaras María Fernanda (https://www.facebook.com/Tartaras-Mar%C3%ADa-Fernanda-102156348450688), a la gente le gusta que suba fotos de mis disfraces.
“Me siento muy contenta y agradecida con Dios, que fue el que me ayudó a usar mi carisma y mi creatividad para encontrar la solución a mi situación. Ahora me siento feliz y disfruto muchísimo vender mis tártaras. Quiero servir de ejemplo para las personas que ahorita no tiene trabajo, las entiendo y sé la desesperación que sienten, pero también les puedo decir que con esfuerzo y dedicación se puede salir adelante”, aseguró.
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Positivismo y disciplina
La sicóloga Jimena Caballero dice que para vencer la adversidad y superar los obstáculos y las críticas de los demás se necesita tener un diálogo interno positivo.
“Debemos analizar qué es lo pensamos y nos decimos a nosotros mismos, si pensamos en que tenemos valor y dignidad o tenemos emociones de abandono, de culpa, de vergüenza, porque es fundamental que el apoyo nazca de nosotros.
“La disciplina también es vital, uno no puede esperar que le llegue la motivación caída del cielo. Hay que enamorarse del proceso y ser constante, no se puede esperar que el resultado del trabajo llegue de la noche a la mañana, cuando se emprende un proyecto hay que construirlo día a día”, dijo la especialista.
Querer es poder, ya lo sabemos.