El ingenio y chispa del tico es una de sus principales características y por eso a lo largo de los años hemos acuñado una gran cantidad de frases que dejan más perdido que al chiquito de la Llorona a todo aquel extranjero que nos escuche.
El economista Dennis Meléndez Howell se ha dedicado, por gusto, a encontrar el origen de algunas de esas expresiones que vuelven tan rico nuestro lenguaje.
Uno muy apegado a su profesión es el famoso “perro amarrado” y según Meléndez, hay versiones muy criollas y anecdóticas.
Según la investigación hecha por don Dennis, una versión dice que el dicho nació de un tibaseño pensionado a quien se le conocía por su gusto por el ron fino.
El doncito tenía un perro bravo para que le cuidara la casa y también a él, en especial cuando salía a echarse los tamarindos por las noches.
Como tenía fama de buena paga, el pulpero, el carnicero y el cantinero le vendían fiado y cuando cobraba la pensión pasaba a pagar puntualmente. La inflación comenzó a aparecer y la pensión se hizo insuficiente para mantener su gusto por el ron extranjero.
El hombre se fue endeudando y los comerciantes comenzaron a ir a buscarlo a la casa para que al menos les hiciera un abonito.
El señor jalaba de la casa cuando veía que le iban a llegaban a cobrar, hasta que se le ocurrió amarrar a su perro al portón para que nadie pudiera ni acercarse.
El hijo del cantinero, a quien mandaban a cobrar, se devolvía donde su papá y le decía: “¡qué va, pa!, no pude cobrarle, no ve que tiene el perro amarrado” y se corrió la voz de que cuando el tibaseño estaba limpio, amarraba el perro al frente y sabían que era mejor no ir a cobrarle.
Otra versión dice que a un señor al que también le gustaba echarse los tapis, no pudo pagar la cuenta un día y dejó a su perro amarrado afuera de la cantina como señal de que regresaría a pagar y por el peludito, pero nunca lo hizo.
La última es la que se basa en una moneda española a la que llamaban perra, aunque en realidad lo que tenía grabado era la figura de un león (tenían la perra chica de 5 céntimos y la perra gorda, de 10 céntimos).
En Aragón, España, se acostumbraba a usar la expresión no soltar la perra a quienes no pagaban y con la inmigración de los españoles, en tiempos de la dictadura de Francisco Franco (entre 1936 y 1975), llegó a nuestro país y se adaptó a como la conocemos hoy en día.
Gracias a Rafael Yglesias
Todos nos hemos comido un gallito, pero, ¿sabe por qué le pusieron así a la comida que va en una tortilla?
En 1898, durante la campaña política para la reelección del expresidente Rafael Yglesias, a quien se le conocía como el Gallo, a una de las cocineras se le ocurrió una idea para adornar la comida que le ofrecía a los votantes.
En una reunión organizada en las afueras de Chepe, donde actualmente se ubica San Sebastián, se juntaron los simpatizantes del presidente para convencer a más gente, pero en aquellos tiempos el camino no era tan accesible como ahora, se acostumbraba a ofrecer comida y una bebida de guaro con sirope, para recargar energías.
La comida más común eran las tortillas palmeadas con alguito encima, por lo que a una de las cocineras se le ocurrió echarle a una tortilla frijol molido, la cerró y le puso encima un frijol entero cocinado, por lo que dijeron que aquello parecía un gallo, y de ahí pasó a gallito.
Otra característica es que llevara un poco de ensalada de repollo con tomate, pero esto se ha ido cambiando con el tiempo a chimichurri, típico de Argentina, o el pico de gallo, que es mexicano.
En el campo, es común que a un poquito de comida (arroz, frijoles, ensalada y algo más), aunque no lleve tortilla, se le diga gallito.
Chunches chinos
La otra expresión que escogimos fue chunche y según le dijo don Jesús Acuña, excompañero de trabajo, a don Dennis, se la debemos a los chinos.
Los primeros asiáticos que llegaron a nuestro país para la construcción del ferrocarril tenían la barrera del idioma y cuando iban a los comisariatos a hacer sus compras debían señalar o tocar lo que querían y decían algo así como “chung chong” y no pasó mucho tiempo para que empezaran a vacilarlos.
Además, todos empezaron a llamar cualquier cosa como un chunchón, lo que por comodidad cambió a chunche.
Eso sí, según Constantino Láscaris, en su libro “El costarricense”, no le llamamos chunche a aquellos objetos que consideramos valiosos o preciados.