Daniel Alvarado Portuguez es vecino de Llano Grande de Cartago, tiene 47 años y es boyero de profesión, de tiempo completo, de levantarse de madrugada y terminar el jornal a eso de las 3 p. m. medio almorzado y bien trabajado.
Heredó el oficio de su papá, don Marco Tulio Alvarado, sin embargo, él fue más allá, porque el tata nunca tuvo su propia yunta y él desde los 16 años logró comprarse su primer par de bueyes, que llamaron Los Pintos.
Nació en una zona del país donde siempre se necesitó y se necesitan los boyeros, pero los de verdad, los que realmente aman este tradicional oficio que tiene muchas décadas de existir, pero que está en peligro de extinción debido a lo que se conoce como progreso y tecnología.
“Ser boyero en Llano Grande de Cartago es un privilegio, porque todavía hay mucho trabajo labrando la tierra y es algo que aprendí a amar desde los ocho años que comencé a ‘matar’ calentura con mi papá y me enamoré de la carreta, los bueyes y el arado.
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“Tengo 47 años, perfectamente puedo decir que tengo toda una vida de boyero en la cual aprendí a amar los animales y agradecerle a la tierra por ser tan buena con nosotros y darnos de comer a todos”, es lo primero que nos explica el boyero brumoso.
Oficio duro
Con toda la autoridad y después de una buena trabajada nos aclara: “no es cualquiera el que es boyero de profesión. He visto muchos que comenzaron y a los dos años se retiran diciendo que es demasiado duro. Sí, es muy duro.
“Hay que levantarse muy de madrugada, desayunar, comenzar a trabajar recién salido el sol, tomarse un traguito de café a eso de las nueve de la mañana y volver a trabajar hasta por ahí de la una de la tarde cuando se termina la labor en el campo, pero sigue en la casa, porque hay que atender los bueyes y alistar todo para el otro día”.
A quienes siempre salva de todo “pecado” es a los bueyes porque, “nunca tienen la culpa”, lo que pasa es que en ocasiones, “los humanos los echamos a perder por hacerlo mal. Desde que uno empieza, si se amarra mal al buey, él se siente maneado y no rinde igual.
“Si el yugo que se usa es muy grande o muy pequeño, también afecta, hay que saber bien la medida exacta, porque es como para el humano los zapatos, unos muy pequeños chiman y muy grande bailan. Si se cometen esos errores se puede hasta echar a perder la yunta de bueyes”, explica.
Otro error que cometen los boyeros sin experiencia o que son bien jupones, es con las cargas. “Si los bueyes están todavía terneritos no se pueden cargar mucho, hay que ir poco a poco y así el animal se acostumbra a más y más carga. El buey es un gran amigo, es muy agradecido y muy cariñoso, uno llega a quererlos demasiado. Al buey lo único que le falta es hablar, son muy inteligentes, por eso duele tanto cuando se pierde uno”, aseguró.
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Tierra amada
Casi nunca don Daniel agarra un bus o un taxi, siempre lo ve uno en Llano Grande con sus bueyes, a pie. Nos contó que en la zona hay como seis boyeros que realmente la pulsean todos los días labrando la tierra de otros, así como él, ya que son contratados por la temporada que se ocupan.
Si hay algo que le encanta a este cartaginés es participar en desfiles de boyeros los sábados o domingos, porque lo distrae un buen rato del trajín de la semana, además, porque siempre les bendicen, con agua bendita, a los animalitos.
“Trabajar la tierra es un privilegio, un honor que me ha dado y me da la vida. Me siento orgulloso de ser boyero, de contribuir a mi país en el campo. Vaya a usted a saber si se ha comido unas papas o alguna hortaliza que mis bueyes ayudaron a sembrar, porque prepararon la tierra.
“Cuando se está arando la tierra hay mil y un problemas, el arado se puede quebrar, que me ha pasado y es bien duro, porque ese día no se gana nada. Si el día es muy soleado hay que estar muy pendiente de los bueyes, si llueve mucho no se trabaja la tierra y tampoco se gana nada”, aclaró.
El momento más difícil del boyero, reconoce don Daniel, es cuando uno de los bueyes muere de repente, porque toca comprar una yunta nueva y arrancar de cero. Son hasta tres meses sin ganarse un cinco y un dolor enorme, por el amor que se le llega a tener al animalito.
“Mis dos bueyes actuales se llaman Los Jocos (significa que su pelaje es entre café y negro), porque en invierno se ponen negros y en verano cafecitos. Andan conmigo desde hace un año y tres meses. Tienen cuatro años y ya se les puede cargar tamaño poquito. Jalan unas 30 cajas de piña, unos 15 sacos de papas.
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“Siempre me levanto con alegría a trabajar, entiendo que soy boyero y la tierra me necesita y yo a ella. Estoy orgulloso de lo que hago. El día que no me levanto con ánimo, los bueyes me motivan”, acepta con alegría.